martes, 18 de septiembre de 2012

Ausencia

Nunca pensé que Esperanza Aguirre dejara este mundo (el de la política, me refiero) en una fecha para mí tan señalada. No puedo más que darle las gracias por haber elegido semejante momento.
En cuanto saltó la noticia, he de confesar que pensé que era una broma. De muy buen gusto, por cierto. Luego me quedé anonadada, para después dar paso a la euforia y, casi de inmediato, a la reflexión. Porque con Esperanza Aguirre fuera de la política se nos rompe también ese muñeco de feria al que nos gustaba tanto arrojarle bolas cuando se ponía a tiro. A ella le daba más o menos igual (que hablen de mí aunque sea mal) y a nosotros nos encantaba meternos con sus salidas de madre y sus padre nuestros. Y así, entre toma y daca, muchas de cal y pocas de arena, pasábamos el rato.
En mi opinión, y supongo que tiene bastante que ver el que no comulgue con su ideología ni la de su partido, Esperanza fue una política pésima y una presidenta mediocre. No pillo muy bien el razonamiento de aquellos que la definen como animal político a no ser que esta expresión equivalga a la de bestia parlamentaria: respondona, antipática, dictadora en las formas y los fondos y presta a disparar antes de preguntar. Cuando era ministra me parecía un personaje gris tirando a patético; de presidenta del Senado no reparé en ella (el Senado solo me impresionó el día que fui a visitarlo) y durante su etapa en la Comunidad de Madrid poco puedo decir a su favor, empezando por el tamayazo que la encumbró y rematando con este deseo de muerte rápida dirigido a los arquitectos con el que nos obsequió hace bien poco.
Desconozco las razones por las que se ha ido. Si es por enfermedad, lo siento mucho; hay personas muy cercanas a mí que están sufriendo por lo mismo y no puedo más que desearle una pronta recuperación. Si es porque se ha visto obligada, algo habrá hecho. En todo caso, mucho me temo que por dónde ha pisado Esperanza no volverá a crecer la hierba: la ex presidenta deja tras de sí una gestión oscura disfrazada de grandes logros que esconden monstruosas deudas; un proyecto infame y consentidor en forma de Eurovegas que nos va a traer a todos por la calle del vicio y la amargura; una pelea de patio de colegio con Gallardón, otro que tal baila, y un presidente en funciones, presuntamente chanchullero, a quien no ha elegido nadie.
Al margen de los encendidos elogios de rigor, los análisis torticeros de la dimisión y las teorías de todos aquellos visionarios que harán cábalas sobre el cómo, el dónde y el por qué de Aguirre, el Partido Popular les debe a los sufridores madrileños una convocatoria de elecciones. Por responsabilidad democrática y deber ciudadano. Tal vez no lo haga; sabe que, de hacerlo, puede perder uno de sus bastiones más agradecidos. Pero yo de ellos no me preocuparía tanto: el merdel de todos estos años de esperanzador gobierno liberal, conservador o con mechas ha salpicado tanto las instituciones que el cambio es solo una metáfora rancia para uso y abuso de poetas desengañados. Claro que siempre existe la posibilidad de que Ignacio González, el sustituto, saque su mejor repertorio de corruptelas y le ponga en bandeja a la izquierda su propia cabeza, cosa que al día de hoy tampoco me extrañaría mucho.
Pescadores de  las redes sociales interpretaban ayer la caída de Esperanza como la bicoca que nos salvará a todos. Permítanme que lo dude. Como afirma Julio Anguita, ninguna formación política (incluida la que él mismo presidió) puede ahora mismo sacar a España del atolladero en la que anda metida. A este tipo de mesianismo de izquierdas me refería cuando decía que me molestaban mucho aquellos que teorizan tanto y tan dogmáticamente sobre el fin de la crisis, apropiándose de soluciones de pandereta imposibles de llevar a cabo en un contexto global. Porque todos tenemos estupendas teorías y finales felices, pero estoy convencida de que nos costaría la vida aplicarlos con la jungla que hay ahí fuera. Aunque, mira, mientras sus proclamas incendiarias les den resultado ante este electorado que solo piensa en salir a las barricadas sin reflexionar ni el cómo ni el por qué, olé sus pelotas.
Yo a Esperanza la voy a echar de menos. Y lo digo así, a pecho descubierto. Me ha dado grandes momentos epistolares. Es cierto que siempre me quedará Ana Botella, pero no es lo mismo: le falta instinto y le sobra laca. No sé ya contra quién barruntar. Quizás este blog empieza a tener los días contados.





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