sábado, 17 de noviembre de 2012

El sistema

La RAE, esa esplendorosa institución que acoge, entre otros, a Juan Luis Cebrián, define sistema como "un conjunto de reglas o principios sobre una materia racionalmente enlazados entre sí". Una definición aséptica, ni buena ni mala, ni fría ni cálida. Sin embargo, el lenguaje no puede prever el uso que de él hará la vida, y en estos momentos, sistema se utiliza, en muchos casos, como sinónimo de cadena opresora.
No sé si será por el cine, por la literatura o porque nos sale de la tortilla, pero lo cierto es que tendemos a identificar sistema con Estado cuando este último se vuelve malévolo y ataca a las partes que lo componen. De ahí que surjan las expresiones antisistema, sistema opresor en lugar de Estado opresor, hay que destruir y/o parar al sistema etc.
Sin embargo, existe otra definición de sistema, publicitada también por la RAE, que lo equipara a "un conjunto de cosas que, relacionadas entre sí ordenadamente, contribuyen a determinado objeto". Teniendo en cuenta esta última aseveración e integrándome en el lenguaje popular, siempre he dicho que al sistema hemos de cambiarlo dentro del sistema, es decir, que al conjunto de reglas y principios que no nos gustan hay que enfrentarle mediante un conjunto de cosas ordenadas que persiguen un fin.
No creo que las barricadas, ni los golpes, ni los ataques violentos sirvan para cambiar la legislación salvo para hacerla más severa. La respuesta a las modificaciones que muchos perseguimos está en otro lado, pero vaya usted a saber dónde.
El otro día leía un artículo de Punset en el que afirmaba que la huelga general no sirve para nada. Estoy de acuerdo, aunque a medias. La huelga general ha demostrado su eficacia histórica y sirve para mucho, pero, por mucho que me duela decirlo, se está revelando inútil ante este gobierno que tenemos, empecinado en seguir echándonos sal en la herida haciendo oídos sordos a nuestros gritos. La huelga, que se correspondería con esa segunda definición de la palabra sistema, se está convirtiendo, por tanto, en un elemento de frustración para la clase trabajadora, una carga para los sindicatos y un arma arrojadiza para los medios, que la utilizan a conveniencia según su posición más o menos cercana a los poderes dominantes, lo cual no hace otra cosa que sembrar la desazón y la desconfianza entre los ciudadanos.
Está claro que hay que buscar nuevos cauces de protesta. El 15M tuvo unos resultados increíbles precisamente por su componente sorpresivo. Y aunque estoy convencida que en su origen fue algo preparado, meditado y buscado, es cierto que a muchos les pilló con el paso cambiado. No obstante, repetir toda la coreografía del movimiento, con acampadas, asambleas, etc, no creo que resulte efectiva, primero, por proximidad temporal (recordemos que el 15M bebe de las fuentes de la acampada de SINTEL de la que muchos ya se habían olvidado) y segundo, porque es algo esperado y, por tanto, ya se han previsto los mecanismos para reprimirla.
Algo parecido ha ocurrido con el movimiento Stop Desahucios, al que parece que nadie había visto venir. Es esa capacidad de sorprender, de pillar al gobierno en pelota picada, lo que hace que estos sistemas organizados (perdón por la reiteración) tengan éxito justo donde quieren tenerlo. O por lo menos triunfen mientras los científicos locos del Estado preparan el antídoto.
Estoy convencida de que hay mucha gente pergeñando ideas para combatir al sistema desde dentro de sí mismo. Y creo que alguna de ellas puede pararnos a todos el pulso (incluidos Rajoy su banda de golfos apandadores) sin recurrir a la violencia ni a la revolución, eso que tanto les gusta a algunos y que tan grandes costes humanos, sociales y políticos suponen para un país, que tarda muchísimos años en superar las devastadoras consecuencias de semejante levantamiento.
Me encantaría decir que tengo un saco rojo lleno de artimañas progresistas para recomponer España, pero no es así. No se me ha ocurrido ponerme a ello y, en realidad, soy una mindundi que, además, en su vida "normal" se ve obligada a dedicar muy poco tiempo a reflexionar sobre estas cosas. Bastante tengo ahora mismo con intentar averiguar quién es quién en el culebrón Petraeus. Confieso que me he perdido, así que si algún alma caritativa me pudiera elaborar un árbol genealógico de generales, amantes y otras unidades bien armadas, se lo agradecería muchísimo. Ahí lo dejo.


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