Sara Carbonero ha confesado a la cadena mexicana Televisa, para la que (también) trabaja, lo que todos sabíamos desde tiempos de los Templarios: que el Real Madrid es una jaula de grillos (iba a decir jaula de las locas, pero lo mismo se me ofende media España y cuarto mitad del extranjero). Con ello, Sara se ha unido al cada vez más nutrido grupo de famosos españoles que inciden en algo que a mí me parece profundamente cateto y que no es otra cosa que el contar fuera lo que jamás dirían en su propio país. Obviamente, semejante tontería nos remonta a un provincialismo muy rancio, fuera de lugar en un mundo globalizado donde el estornudo de un chino mandarín se retransmite a todo el globo terráqueo a los cinco nanosegundos de producirse.
Al margen de confesiones extemporáneas y del donde digo digo, digo Diego, he de reconocer que el gesto bocachancla de Sara me ha tocado la fibra sensible. Y es que la chica no ha hecho otra cosa que defender lo suyo, esto es, a su novio Iker, y ya he dicho muchas veces en este blog que todo aquel que defienda y de la cara, más aun que por los que quiere, por los que le quieren, merece todos mis respetos. A mí, que Carbonero haya salido a la palestra arañando cual tigresa y mandándole el mensaje a Mou de que para huevos, los suyos, me reconcilia con el ser humano, con el amor verdadero y con las meteduras de pata de los rostros parlantes televisivos. Si la presentadora no ha querido decir lo que ha dicho (y tan clarito, además) lo cierto es que le ha quedado niquelado.
Hace bien poco, un programa de deportes de una cadena mexicana (no recuerdo si Televisa o TV Azteca) lanzaba una encuesta entre sus seguidores para averiguar qué pensaban ellos acerca de quién era más necesario para el Madrid, si Mourinho o Casillas. Para congoja mía y hasta de los espídicos presentadores del show, Mou ganó por goleada con un ochenta y pico de adhesiones. Estoy convencida de que si esa encuesta se llega a celebrar en España tal día como aquel, Casillas derrota a su míster por KO técnico. Pero parece que desde el extranjero se nos ve bajo otro caleidoscopio más, como diría yo, ¿blaugrana?
No quisiera sacar aquí todas mis manías contra el Real Madrid, equipo con el que no comulgo. No me gusta su historia, ni su forma de hacer las cosas, pero, como esto de las adhesiones es de todo menos racional, va a ser sencillamente que no me cae bien. Creo que tiende a juntar a demasiados gallos en el mismo corral pensando más en los suculentos beneficios de los contratos a estrellonas mediáticas que en organizar una formación capaz de hacer realidad el sueño de muchos madridistas, que no es otro que el "joga bonito". En el Madrid parece que desde el presidente hasta el utillero están ahí para negociar con el club, jugar al Monopoly, vender y comprar y, ya que nos ponemos, esconder otros chanchullos medrados al amparo de constructoras de dudosa reputación.
Al Madrid le gustan los jugadores con "carácter". Pero una cosa es tener carácter y otra ser un impresentable. En la última temporada, además, la gestión del equipo se ha empeñado en elevar a los altares a los faltones, los gritones y en mimar a los niñitos que tanto nos ha costado parir. Y, mientras los consentidos practican el insano deporte de la queja y el club, cual padre rico y permisivo, convierte a sus hijos en monstruos, el vestuario, ese sancta sanctorum de las conspiraciones, se divide en pequeños grupúsculos de pandilleros, dispuestos a hacer valer sus razones al grito de "eso no me lo dices a mí en la calle". O en la portada del Marca que, para el caso, es lo mismo.
Ahora nos confiesan que sí se han dicho de todo, que a Mourinho no lo traga casi nadie y que aquel Cristo no hay Dios que lo arregle. Y la situación no se compondrá mientras cohabiten unos dirigentes empeñados en buscar personal entre los garitos portuarios, donde los marineros exhiben sus patas de palo, sus tatuajes y las muñequeras de pinchos. Ganarán algo, seguro, aunque sea de manera torticera minando la moral del contrario, pero dejarán la impronta de que lo suyo es puritita chiripa.
Todo esto que cuento proviene de alguien que observa desde fuera y que sabe de fútbol lo justo para no ser lapidada en algún patio de colegio. Pero intento enfocar el asunto, no ya desde los galones de un club que, imagino, algo habrá hecho en su momento para atesorarlos, sino desde el punto de vista de una persona que ve estas riñas de patio de colegio entre hombres de mundo, curtidos en mil lides, y no da crédito. O sí, porque de inmaduros está el mundo (y las gradas) lleno.
En el fondo, me gustaría, por el bien del fútbol y de los aficionados, que el Madrid considere un día la idea de que el balompié no es un deporte que se juega en solitario o, a lo sumo, se asienta sobre cuatro pilares de tal forma que, si uno de ellos falla, el conjunto se viene abajo. Me encantaría que intentara componer (y no remendar) un equipo de verdad, con un entrenador que prime el juego colectivo y tenga la suficiente personalidad como para imponer su criterio por medio de la razón y no a través del insulto. Que ese míster, a ser posible, defienda a los suyos y no envíe globos sonda al enemigo a través de determinados periodistas, sobre todo porque sus jugadores no son ese enemigo al que tanta tirria parece tener. Difícil en un club donde gente tan diversa como Vicente del Bosque o Manuel Pellegrini han salido escaldados.
Yo, en un alarde de originalidad sin parangón, entre Mou y Casillas, me quedo con este último. Sonríe más. Y que nuestra Sara I de Telecinco no se arredre. No le admiro en demasía ni el físico, ni el novio, ni tan siquiera ese trabajo tan lustroso que tiene, pero ya me gustaría que alguien saliera en mi defensa como lo ha hecho ella con su Iker. La envidia, ese deporte...
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