sábado, 23 de noviembre de 2013

Andar el camino

El camino se realiza andando. Vale, es una frase la mar de simple, pero como todas las simplezas, también encierra su parte racional y hasta mística.
Esta misma semana nos hemos enterado de que aquellos estudiantes que pusieron voz y cara a la protesta del movimiento estudiantil chileno han sido elegido diputados. Que sea enhorabuena. Enhorabuena a Camila, Karol, Gabriel… a sus compañeros de lucha, a quienes les escucharon y a los votantes. En el caso de Camila Vallejo, como ya expliqué en otra entrada, mi enhorabuena se haría extensiva a su pareja, Julio Sarmiento, ideólogo comunista y auténtica "inteligencia en la sombra" de aquel movimiento estudiantil que reventó las calles de Santiago. Si hacemos un poco de historia, Julio siempre fue llamado a ocupar un puesto de liderazgo ante el público y su propia formación, pero al ser cubano (recordemos que llegó a Chile para estudiar en el año 2002), creyó conveniente delegar el protagonismo en otro (otra) para no mezclar churras con merinas, esto es, para no recibir los dardos fáciles destinados al revolucionario oportunista. Sin desmerecer el talento y el carisma de Camila Vallejo, hay que incidir en la suerte que ha tenido al ser respaldada por un gran -inmenso- hombre. Si tantas veces pronunciamos esa condescendiente sentencia de "detrás de cada hombre hay una gran mujer", hay que reconocer que, en ocasiones, detrás de una gran mujer también hay un gran hombre, un tipo magnífico, capaz de renunciar a su ego (o canalizarlo de otra forma) para trabajar por y para la fémina que tiene al lado, sin envidias, sin celos, sin estupideces. Hay que ser un hombre diez para amar a una mujer excepcional.
Pero, al margen de mis teorías sobre mujeres, hombres y viceversa, a lo que quería referirme en el día de hoy es al envidiable proceso que ha seguido este movimiento estudiantil chileno, que después de sacudir el país con sus proclamas "incendiarias", ha llegado hasta el Parlamento. Al margen de que estemos o no de acuerdo con los planteamientos de estos chicos, es de justicia reconocerles el mérito de la inteligencia aplicada a la política. En su día, y a raíz del 15M, expliqué que a dicho movimiento le veía un amargo futuro si no se decidía a dar el salto a la política obviando las opiniones de todos aquellos empeñados en negarle cualquier adhesión ideológica (algo imposible, por otro lado). Lo mismo dije en su día de la revolución zapatista, a la que vaticiné un relativo gran fracaso si no se decidían a batirse en duelo en las urnas, aun con todas las dificultades que encierra la política mexicana.
Creo (y cada día estoy más convencida de ello) de que cualquier movimiento social con vocación de triunfo debe atravesar ciertas fronteras si tiene aspiraciones de continuidad y acción. El paso lógico, por tanto, es posicionarse en el marco político y plegarse a las reglas democráticas para trabajar en pos de los ideales. Porque tener ideas está muy bien, pero también hay que saber cómo concretarlas: es relativamente fácil ilusionar a la gente con promesas; lo complicado es intentar que esas promesas, esas metas fraguadas al carón de la revolución social, no se queden en cuentos.
En España sobrellevamos como podemos el estigma de una clase política chanchullera y hasta malévola. Ahora mismo, el dedicarse a la política es casi caer en lo más bajo de la escala social. Y, sin embargo, estoy convencida de que hay gente estupenda trabajando en política, ya sea en las filas de la izquierda o de esa derecha que tan poco se parece a la derecha europea. También confieso que conozco a gente que haría muy buen papel bajando al ruedo político, pero jamás aspiraría a ello porque no le apetece perder la conciencia y la dignidad en el intento. Sin embargo, normalmente solo se puede ganar si te arriesgas.
La maniobra fácil, por tanto, es agitar las calles, remover conciencias, pero siempre desde la trastienda, sin aventurarse a que aquellos que has movilizado te acusen de "político". Y eso es una pena. porque, como ya he insistido dos, tres, o quinientas veces, la única forma de cambiar el sistema, sin coste de vidas humanas, es hacerlo desde dentro. No obstante, ahí estamos, temerosos de perder apoyos, de ser acusados de desleales si nos liamos la manta a la cabeza y luchamos por lo nuestro, por lo de todos, desde las listas electorales.
Estoy convencida de que a estos jóvenes parlamentarios chilenos también les han llovido las críticas de los llamados antisistema o los que se declaran anarquistas sin serlo de facto. De hecho, Camila y Karol se han visto obligadas a dar una rueda de prensa para expresar por qué y para qué están en el Parlamento. Algo que, por otra parte, debería ser obvio: hemos hecho algo grande, hemos creado una revuelta social y ahora vamos a trabajar por vosotros de todas las maneras posibles que nos permita la ley. En España esto, ahora mismo, no sucedería. De hecho, IU nos ha vendido a su diputado Alberto Garzón como representante del 15M, cuando el perfil de Garzón es mucho más político y económico que de activismo social y revuelta callejera.
Me encantaría ver cómo los agitadores sociales (representantes de las mareas, del 15 M o del sindicato de estudiantes, quien, por cierto, tiene entre sus líderes a gente muy interesante) toman el Parlamento por las urnas. Y que no tengan miedo hacerlo, porque si no se deciden llegarán usurpadores como esta chica de las juventudes socialistas, la tal Beatriz Talegón, que me parece uno de los personajes más oscuros que ha entrado en política. Y una de las personas que más cadáveres ha dejado en su camino hacia la fama y fortuna.
Ojalá tomemos ejemplo del caso chileno. Puede triunfar o fracasar, pero es un camino andado que nos devuelve un poco la ilusión de los años 60 y a aquellos cachorros políticos que querían cambiar el mundo y que utilizaron todos los recursos democráticos para ello. La democracia nos garantiza el voto, y las constituciones que maman de su teta el derecho a la huelga, el derecho de manifestación y el de reunión (ay, esa Ley de Seguridad Ciudadana, qué enorme y soberana estupidez), pero también nos da el poder de representación y los cauces para luchar por nuestras ideas y nuestra gente. Entonces, ¿por qué no lo hacemos?

Y como, lo confieso, yo he sido siempre más de Camilo que de Camila (ya no digamos del Che o Fidel), aquí va la "rola".


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