sábado, 16 de marzo de 2013

Todas las canciones hablan de mí

Ya no me suele ocurrir con tanta frecuencia, pero cuando empecé este blog observé un fenómeno curioso: había personas cercanas que no solo se identificaban con cosas que yo contaba sino que incluso pensaban que hablaba directamente de ellas. Un fenómeno curioso, en tanto en cuanto la mayoría de nosotros vivimos experiencias similares, aunque las conclusiones extraídas de ellas pueden diferir enormemente de un individuo a otro. En ese sentido, es normal que todos notemos cierta afinidad con lo que le ocurre a otro, al menos con los detalles. Lo que no deja de fascinarme es cómo hay quien se cree protagonista de todo, lo que vendría a ser el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro.
Normalmente, y se me puede escapar algo, cuando me he referido a terceras personas, lo he dicho. Me basaba en historias o vivencias de otros que, por lo tanto, no eran las mías. Incluso, en muy contadas ocasiones, he incluido nombres. La mayoría de las veces hablo de conclusiones muy personales producto de la observación o de la propia experiencia. Si quiero incluir a un tercero lo hago y, la verdad, es que no me corto. Pero, aun asumiendo que muchas veces me pierdo en generalidades, me sigue sorprendiendo el que haya quien piense, ya no solo que una canción habla de él, un libro refleja su historia y una película es su biografía con imágenes y sonidos, sino que esté convencido de que cualquier charla versa sobre él y que hasta la mínima cosa que se te ocurra contar sea, en realidad, un retrato de sus vivencias. Me refiero a esos curiosos seres que, en cuanto expones cualquier peregrina teoría, te interrumpen para decir que eso ya lo han pasado ellos, que eso se les aplicaría perfectamente o que justo es lo que les está ocurriendo en ese momento. No doy crédito. Tampoco es que lo merezcan.
En lo que a mí respecta, ando muy lejos de creer que haya gente que piense en mí porque no tenga otra actividad más interesante a la que entregarse. De hecho, cuando he pasado por momentos bajos, le decía a quien tuviera más cerca que, por favor, pensara en mí. Cuando lo hacía era porque estaba convencida que no se trataba de algo a lo que dedicara ni tan siquiera unos minutos de su vida. Y si se le ocurría acatar mi petición que, al menos, lo demostrara. Siguiendo esta ecuación de idea y demostración, estoy convencida de que tampoco hay tanta gente que me lleve en sus pensamientos, pero a mí me basta con los que tengo y sé.
No necesito, por tanto, convencerme de que soy el centro de las reflexiones ni de las conversaciones de otros, sean para bien o para mal. De hecho, a mi autoestima se la bufa el que alguien que me importa lo que viene siendo un carajo, me critique o me olvide. Para mí es fundamental que las personas a las que aprecio y quiero tengan una idea presentable de la que esto suscribe. Los demás, espero que encuentren mejores cosas en las que emplear el cerebro.
El otro día mantenía una conversación con otro en la que le comentaba que la mejor manera de demostrar que alguien no te importa es no nombrarle. Tal vez no sea verdad, porque es fácil quitar un nombre de tu boca pero muy complicado sacarlo de tu pensamiento y suele ocurrir que, cuanto más te empeñas en no darle vueltas en la cabeza, menos lo consigues. Pero, al fin y al cabo, este ejercicio de intentar no referirte a determinados individuos te ayuda a no hablar siempre de lo mismo ni verbalizar temas similares. Yo misma he pedido en ocasiones a gente que no me mencionara a tal o cual persona: me parecía que, lo contrario, sería darle una relevancia innecesaria a alguien que ha hecho méritos para no merecerla. Solía ser una medida drástica, destinada a borrar, en la medida de lo posible, a quien me tenía hasta el mismísimo moño (por no decir otra palabra). No lo he pedido muchas veces, pero cuando lo he hecho, ha sido por muy buenas razones.
En numerosas ocasiones he dicho que desconfío de la gente que va de simpática, de tener un millón de amigos, de pasárselo siempre estupendamente y de poseer unos criterios tan certeros como inviolables. La experiencia me ha demostrado que tengo razón. Es ese tipo de gente que no solo cree que todas las canciones deberían hablar de ella, sino que se considera el centro neurálgico de todas las tramas y objeto predilecto tanto de los odios como de los amores de los demás. Y cuando alguien les demuestra que no es así, que son personas normales y corrientes, se revuelven y no lo aceptan. Tener autoestima está muy bien; hacer creer que la tienes en grado superlativo cuando te encuentras tan a merced de las decisiones ajenas se convierte en una demostración gratuita de soberbia que acaba revelando la verdad: que no eres tan simpático, ni tienes tantos amigos; que necesitas estímulos extras para pasártelo bien y que tus criterios son una pose absolutamente rígida que no admite discusiones. Una joya, vamos.
Hace poco, me encontré con una persona que me conocía. Yo a ella creía que no, pero parece ser que sí porque tenía pruebas. Según me contó, hace bastante años le dije algo que influyó mucho en un aspecto de su vida. No se me hubiera pasado por la cabeza que yo, en modo alguno, hubiera dejado tal impronta en alguien a quien no recordaba, hasta el punto de no olvidarme tras haber transcurrido más de una década. Sin embargo, cuando he querido ejercer de guía o aconsejar a un conocido que en mi opinión lo necesitaba bastante, no siempre he acertado, me ha hecho el mismo caso que al pan revenido y estoy convencida de que, a estas alturas, ni me recuerda ni debo esperarlo. ¿Qué hay que hacer para fijarte en la memoria de otros? Si lo supiera no sería Chus, sino Nelson Mandela.
Las canciones de desamor hablan de ti, de mí, nosotros y ellos ya que son universales. Y, lógicamente, tampoco siempre, porque la música tiene la magia de influir en nuestros estados de ánimo y, al revés, los estados de ánimo influyen en lo que escuchamos. Generalizar y, por ejemplo, pensar que dos personas que se reúnen para comentar sus cosas lo hacen en realidad para ponernos a caer de un burro, es de idiotas. Quizás sea verdad, pero a nadie puede influirle tanto los temas que traten otros sin estar nosotros presentes, porque sería una obsesión y una locura. La mayoría pasamos por la vida de los demás como secundarios; pretender ser siempre el protagonista podría acabar como en Eva al desnudo, otra película con la que seguramente habrá quien se sienta identificado/a.
Este blog habla de lo que habla, principalmente de mí, porque es lo que yo pienso. Si alguien se identifica con ello, no puedo venirme más arriba, pero si habla de ti, te lo diré. Prometido.



No hay comentarios:

Publicar un comentario