domingo, 3 de marzo de 2013

Pesca de altura

Todos tenemos un prototipo físico que nos gusta más que otro, lo cual no quiere decir que, al final, las personas que lo representen nos acaben encantando. En mi caso, desde pequeña (o desde que empecé a fijarme en el sexo opuesto, que he de decir fue bastante tarde) siempre me han atraído más los hombres altos y morenos. Cuanto más altos y más morenos, mejor. Lo que no quiere decir que mi fascinación haya sido correspondida y, que yo sepa, hasta el día de hoy jamás le he gustado a ningún tipo alto y moreno (por favor, si alguien posee algún indicio de lo contrario, que me lo cuente; me haría ilusión); ya no digo aquello de pretenderte en plan "quiero que seas la madre de mis hijos" sino en el de "vamos a probar y, al menos, pasar un rato divertido". Nada de nada.
No es que esté especialmente frustrada con el tema. A medida que transcurre el tiempo te das cuenta, no ya de que la belleza está en el interior, sino que lo que te atrae de verdad y permite establecer lazos duraderos no reside en el color de piel ni en los palmos que le mide a alguien el torso o las piernas, por no decir otra cosa; el entenderte con el de al lado es cuestión de química, de piel, sin tener en cuenta la extensión de la misma. 
No obstante, a pesar de que mis exquisiteces con el físico han ido diluyéndose a medida que he conocido gente y me he dado cuenta de que no es oro todo lo que reluce por encima de la altura media, he de reconocer que guardo ciertos prejuicios allá muy al fondo, justo donde escondo mi querencia por varias películas americanas de temática teen. Y que esos prejuicios los enfoco hacia personas de un aspecto muy determinado. No voy a entrar en detalles, porque la gente que me conoce ya lo sabe y a los demás les importa un carajo, pero hay un prototipo de físico con el que no puedo, imagino que porque siempre he tenido malas o malísimas experiencias con aquellos encuadrados dentro de ciertos cuerpos. No estoy nada orgullosa de ello, pero no puedo evitarlo y, a medida que pasa el tiempo, en vez de ser más tolerante, lo soy menos. Todos somos hijos de nuestra propia experiencia y hay quien no soporta a los nativos de un signo del zodíaco o a los que ostentan un nombre determinado (aquí también tendría algo que decir, pero imagino que se debe solo a la casualidad, que es muy perra). Yo he vivido cosas y esas cosas me han llevado a desconfiar muy mucho de ciertos genotipos. Punto.
Volviendo al tema de la altura, todos hemos leído u oído alguna vez que los hombres altos tienen más posibilidades de alcanzar el éxito profesional y recibir sueldos más dignos que la media. Me parece una barbaridad. Es posible que el físico imponga, pero uno no tiene la culpa del buen o mal día que vivieron sus padres cuando decidieron poner en práctica lo de las abejitas y la miel. Además, creo que la persona que deposita en su exterior toda la confianza en sí mismo descuida gran parte de su interior que es, al fin y al cabo, el lugar donde reside la capacidad de mantener el éxito al que la vida te ha llevado por pura chiripa. He conocido a gente baja encuadrada en el grupo de los muy inútiles, pero también a altos cuyas supuestas virtudes interiores se alejan muy, mucho de lo que debería de ser considerada una media aceptable.
El otro día, leí en algún sitio (y perdón si mis palabras no son exactas) que el duque de Palma se había quejado ante uno de sus escoltas diciendo que no entendía qué había hecho él para merecer ser víctima de tamaño escarnio. El escolta, a quien imagino otro de ésos que vive de su físico pero que no se distingue por leer a Kant precisamente, le respondía que todo le pasaba "por ser tan alto y tan guapo". Ejem. No discuto que el presunto chorizo se alto. Jamás me lo han presentado, aunque sí me lo han descrito. Respecto a lo de guapo, he de reconocer que se aleja bastantes pueblos de lo que yo consideraría un hombre de físico atractivo pero, vamos, como a mí no me tiene que gustar, me da exactamente igual. Lo que sí habría que decirle al señor alto y guapo es que no está usted metido en este embrollo por ser una maravilla de la naturaleza, sino por ladrón, mentiroso y miserable. Y hasta que no lo entienda, no va a usted a salir de ésta. Lógicamente, si a lo mejor el individuo que responde al nombre de Iñaki hubiera sido de natural bajo, lo mismo estaría ahora trabajando de ayudante de pescadero o en la cola del INEM y algunas Comunidades Autónomas tendrían las arcas un poco más llenas, pero ya digo que la vida es a veces puñetera, te dota de dones físicos y te lo pone tan fácil que en ocasiones das por hecho que la inteligencia se ha desarrollado a la par que el cuerpo. Y no es así, aunque casi puedo entenderlo: ¿si la gente se rinde a tus encantos nada más entrar por la puerta, para qué aprender a multiplicar o ir más allá del Ola ke ase? A las respuestas de los concursos de misses me remito.
Nuestra familia real es de natural elevado, ya no digo de abolengo, sino de figura. Y, sin embargo, ahora entendemos que el físico no ha ido acompañado de unos mínimos intelectuales. Antes no me producía ni frío ni calor cuando escuchaba al pueblo decir a su paso aquello de "¡qué altos son!". Ahora me entrarían ganas de gritar "¡muy altos de cuerpo, pero muy bajos de moral!". Quizás esa dificultad de expresión que les hace tan campechanos nos indique más una mengua intelectual que otra cosa. Porque si el tienes la inmensa potra de que el físico te acompañe, al menos, ten la decencia de construir una dignidad y una ética a su medida. La suerte no lo es todo en la vida. Y aquí el yernísimo está empezando a descubrirlo.
Claro que, en el otro extremo, se encuentra la gente con complejos que, después de haberlas pasado canutas de pequeños, han optado por la venganza, abrazando la santa misión de hacernos pagar a todos tantos años de escarnio. Si repasamos la historia, algo así ocurrió con Hitler y Franco (me vienen a la mente alguno de los presidentes recientes, no solo de España, también del extranjero), pero no hace falta buscar muy lejos para encontrar ejemplos: yo misma podría citar alguna persona conocida a la que el físico no le acompañaba de la manera que le hubiera gustado y nos hacía pagar por ello a varios de los que estábamos a su alrededor. 
El físico nos condiciona a todos, y cuando maduramos lo suficiente (la mayor parte de las veces a fuerza de palos) para no reparar tanto en él y ser capaces de entender que no siempre la cara o la altura es el espejo del alma y obrar en consecuencia, ya nadie se fija en nosotros y, mucho menos, escucha nuestras razones. Paradojas de la edad.
Por cierto, para quien sienta curiosidad, yo mido 1,71.


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