martes, 13 de diciembre de 2011

De ratones y hombres

He de dar las gracias a Cristiano Ronaldo por respirar. Tal cual. Si me lo encontrara ahora, y antes de concederle la oportunidad de sacudirme un mandoble, le diría que le llevo en mis oraciones y que su sola presencia en este mundo cruel me ha dado, y me dará, para muchas entradas de un blog en el que tiendo a decir lo que me sale de la peineta.
No esa peineta sino otra, es lo que Ronaldo nos hace cada vez que algo no se aviene a sus deseos y pilla una rabieta. Lo que ocurre es que hay quien lo ve y se ofende, lo ve y le jalea, lo ve y sufre e incluso quien, como yo misma, lo ve y le entra un tan superficial como indiferente desprecio. El niño Cristiano es eso, un niño. O mejor (algo de respeto, que ya va teniendo una edad), un niñato. Un tipo maleducado, grosero, incapaz de comprender que el sol saldrá mañana cuando él ya no esté y el balón de oro, tarde o temprano, caerá en otros pies. El dinero, la chulería marca de la casa y ese afán suyo por ser el más guapo de los poligoneros le ha emparejado con otra que tal baila, una modelo estupendísima, con más tetas que cerebro, e igual de maleducada. La incultura es lo que tiene, que crees que tu posición te permite ciertas licencias, entre ellas relacionarte a través de insultos y bufidos. Espero que los años le vayan poniendo el humor a temperatura ambiente, porque el calentón juvenil le está empezando a durar demasiado.
No le vendrían mal a este gran jugador y persona del montón, unas clases de actuación. Para aprender a fingir, más que nada. No digo en la cama, porque seguramente eso no irá ni con él ni con las damas que le hagan compañía a lo largo de su paso por la tierra que tanto nos colma de bendiciones. Me refiero a fingir en la vida, intentar convencer a los demás que no solo te interesan ellos sino lo que dicen; aparentar las buenas formas que no tienes y una educación más o menos potable.
Bien pensado, esto de fingir es una gran paradoja. Lo ejercitan quienes, creyéndose inferiores, aspiran a que les vean superiores. Vano intento, porque algo así se detecta antes que una caries. Y también lo practican quienes, teniendo la cabeza amueblada estilo Luis XV (vamos, que no falta de nada), deben compartir parte de sus vidas con gentes, lugares e incluso trabajos superficiales. Es mucho más fácil que a estos últimos no se les pille, porque será precisamente la inteligencia lo que les hará más comedidos, menos dados a meter la pata y razonablemente bien dispuestos a contemporizar con amebas que bastante tienen con saber vestirse cada mañana. Hay circunstancias que te llevan a ello, a moverte cual agente encubierto, observando y actuando, guardando el tesoro de lo que eres para sobrevivir día a día con personas de conversación hosca, comportamiento de patio de colegio e ideas de pata de banco. Gentes a las que les cuentas que el gato de Schrödinger está muerto y vivo y te miran cómo si se te faltara un hervor o tuvieras subidón de pirulas (esos que tienden a identificar sus propias carencias en el espejo de los demás. Y no sigo por ahí que luego me dicen que personalizo).
No es fácil esconder las propias opiniones. Como imposible es, para alguien medianamente inteligente, no sacarlas cuando te aprietan las tuercas. Es entonces cuando temes que se descubra el pastel y te veas obligado a demostrar que eres alguien que razonas, que has calado a todos al primer vistazo y que te sientes capaz de predecir, no ya el futuro, sino los comportamientos presentes y venideros dependiendo de la personalidad de las partes. El truco no consiste en tener dotes de vidente, echar las cartas o leer la mano: es saber ver, saber analizar y saber sacar conclusiones.
No creo que el amigo Ronaldo pierda el tiempo en tamaño ejercicio de inteligencia intelectual o emocional. Él primero actúa y luego habla. Lo de pensar, a lo mejor, se lo deja a los asesores. Se cree un elefante y seguramente tendrá unos valiosos colmillos de marfil, pero en el fondo no es más que un ratón, un chaval con unas bases muy pocos sólidas, a quien un talento inesperado le ha colocado donde está, pero cuando el talento se vaya diluyendo, que ocurrirá, deberá hacer gala de toda su sabiduría de barrio para no ser devorado por los depredadores de la selva.
Y a todo esto, Mourinho amenaza con protagonizar un programita de dibujos animados. Que tiemble Homer Simpson. Este le quita el curro, la birra y, si nos ponemos, hasta a Marge.

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