lunes, 4 de marzo de 2013

Asuntos muy interiores

En España tenemos la suerte de contar con un Ministro de Interior que cree en los milagros. Y digo suerte porque, "con la que está cayendo" (sí, ya sé que todos estamos más que hartos de la frasecita) solo nos puede salvar del desastre una intervención divina. Por ello, insisto, me parece que este Fernández Díaz nos viene al pelo, con su religiosidad extrema y su firme creencia en que la virgen de Fátima bajó a la tierra para librarnos de esa plaga llamada comunismo. No me lo estoy inventando; lo dijo él mismo con su mecanismo en un encuentro con colegas. Todos hombres, por supuesto.
El problema de Fernández Díaz es que es más de otra época que de la actual o, traducido al lenguaje llano, está más pa'llá que pa'cá. El virginiano se confiesa tan católico como el Santo Padre (o ex Santo Padre) y eso le lleva a sufrir ciertos desvaríos de conciencia respecto a la moderna sociedad civil en la que le ha tocado mandar. De la misma forma que tiene como asesor de la Policía y la Guardia Civil a Emilio Hellín, el asesino confeso de la muy roja Yolanda González allá por los 80 (y desconozco si todavía miembro de Fuerza Nueva o alguno de sus sucedáneos), el otro día le dio por reflexionar sobre sus cosas, entre ellas las innobles consecuencias del matrimonio homosexual. Y ay, amigos, si ya es jodido tener que aguantar que una pareja del mismo sexo se amancebe por lo civil y haga guarrerías en la intimidad, lo verdaderamente insoportable es pensar que no van a procrear jamás. Vamos directos a la extinción de la raza.
Si con eso de extinción de la raza viene implícito el que no nacerán más ejemplares como el señor ministro, no digo yo que el colectivo gay no nos esté haciendo un favor a la humanidad. Hay que ser carca para deslumbrar a la opinión pública con tamaño ensalzamiento de la libertad individual, pero hay que ser rematadamente torpe y deber muchos, muchos favores para encumbrar a un individuo de esta ralea como Ministro del Interior al mando de las Fuerzas de Seguridad del Estado y con acceso directo a los archivos más secretos de este país, incluidos los referidos a la lucha antiterrorista. Y no digo yo que un ministro no tenga derecho a profesar sus creencias y orar hacia la Meca o comulgar todos los domingos, pero el puesto te obliga a dejar tus pasiones sacramentales en la intimidad y no convertirlas, precisamente, en un acto de fe gubernamental.
Además, dentro de esta apreciación sobre los homosexuales y la familia, familia (Gallardón, echamos de menos tus discursos ultras), Fernández Díaz comete un error de bulto. Y es que no son los gays los que más hacen precisamente por la extinción de la humanidad tal y como la conocemos; es la Iglesia Católica quien más predica la castidad y niega la coyunda. Imagino que el Vaticano tiene que ser el estado mundial que ostenta el récord de menor número de nacimientos, así que primero mire usted la sotana del de al lado y luego hable. Que yo sepa, insisto, aquellos a quienes tanto admira tienen el sagrado deber de no procrear y ni curas y monjas son muy dados a intercambiar fluidos con resultados de embrión. Al menos de cara a la galería.
Insisto en que a mí me parece bien que los miembros del gobierno se encomienden a Dios. A fin de cuentas, tienen entre ellos a una virgen de Fátima, que si no lo es, da el pego. Pero el que les pique tanto el tema de la homosexualidad origina demasiados malos pensamientos entre el populacho. Recordemos que, en su día, hasta el mismísimo Rajoy fue objeto de cotilleos sangrantes que afirmaban que lo suyo con Elvira era un matrimonio de conveniencia orquestado por Fraga, quien no quería que la vida privada de su delfín diera lugar a habladurías en claro desacuerdo con la recta moral del Partido Popular.
Así que, para evitar malos entendidos y conseguir que este llanero solitario se centre en sus asuntos que son los nuestros, en primer lugar, evitaría las palabras desbocadas, dejaría a la virgen en los altares, que bastante tiene la pobre con llorar lágrimas de sangre y, si no es mucho pedir, mandaría al tal Hellín a purgar el pecado de haber asesinado a sangre fría a una niña de 19 años solo por ser una luchadora en pro de los derechos de la clase obrera. Aunque para milagros, a Lourdes ¿verdad, ministro?

P.D.: En mi anterior post decía que nunca había visto a Urdangarín en persona. Es mentira. Coincidimos en un evento en Barcelona hace unos años, pero juro que no lo recordaba. Mea culpa: por mucho que me esfuerzo en lo contrario, siempre acabo borrando de mi mente a las personas que me parecen muy poco importantes. Qué se le va a hacer....


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