viernes, 15 de noviembre de 2013

Eso del cambio climático

No sé de qué forma describir cómo se nos quedó el cuerpo tras ver las imágenes de Filipinas después del paso del tifón Haiyan. Desolación, muerte, corrupción, pobreza.... las instantáneas nos retrotaían a aquella imagen de los jinetes del Apocalipsis, esos simpáticos chicos a caballo que arrasan por donde pasan.
Hablando de pasar, la tragedia filipina nos ha demostrado dos cosas: que el país está muy mal preparado para afrontar desastres naturales que a menudo les pillan con el pie cambiado, y que la comunidad internacional, salvo el esfuerzo de ciertas ONG's y algún gobierno en estado de shock, pasa de todo. Y la dejadez roza ya la indecencia, no solo porque las imágenes que nos llegan del desastre asiático ponen los pelos de punta, sino porque en estos momentos se está celebrando la Conferencia del Cambio Climático, orquestada por el ente que obedece a las siglas de ONU y que viene a ser algo así como el Senado: un organismo que sirve para poco más que para que la gente se pregunte el por qué de su existencia.
El otro día, el representante filipino en la conferencia de marras se echó a llorar mientras pronunciaba un discurso que se movía entre la súplica y la resignación. Yeb Sano intuye, como intuimos todos nosotros, que la plaga de desastres naturales obedece a la acción del mayor de los desastres que habita la tierra: el hombre. La Tierra se desgasta por el uso, pero también por el abuso que hacemos de ella cada minuto de nuestra existencia. Y no hace falta que venga el sr. Sano a recordarnos lo que somos y lo que hacemos (por cierto, el hombre se ha puesto en huelga de hambre, o de ayuno, mientras dura la Conferencia, pero creo que muy pocos se han dado por aludidos); somos plenamente conscientes de que los gobiernes asumen el problema del clima como nosotros los propósitos de Año Nuevo: con buena intención y nulo cumplimiento.
Y es que las autoridades no están por la labor de reducir las emisiones y controlar nuestra defenestración en la medida de lo posible. No solo porque elijan para cargos comprometidos con el entorno a gentes tan ineptas como Ana Botella (durante muchos años concejal de Medio Ambiente del ayuntamiento de Madrid y actualmente pésima gestora de la huelga de recogida de basuras que tanto nos está tocando las narices) sino porque son arte y parte de todo el conglomerado económico que maneja el chollazo de las energías más contaminantes. Véase, por ejemplo, un país como España, cuyo principal activo, muy por encima del turismo, sería el sol. Pues bien, éste nuestro gobierno, en lugar de tirar de energía solar para revalorizar y potenciar nuestra economía, ha hecho justo lo contrario: reducir las licencias que permitirían explotar una de nuestras grandes riquezas y regalarle a cambio todo tipo de trabas. Así nos las gastamos.
De cara a la galería nos preocupa mucho la cosa del clima, pero más nos preocupan nuestros bolsillos. Y, claro, si acabamos con el chollo del petróleo, hay varias naciones, corporaciones y lobbies que lo mismo se cabrearían. Menos mal que a nuestro rey le quitaron ese privilegio otorgado por Franco de llevarse un porcentaje por cada barril de petróleo que compraba España a sus amigos los árabes; si no, lo mismo nuestro querido monarca estaría a esta misma hora fustigándonos con el andador por ser malos españoles y peores súbditos.
No le veo yo mucho remedio a esta situación más allá de la buena voluntad de los habitantes del planeta que no estemos comprometidos económicamente con las fuentes de energía más contaminantes. Lo tenemos todo en contra. Y no solo hablo de los desastres naturales; también de los impostados. Por ejemplo, esa sentencia absolutoria en el litigio del hundimiento de Prestige, aquel barco que dejó 1.700 km de costa (no solo española) hecha unos zorros, causó problemas de salud a muchos voluntarios que acudieron a limpiar las playas afectadas y desastibilizó a un gobierno torticero (el mismo que ahora nos adorna) cuyos máximos responsables se encontraban de cacería o directamente en Babia en el momento de autos. La sentencia no encuentra culpables de semejante horror salvo el barco mismo, al que le entró la estúpida manía de vomitar mierda a cascoporro. Resulta indignante, pero lo peor es que da carta libre para que armadores, capitanes, políticos etc, se paseen por los mares en barcos que no valdrían ni para desguazarlos y obtener cobre de sus ruinas: total, si pasa algo, será porque Dios lo ha querido. Ajo y, sobre todo, agua. La justicia de los hombres es así de divina.



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