viernes, 9 de diciembre de 2011

La pelota de Dilma

Brasil está de moda. El país latinoamericano concentra gran parte de los acontecimientos culturales y deportivos que tendrán lugar los próximos años, lo que implica el desembarco de enormes cantidades de capital en forma de subvenciones y el desarrollo de la industria interior para hacer frente al progreso que se requiere de una nación en la que se ha depositado tamaña responsabilidad.
Al margen de este protagonismo universal, Brasil es un país emergente por muchas causa. Por el carisma y el tirón internacional de su anterior presidente, Lula Da Silva (el único que, dentro de sus limitaciones, ha sabido ser valedor del grito de "no nos falles"), porque tuvo la coherencia de no invertir en entidades estadounidenses ahogadas en las llamadas hipotecas basuras, y por ser una nación rica en materias primas, capaz de desarrollar políticas que beneficien sus exportaciones en tiempos de asfixia de las industrias internas.
Lógicamente, esto no fue siempre así y Brasil vivió épocas muy difíciles, como la caída de las exportaciones de café (estrella indiscutible de sus ventas) tras las dos grandes guerras mundiales, en beneficio del auge en el consumo de otros bienes primarios. Y tampoco mereció la simpatía internacional de la que ahora goza. Asuntos futbolísticos aparte, la explotación indiscriminada de la selva amazónica tuvo sus consecuencias ecológicas (el mutilar uno de los grandes pulmones, no solo de América sino también del mundo) y antropológicas (la relación amor/odio con las comunidades indígenas. Amor en el sentido de asimilación y reivindicación cultural; odio en lo que respecta a su empeño en seguir ocupando territorios que el país pretendía destinar a otros fines). Cuando todos estábamos recreándonos en la evolución de una nación emergente, empeñada en ser el motor de la región, al margen de la crisis y a punto de convertirse -si no lo es ya- en gran receptora de capital humano, va la legislación brasileña y, sin rubor alguno, inaugura a su particular retrovisión. Atormentados por las continuas demandas de los agricultores y ganaderos brasileños, los legisladores trabajan elaborando nuevas leyes que permiten habilitar territorio virgen de la selva para satisfacer las necesidades de aquellos, con lo que, nuevamente, regresamos a los tiempos del saqueo de la Amazonia. No solo eso: en el nuevo proyecto de ley, que trae de cabeza a las organizaciones ecologistas, se prevé una amnistía total para los terratenientes acusados de deforestar la selva. Así, con un par.
Este ente extraño en forma de ley pretende volver al Brasil de terratenientes orgullosos y tercos, empeñados en hacer negocio con un bien innegociable. Se olvidan ellos, y parece que nos olvidamos todos, de que el país se comprometió en su día a cumplir con ciertos acuerdos medioambientales de rango internacional, algo que se pasarán por el forro si este puñado de normas se hacen efectivas. Dilma Rousseff, ex guerrillera, delfín de Lula y a la que parece no temblarle el pulso a la hora de destituir ministros bajo sospecha de corrupción, es la que tiene ahora la pelota en su campo. A ella, y solo a ella, le corresponde la potestad de vetar tamaño desbarajuste. Prueba de fuego para quien ha prometido servir al pueblo y no a los intereses que mueven las elites. Es ahora cuando Brasil tendrá que dar el do del pecho y no en la inauguración del Mundial de fútbol, allá por 2014. Más que nada porque de la decisión de uno depende el bien común. La presidenta Dilma lo sabe, por eso estamos ahora mismo mirando al otro lado del Océano. Nos han metido un gol y exigimos la remontada. Solo necesitamos un poco de ayuda.

P.D.: Por lo que veo, Zapatero sigue entregado a sus últimas voluntades, repartiendo indultos a quien menos lo merece. A eso se le llama morir matando. O morir matándonos. Si pretende que la historia lo redima, éste no es el mejor camino. No se puede perdonar a empresarios y banqueros que nos han llevado a la ruina justificando que lo haces por que se trata de buenas personas y ciudadanos intachables víctimas de un desliz. Lo único que demuestras con semejantes decisiones es quiénes son los que de verdad han manejado tus cuerdas mientas ejercías el poder. Allá cada uno con su conciencia.

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