domingo, 16 de septiembre de 2012

No controles

Uno de los principios que te enseñan en la carrera de Periodismo es que la modernidad de un país y su grado de desarrollo es directamente proporcional a la libertad de prensa de la que goza, entendiendo por ello la falta de control político de los medios. Solo ateniéndonos a esta definición, en España, después de años dando un pasito pa'lante y otro pa'trás (¡María!) hemos comenzado una carrera hacia el pasado a tal velocidad que no creo que haya ninguna nación que nos pille. Somos el Bolt del retroceso, el Phelps de la regresión.
Este gobierno tiene una cosa clara: el devenir político está íntimamente relacionado con el control que ejerzas sobre los medios. Semejante discurso posee una raíz histórica anclada en los inicios de la democracia, y quien no lo crea que se vaya a echar un vistazo a lo que pasó en América tras la aprobación de la Pepa por las cortes de Cádiz. En aquellos tiempos, gran parte del triunfo de un candidato tenía que ver con el uso (y también abuso) que ejercía sobre la prensa. Y esta íntima relación de amantes, que no de amigos, ha continuado perviviendo a lo largo de los años, de tal manera que, a pesar de la tan mentada crisis de los medios, éstos son fundamentales para el libre ejercicio del poder por el gobierno de turno.
Como sucede en tantas otras cosas, aquí la libertad de unos depende de la esclavitud de otros, y el que no tiene los huevos bien grandes para ejercer dominio absoluto sobre lo que se cuenta al pueblo, es que es  medio lelo. Sin embargo, aunque semejante desempeño del control no haya cambiado mucho en sus bases y desarrollo, lo que sí ha mutado es la percepción que se tiene de él, llegando al resultado de, como diría el anuncio: "yo no soy tonto".
No somos tontos cuando, después de haber ido a una manifestación donde, debido a la avalancha de gente, no te has podido mover del sitio en tres cuartos de hora como mínimo, la delegada del gobierno nos suelte que salieron a la calle unos cinco o seis ociosos. Y gracias al buen tiempo, imagino. Tampoco somos tontos cuando una reivindicación protagonizada por más de un millón de almas en Barcelona (no voy a entrar en su significado político porque me haría un ovillo) queda relegada a unos ridículos minutos de Telediario allá, por donde amanecen los deportes. Estos son solo dos ejemplos recientes, pero si alguien alberga alguna duda, le recomiendo que eche, de vez en cuando, un vistazo al Teletexto de La 1 (juro que todavía existe). O más a menudo si quiere reírse un rato y ver el lado cómico de la crisis.
Cuando repasamos el signo político de las grandes corporaciones que controlan los medios se nos caen los pelos del sombrajo. Entre el llamado centro (ese lugar de la carretera donde solo encontramos latas de coca cola vacías y armadillos muertos, según recogía un politólogo cuyo nombre soy incapaz de recordar) y la ultraderecha se mueven la mayor parte de las sinergías, todos siguiendo los mismos dictados y peleando por idéntico pastel. No me extraña que estemos adocenados. Adocenados y cabreados, porque imagino que los oyentes de RNE andarán, a estas horas, intentando cortarse las venas con el cuchillo de la mantequilla. Como mínimo.
Tan preocupante al menos como este control/descontrol que vivimos, es la purga periodística, esa limpieza étnica que está dejando en la calle a los protestones mientras las oficinas se llenan de afines. Si algo me ha enseñado la vida es que una empresa no funciona nunca a base de pelotas y gente que diga a todo que sí aunque, por la espalda, se cague en tus muertos. La disensión alimenta el progreso; la discusión recarga las pilas pero, ante las ventajas del pensamiento único, que, indefectiblemente, lleva a no pensar, no hay color.
Y, a pesar de todo, yo del gobierno me preocuparía. Porque, aun sin desmerecer los ímprobos esfuerzos por esparcir su propaganda, intentar que nos entre en la mollera que la tortura a la que nos someten es lo ideal para nosotros, que vendrán tiempos mejores etc. etc., el discurso no nos entra en la cabeza. Somos plenamente conscientes de cómo, cuándo y dónde nos quieren utilizar, lo cual indica que algo están haciendo muy mal. Y no, no se trata de que llamen a cuartelillo a los fantasmas de la censura pasada, presente y futura, sino de que intenten tapar sus despropósitos con toros, encendidos elogios al folclore patrio y persecuciones lanzadas contra quienes no piensan como ellos. Porque si algo alimenta al carácter español (al margen de la envidia, la queja y esta cosa católico-político-económica de que el sufrimiento te lleva al cielo) es que las víctimas nos hacen mucha gracia, mire usted. Y ahora mismo, tenemos más que verdugos. Señor Rajoy, no le arriendo la ganancia.


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