domingo, 31 de julio de 2011

Miedo

Los sucesos del 11-S causaron un desorbitado número de víctimas, gran parte de ellas afectados por problemas psicológicos. Esto ya es de por sí totalmente reprobable, pero tampoco hay que despreciar el uso que hicieron del ataque grupos políticos y sociales, convirtiendo el miedo en su instrumento de auge y, en algunas ocasiones, triunfo. George Bush jr. sacó buen partido de esta instrumentalización de la población civil, aunque le duró poco. A raíz de todo aquello, sin embargo, se volvió a la tercermundista idea de que lo bueno es siempre lo de uno, que lo extraño supone un peligro por el mero hecho de ser desconocido, y que hay que atacar antes de preguntar.
En el Partido Republicano de Estados Unidos surgió el llamado Tea Party, que en Europa tiene muy mala prensa pero desconozco las sensaciones que despierta allá donde mora. Este grupo vive anclado en principios ultraconservadores, muchos de ellos propiciados por la dictadura del miedo. Hace meses, reputados comentaristas políticos le auguraban un futuro mediocre y, mire usted por dónde, ahora se ha destapado como un auténtico peligro público. Ellos, principalmente, son los que están minando este deseable entendimiento entre republicanos y demócratas que evitaría la suspensión de pagos en el país y el consecuente tsunami que amenaza nuestras costas y nuestros bolsillos, porque no olvidemos que, cuando alguien estornuda allende los mares, aquí pillamos todos la gripe A.
Vaya por delante que la ideología del dichoso Tea Party me parece deleznable, al igual que su uso del miedo. Es muy triste vivir anclado en el terror y las amenazas. Desconfías de cualquiera, lo cual te hace peor persona y te acaba convirtiendo en ciudadano de tercera incapaz de socializar ni empatizar con el de al lado. Pero tiene la gran ventaja política de aborregar a las masas. Todos, cuando hemos sentido pánico, nos hemos refugiado en quien nos había prometido protegernos, ya fueran nuestros padres, profesores, mentores, pareja... Lógicamente, si estamos convencidos de que vamos a ser víctimas de un ataque nuclear en cuanto demos la vuelta a la esquina, adoraremos a papá Estado, que se presenta como el único capaz de defendernos y propiciarnos los recursos para salir indemnes de tamaño dislate.
Pero, en mi opinión, la culpa de lo que ocurre en Estados Unidos no solo es patrimonio de los chicos del té y sus acólitos. Gran parte de esta situación es consecuencia directa de su propio sistema bipartidista. Un sistema que se ha colado en nuestras democracias aun sin base legal que lo propicie o respalde.
En España, el partido en la oposición normalmente se ha apropiado de nuestras pesadillas culpando de ellas al partido gobernante. No valen alternativas positivas, sino el mensaje de que lo están haciendo muy mal, son unos villanos de primera y, como tales, permitirán que los monstruos se nos cuelen debajo de la cama. No hace falta ideas ni propuestas: basta con que los gobernantes de turno se ahorquen con su propia cuerda. Es cierto que tenemos derecho a sentir pavor ante la crisis, el paro, el hundimiento de los servicios públicos... pero también a experimentar cierto resquemor viendo las actuaciones de quienes nos representan, sean de uno u otro sesgo. Sus enfrentamientos de altura política y bajeza moral son los que nos realmente nos dividen. En este sentido, la clase política se está conviertiendo en los auténticos hombres del saco. Ellos y los amiguetes que ostentan el poder económico. ¿La única solución? Indignarnos mucho y enfrentar nuestros miedos con responsabilidad y sentido común. Es la manera de dejar de sentirlos y mandar a esta tropa a tomar el té bien lejos.

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