miércoles, 14 de noviembre de 2012

No a la guerra

El título de esta entrada es el lema que la sociedad española esgrimió contra la participación de su país en la guerra de Irak. La decisión de plantar batalla, tomada unilateralmente por un presidente Aznar pasado de algo, sirvió para unir a todos los ciudadanos en un mismo clamor.
Sin embargo, resulta curioso que, aquel incidente cargado de criminalidad intencionada que aconteció allende nuestras fronteras nos uniera tanto, y esta otra batalla, que se está disputando día a día dentro de los límites de nuestro territorio, nos tenga, no ya a pie de guerra, sino a pie de sillón.
Porque lo que está ocurriendo en España es un conflicto bélico donde, además, una de las partes tiene todo el poder, todas las armas y todas las triquiñuelas, mientras el pueblo solo puede defenderse con lo que encuentra más a mano: el garrote y el cazo. Es como si unos emplearan tecnología de la NASA mientras otros solo pudieran repeler los ataques con tirachinas. La palabra injusticia se queda corta.
A veces pienso que tenemos un gobierno que nos odia profundamente. Por no ser ni tan católicos, ni tan apostólicos ni tan partidarios de la una, grande y libre. Por no creer en las tontadas de la mujer, mujer, ni en la separación por sexos, ni en que el matrimonio solo se da entre macho y hembra o en que el derecho de manifestación es un mal innecesario. Nos odia por no practicar el pensamiento único y por tener conciencia. Si no, no se entiende tanto ensañamiento, tantas mentiras, tanto bailarle el agua a los que cortan el bacalao y no sigo porque la palabra "tanto" se me gastaría de "tanto" usarla.
Los españoles estamos en guerra porque nos enfrentamos a una fuerza que quiere acabar con nuestro modo de vida y a la que nos podemos calibrar. Pretende arrebatarnos nuestros derechos, nuestras casas y nuestras familias, a ser posible con nocturnidad y alevosía. Insiste en que la culpa de lo que ocurre es nuestra, españoles ilusos que un día tuvimos un sueño y quisimos cumplirlo. Lanzan amenazas diciendo que una huelga general da mala imagen exterior y debilita aún más la posibilidad de acuerdos comerciales con el extranjero. Se ve que la corrupción, los desahuicios, el desempleo y todas esos bonitos regalos con los que nos obsequia la jefatura del Estado a cualquier hora, contribuyen día a día a que España suba enteros en las Bolsas internacionales. Perdonen que no me haya dado cuenta.
Hoy hago huelga. Por motivos que no vienen al caso, he tenido que salir un momento a la calle a la misma hora que salgo todos los días. Y como si no hubiera pasado nada. Salvo el quiosco, el resto del mundo conocido seguía tal y cual lo había dejado: los mismos bares abiertos, la misma gente tomando café... La guerra también va con ellos, pero el miedo va con todos. Miedo a perder empleos, a recibir coacciones, a que te quiten un dinero que te viene muy bien... Miedo, en fin, a ser víctimas colaterales de una guerra que, según la opinión de algunos, libran otros. Craso error: en cualquier momento bombardearán tu casa o tu centro de trabajo, aunque hayas sido la persona más piadosa y afecta al régimen que se recuerda en los anales de las FAES.
Cuando estudiaba Historia, me vanagloriaba de que, gracias a los acuerdos internacionales y a la nueva configuración mundial, a mí no me iba a tocar vivir otra guerra. No contaba con que, quizás, la partida no se jugaría con las armas que me mostraban las películas: que esto se parecería más a un sórdido drama de Ken Loach que a una batalla de Call of Duty.
Yo hace tiempo que he gritado No a la guerra. De hecho, llevo mucho tiempo haciéndolo. Esta tarde saldré a la calle a repetirlo. Sé que habrá más como yo. Tal vez no tengamos tecnología punta, pero somos un ejército cargado de ideas. Y, en las películas, los hombres de negro nunca ganan. Ojalá la realidad se parezca un poco a la ficción.


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