miércoles, 20 de marzo de 2013

Pasar por el aro

Estos días nos visitan los atléticos miembros del COI (Comité Olímpico Internacional, conocido entre los medios con el simpático nombre de CIO). Entre pata de Jabugo y despiporre en tablaos flamencos, imagino que les quedará un ratito para echar un vistazo al Madrid que nuestras autoridades quieran enseñarles y evaluar si servimos para ser sede olímpica. Y la verdad es que así, a grandes rasgos, muchas ganas de fiesta y cachondeo no creo que hayan encontrado.
Aparte de que el tiempo no les ha acompañado (llueve sobre mojado), la capital de España es, ahora mismo, una ciudad tristona. La situación del país no le hace ningún favor, pero es que, sinceramente, el jolgorio olímpico nos pilla a muchos con ganas de ná y menos. A lo mejor es que mi visión anda un pelín sesgada y debería hacer acto de contrición viendo ese bodrio llamado Splash! o Mira quien salta, donde famosos se tiran a la piscina con bañadores del SEPU, para lograr encender en mi corazón la llama olímpica y entrar directamente en la fase de exaltación de la amistad pero, la verdad, no me sale.
A mí, esto de las Olimpiadas me suena a tongo de colorines, a la fantasía definitiva del ministro Gallardón, aquel sueño erótico que le hace eyacular en cuanto ve aros entrelazados y cosas redondas. Los más afines dicen que pondría a España en el mapa de nuevo (se ve que ahora está ahí, al ladito de Júpiter a mano derecha) y que traería la prosperidad a la capital y un montón de trabajo a los españoles, que falta nos hace. Personalmente, esto de la bonanza postjuegos olímpicos, que algunos se empeñan en vender como el salario de por vida de la ONCE, me parece pan para hoy y hambre para mañana. Y si no, que se lo digan a los amigos griegos, quienes celebraron por todo lo alto Atenas 2004 y hoy están vendiendo el país a cachitos.
Los Juegos Olímpicos son, sobre todo, un gran negocio. Una empresa gigantesca de la que no nos vamos a lucrar los mindundis, sino todos aquellos afines al partido que le toque gobernar en la hora feliz, y quieran y puedan sacar tajada del invento. Por muchas subvenciones que nos suelten los señores del deporte (y ya sabemos todos lo bien que gestionamos las subvenciones en España), el mayor aporte a la financiación de unas Olimpiadas modernas proviene de compañías privadas que no donan los cuartos a cambio de nada, sino que nos hipotecan de por vida. A los particulares y a las administraciones. Dicho así, este negocio de oro, plata y bronce no tiene mucho que ver con el sueño olímpico, pero preocupa la facilidad con que algunos olvidan que dicho sueño suele tornar en pesadilla antes de Navidad.
El último ejemplo de Londres debería darnos que pensar: las Olimpiadas fueron un fracaso turístico enorme (las expectativas estaban allá por la estratosfera) y los gastos sobrepasaron en mucho a los ingresos. Trasládese ese panorama a España, un país ahogado por las deudas y, por lo que parece, más que dispuesto a contraer muchas más. Imagino que el PP tiene un montón de acreedores llamando a la puerta reclamando el negocio prometido; habrá que darle salida a tanto compromiso. Y no es que no queramos que nuestras ciudades se llenen de deportistas de día pasándoselo teta en la Villa Olímpica de noche: es que a nosotros no nos apetece un mojón pagar algo que servirá para poca cosa más que para tener a un montón de desempleados y estudiantes muy ocupados ejerciendo de voluntarios olímpicos durante un mes.
Quizás sea demasiado dura en mis apreciaciones, pero es que no puedo ser optimista porque me conozco el percal. Es parecido a lo que ocurre en el gran timo de Eurovegas, con el sur de Madrid cegado por las oportunidades laborales que muchos no vemos, en tanto en cuanto sus ideólogos están dispuesto a pasarse el Estatuto de los Trabajadores por el forro. Es cierto que en España somos de carácter abierto y generoso, pero dejar campar a sus anchas a una empresa que está siendo cuestionada en numerosos  países tras, supuestamente, cometer delitos de diversa índole y, encima, haciéndole reverencias, es de insensatos, ignorantes y cómplices. Me gustaría ver oportunidades de prosperidad saliendo a borbotones de las máquinas tragaperras, pero no lo consigo y, sobre todo, no me lo creo. Como decía mi abuela, nadie da duros a cuatro pesetas. Lo mismo estamos tan contentos porque creemos que hemos ganado algo y, al llegar a casa, nos damos cuenta de que, mientras lo celebrábamos, nos han saqueado hasta las anginas.
Ayer, alguien recordaba que el comisario Montalbano, el genial y admiradísimo personaje pergeñado por el no menos admirado Andrea Camilleri, decía que había que modificar el artículo 1 de la Constitución italiana y poner aquello de "Italia es una República basada en la venta de droga, el retraso sistemático y el parloteo vano". Sí, ya sé, España es diferente. Sí, somos una monarquía. De momento…


No hay comentarios:

Publicar un comentario