Hace unos días, la cadena de televisión Tele 5 demandaba al bloguero Pablo Herreros y le exigía una porrada de millones por, según decían los letrados, amenazar a las marcas para que no se anunciaran en sus espacios. Si alguien no ha estado al loro de la actualidad, todo viene porque Herreros llamó al boicot a los anunciantes que utilizaban como plataforma el programa La Noria, experto en pagar a delincuentes o allegados de los mismos para contar testimonios de tan dudoso interés como catadura moral.
El resultado del envite fue que varias marcas renunciaran a hacerse propaganda en La Noria obligando a la rápida y muy indiscreta retirada del programa. Se ve que Paolo Vasile, el mandamás de Tele 5, tiene muy mal perder y es de los de “me llamo Iñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir", porque, en cuanto Herreros miró para otro lado, lo puso ante las cuerdas, que en este caso vienen a ser los tribunales.
Lógicamente, quienes apoyamos a Pablo en su primera andanza, lo apoyamos también en la segunda (por cierto, menuda lata da la página ésa de las firmas cuya web no quiero nombrar; a mí no me tienen que convencer de nada, ya lo hago yo solita si procede, gracias). Como resultado del clamor popular, Vasile, que se las sabe todas y ha utilizado este duelo al sol como magnífico vehículo de propaganda, ha retirado la querella, con lo cual no hay buenos ni malos sino que todos somos los mejores.
No creo que la cadena amiga albergue propósito alguno de enmienda, sinceramente. Pero tampoco me explico qué interés, salvo el estrictamente morboso, puede tener para el gran público verle el careto al supremo ladrón Rodríguez Menéndez o escucharle decir a la madre de El Cuco lo que toda progenitora diría en su caso y en su casa: que su hijo, lejos de ser un asesino, es un angelito que ama a sus padres y a sus amigos más que a sí mismo. Y, sin embargo, parece que nos encanta ver a los malos contándonos sus desventuras en televisión porque, de no ser así, las cadenas no se gastarían ni un céntimo de euro en pasear semejantes caretos por tertulias y platós.
La culpa de encumbrar a esta panda de especímenes es, por lo tanto, nuestra. Y viene de lejos y de otras cadenas, porque, aunque guarde apenas remotos recuerdos de los acontecimientos, tengo entendido que el administrador de los difuntos Marqueses de Urquijo se hizo varios platós a costa del asesinato de sus jefes, la Dulce Neus también efectuó el correspondiente paseíllo tras ser condenada por el asesinato de su marido y aún colea aquel docudrama especial que Nieves Herrero se montó a costa de los crímenes de Alcasser. Y si la televisión no estaba por la labor, la revista Interviú salía al quite, rescatando prófugos de lugares tan insospechados para algunos como sospechosos para la mayoría.
Mucha de esta gentuza se nutrió del dinero público; ahora se nutren de las ganas de carnaza de la audiencia y de lo que pagan los anunciantes que no quieren perder comba entre asesinatos, torturas y violaciones. Si una firma desea dejar su huella endeble en el sentir popular haciéndose propaganda a través de semejantes espacios, allá ellos, pero entiendo que no sería precisamente una buena publicidad. Quizás más de un ejecutivo de marketing debería hacérselo mirar.
Pablo Herreros no solo ha llamado la atención sobre la ética y estética de los contenidos y la bajeza ética del continente, sino que ha hecho algo. Mucho más que esa panda de señores a quienes pagan por proteger el horario infantil, por ejemplo. Y deberíamos estarle todos agradecidos ante la valentía de decir en alto lo que los demás pensamos pero solo comentamos en la intimidad. Está claro que la reacción de Tele 5, insisto, fue un desmadre publicitario, un truco de buen prestidigitador en el que todos hemos caído para mayor fama y gloria de la cadena que tantas alegrías nos ha dado. Si no fuera así, siguiendo esa misma regla de tres, Francia nos hubiera llevado a la guerra por la insistencia de algunos colectivos en boicotear sus productos durante el conflicto de los camiones en la frontera. Hasta los catalanes tendrían todo el derecho a montarnos una gorda cuando nos dio, ya no me acuerdo muy bien a santo de qué, por llamar a la insumisión y dejar de consumir cava catalán. Supongo que, entre otras cosas, el Barça hizo algo muy malo, y claro, a algunos les salió espuma blanca por la boca.
En fin, enhorabuena a los premiados, que, visto lo visto, son bastantes y, a los demás, un poco de sensatez: si algún presunto delincuente se empeña en sacar tajada de sus crímenes a costa de nuestra ingenuidad, basta con apagar la tele. Ningún hombre de negro va a venir a tu casa a reprochártelo y, desde luego, tu conciencia y honor lo celebrarán. Que empiece la fiesta.
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