sábado, 3 de diciembre de 2011

El apego

Cómo nos gusta a los seres humanos recrearnos en ese invento llamado apego. El apego al lugar donde naciste, a tu casa, a tu coche, a tu primer amor, a tu mejor amigo de la infancia.... Un sentimiento noble que, a veces, juega en el equipo contrario.
Toda vida tiene etapas y toda etapa tiene sus circunstancias, actores y elementos que la hacen distinta y única. Pasar de una etapa a otra, ser capaz de saltar obstáculos, de dejar atrás las vallas y seguir corriendo es lo que nos hace madurar y alcanzar la meta o las metas que todos nos hemos puesto. El apego excesivo hacia asuntos del pasado, aun siendo en cierta manera natural, es el que, siguiendo con términos deportivos, produce caídas y lesiones, ralentizando el lógico fluir de nuestra carrera. Uno no puede vivir dependiendo de encontrar o recuperar un amor como el primero o un amigo que le entendiera tanto como aquel compañero de pupitre. Primero, porque es imposible; segundo, porque es frustrante; tercero, porque te impide vivir otras sensaciones, cometer errores, iniciar historias y disfrutar de ellas, algo fundamental en el crecimiento personal.
No obstante, reconozco que cuando te arrancan algo o de alguien que verdaderamente te importa, puede resultar devastador. Más que nada porque, en ese momento, uno se encuentra perdido, sin puntos cardinales a los que agarrarse, solo y perplejo. Ayer escuchaba en las noticias que, antes de diciembre, está previsto que alrededor de 50.000 personas abandonen este nuestro país a la búsqueda de un trabajo y una vida digna. Como ya dije en otro post, puedo entender la desazón y la injusticia que esto supone, pero, puestos ya en lo inevitable, también comprendo que la única forma de encararlo es con optimismo, pensando que realmente va a ser para mejor y guardando el pasado en una maleta ahí, en el trastero, donde la nostalgia esté perfectamente controlada. Yo misma fantaseo casi cada día con irme de España, y, poco a poco, dejo de verlo como una idea peregrina para concebirlo como algo perfectamente factible. De hecho, es como si cada flecha que encuentro en el camino me llevara hacia la misma dirección.
Insisto en que un país que permite esta marea migratoria es un país fracasado en el ejercicio de sus políticas. Una nación a la que le va a costar decenios recuperar el capital humano que ahora pierde. Porque si la ida es traumática, la vuelta, una vez dejado atrás el lastre de tus recuerdos y querencias, puede resultar prácticamente inviable. Y recordemos que a un país lo hacen sus gentes. Por tanto, dejarles marchar implica, por encima de todo, un gran ejercicio de irresponsabilidad.
El desapego, cuando es lógico y necesario, conduce a la madurez. Ser consciente de que uno ya no es física, emocional o económicamente dependiente de algo o de alguien lleva, con un poco de tiempo y reflexión, al crecimiento y a la libertad para poder elegir, hacer y deshacer. No obstante, poniéndonos en el lado contrario, a todos nos cuesta dejar ir a esa persona o personas que teníamos como comodín y a la que recurríamos cada vez que entrábamos en bajón emocional (esto tampoco es que sea muy justo, pero bueno). Perdón, no a todos. Pegando uno de esos saltos de pértiga que me gustan a mí, opino que el Estado, como gran valedor, tiene que intentar, por todos los medios, evitar el desapego ciudadano y abandonar ese papel de madrastra de Cenicientas al que, últimamente, nos tiene tan acostumbrados.
Y es que, efectivamente, aquí seguimos, dudando y desconfiando de todas las instituciones que componen el cuadro estatal de los tres poderes: político, económico y judicial. Nos sentimos traicionados, heridos y humillados y, por lo tanto, no nos convencen esos nuevos y tímidos intentos de los más guapos del reino pidiéndonos que volvamos a ser novios. Normal. Cualquier estadista sabe, perfectamente, que lo que de verdad cohesiona al pueblo con sus instituciones es una situación de guerra, siempre que dicha guerra sea contra otro país o con un grupúsculo interno cuya arma principal sea el ejercicio del terror. Al margen de esta situación, a todas luces excepcional, los desbarres económicos y las crisis políticas siembran el descontento y, por lo tanto, también el desencanto. Muy duro volver a quererno después de habernos apaleado sin miramientos.
Alguien decía una vez que el no ser capaz de sentir nada por nadie es una de las características fundamentales de la psicopatía. El apego excesivo hacia algo que ya tuvo su tiempo y espacio es inmaduro, pero el desapego total es kamikaze. Destructivo, caótico y letal. Estamos formando generaciones para luego desentedernos de ellas, educándolas en la resignación y en la ausencia. Y, sinceramente, no creo que merezca la pena matarte a entrenar para luego competir siempre en la misma carrera amañada. Ellos verán. Y nosotros, seguiremos tomando nota.



                             

No hay comentarios:

Publicar un comentario