lunes, 18 de noviembre de 2013

La pianista

Estos últimos días, los medios nos han deleitado con una noticia la mar de pintoresca: una estudiante de piano estaba siendo juzgada por "maltratar psicológicamente" a su vecina al hacer prácticas con el instrumento en horas de oficina. Por instrumento me refiero al piano.
Al parecer, la vecina de marras habría llegado a padecer serios episodios de angustia y hasta problemas físicos al verse obligada a escuchar, día tras día, a la moza perpetrando sus acordes. Por semejante delito, el fiscal había solicitado una pena de siete años de cárcel para la artista, pero se ve que la chica ha pulsado la tecla sensible del personal, porque el servidor de lo público ha rebajado la petición a 20 meses, lo que le ahorraría el mal trago de pisar la cárcel pero le colgaría en su currículum unos bonitos antecedentes. Y ya sabemos lo quisquillosos que son algunos países con esto de los delitos, que lo mismo no te dejan poner un pie en el Wal Mart más próximo por muy pianista que seas o muy bien que se te dé esto de los tocamientos.
Desconozco si el caso es para tanto. Según parece, la chica aporreaba el instrumento durante el día y por las noches se dedicaba a vivir una aventura tan prosaica como es el buen dormir, lo que, en mi modesta opinión, suma un punto a su favor. A mi entender, no tiene nada que ver ensayar en horas de oficina con hacerlo a las dos de la madrugada, cuando a uno le espera un día de recortes, ajustes y mamandurrias varias. A lo mejor lo que ocurre es que la aspirante a llevarse el premio de Tú sí que vales producía una música nefasta y, claro, hay cosas que no se pueden aguantar. Aunque, pensándolo bien, por esta regla de tres, las cárceles estarían llenas de progenitores de bebés berreantes, aficionados al heavy metal, propietarios de bares y discotecas y fans recalcitrantes de José Luis Perales. Confieso que si mis vecinos me ponen a Green Day a toda pastilla 12 horas al día, lo mismo hasta les hago una tarta, pero si les da por pincharme una sesión intensiva de Bisbal, a lo mejor lo que les doy es una torta. O varias.
Lo siento por la pianista entregada, la vecina achacosa, amigos y familiares, pero también lo lamento por este país, en el que una chica cuyo delito es tocar el piano vive bajo la amenaza de la cárcel mientras otros y otras, tras haber cometido delitos graves (presumiblemente) están más anchos que panchos. Ahí tenemos, por ejemplo, al ex presidente Camps, escondiéndose como una rata en las alcantarillas de Valencia para no ser interrogado por el juez Castro como testigo del caso Noos (no vaya a ser que se revuelva aquel tema añejo de los trajes y se den cuenta de que lo que de verdad le sienta bien es el mono a rayas); o, sin alejarnos mucho de lo que importa o imputa, el traspiés de la justicia con la impoluta infanta Cristina, que, visto lo visto, ya puede arrancarle la cabeza a un bebé delante de toda España que todos miraremos hacia otro lado y fingiremos que la importante no nos ha importunado. Y es que aquí lo realmente grave pasa... de largo. El PP borra el disco duro de los ordenadores de Bárcenas y hacemos borrón y cuenta nueva; una ministra del PP recibe dinero de una trama corrupta y el resto le arrojamos confetis; unos ancianos son estafados por los grandes bancos y los detenemos por protestar mientras a los mentirosos que les engañaron les premiamos con una jubilación de pandereta. Bonito a la par que edificante.
No sé cómo acabará la desventura de la pianista, pero yo llamaría a la ciudadanía a presentar una queja al Estado por motivos igual de fundamentados. Por ejemplo, la murga que nos dio Richar Clayderman con su Balada para Adelina; o el empeño de María Jesús y su acordeón, pervirtiendo a venerables ancianos en Benidorm a ritmo de Los Pajaritos; o el pianista de Parada amargándonos la siesta de los sábados... Y no sigo porque no me llegaría el blog para hilvanar tanta protesta social. Lo mismo, entre denuncia y denuncia, haríamos un bien a España: tener a Gallardón entretenido e impedirle trabajar en su máquina del tiempo, ésa que yace en el subsuelo del Ministerio de Justicia y que está a punto de trasladarnos a la Baja Edad Media, época gloriosa del vasallaje y el derecho de pernada. No hay mal que por bien no venga... ni vecinos que lo resistan.


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