Ayer sábado, la cuenta de Twitter de Hernán Zin (@HernanZin) hervía tras un comentario de su dueño y protagonista. En él, el periodista y escritor se quejaba de que, tras su quincuagésimo fracaso amoroso, sopesaba la idea de cambiarse de acera y probar las mieles del placer homosexual. Obviamente, y como dicen los muy modernos, los caracteres estaban escrito en el llamado ironía modo On, pero los seguidores de Hernán recogieron el guante y comenzaron a soltar respuestas a cada cual más descacharrante, respuestas que Hernán retuiteaba para goce y disfrute de los espectadores del cruce de trinos.
Desconozco si el exabrupto de ayer le sirvió a Zin para encontrar una nueva novia entre sus followers, volver con la antigua (o con alguna de las 30 primeras) o plantearse eso tan almodovariano de que la mitad de los hombres son homosexuales y el resto, en realidad, también, pero aún no lo sabe. Es cierto que todos conocemos a alguien de quien sospechamos que vive una vida falsa y hasta intuimos de qué individuo está verdaderamente colgado, pero en este caso, imagino que personalidades como Hernán Zin, que ha retratado algunos de los conflictos bélicos más cruentos del planeta, a lo mejor no han sido creadas para saborear el amor tipo película americana años 60: casa blanca, con esposa a lo Doris Day y un montón de talentosos niños rubios correteando por el jardín.
Desde siempre, a todas las mujeres nos atrae el hombre aventurero, aquel que se encuentra hoy aquí y mañana allá, que vive mil y una experiencias y puede contar cientos de historias de muerte, pero también de vida. El macho que, una vez colgado el sombrero en el perchero y guardado el látigo en el cajón de los fetiches, se rebela como un amante apasionado, hambriento, deseoso de derrochar en una noche las ganas acumuladas durante tantas horas de viajes, aeropuertos y paisajes exóticos. Y, sin embargo, a la hora de la verdad, el aventurero es un bluff, un tipo que no está para darte una palmadita en la espalda cuando tu jefe te acusa hasta del atentado contra las Torres Gemelas, no sabe no contesta si el bebé tiene su primera bronqueolitis o se hace el loco cuando te has peleado, a muerte y sufrimiento, con tu mejor amiga. Él anda por ahí, a sus cosas y a su suerte, y aunque una relación así al principio es una juerga estupenda, deviene en drama cuando la parte doméstica del dúo exige algo más que una barba de dos días y una entrepierna hambrienta.
En la mayoría de los casos, uno elige lo que quiere ser en la vida. A lo mejor entre solo un par o dos de opciones, no más, pero el decantarse por una vía y no por la otra implica asumir desde dónde te va a venir el tren. Uno de los tuits de ayer intentaba consolar al muy afectado asegurando que las mujeres somos entre raras y retorcidas. Partiendo de que en la viña del señor feudal habrá de todo, lo que somos es distintas y eso es lo que nos hace especiales para los hombres, igual que los son los hombres para nosotras. Somos tan culpables de nuestros fracasos como ellos y tan responsables de nuestros aciertos como los varones que tanto reflexionan acerca de nuestras excentricidades y ciclos hormonales.
Sin embargo, es de libro que, en cualquier circunstancia, tienes que elegir a alguien que, al menos, aguante el tirón y, si no quieres renunciar a tu forma de vida, sepa adaptarse a las circunstancias que te acompañan. El mundo está lleno de gente ordinaria que hace cosas extraordinarias, como, por ejemplo, salir en la televisión o cubrir conflictos bélicos. Y dentro de esas "rarezas", lo lógico es que quien se dedique a ellas busque a su otra mitad en alguno de los campos que abarca su universo conocido, lejos de los conventos de clausura o los consejos de administración de una entidad bancaria, por poner dos ejemplos algo desviados.
De todas formas, estas palabras solo son un barrunto por mi parte y no sé ni sabré nunca por qué Hernán Zin acumula fracasos sentimentales teniendo en cuenta que, además, me parece un tipo bastante atractivo (esa barba...). Aun así, yo de él estaría orgullosa de mis tropiezos, porque, tal y como es su forma de vida, imagino que los habrá vivido intensamente. Otros somos mucho más complicados y, tras un par de decepciones, no nos da el cuerpo ni la cabeza para apreciar la grandeza de tomarse el postre con el mismo sexo sino para descartar el sexo (que no el seso). Siempre me ha parecido inaudito que una persona se recupere tan pronto de los desastres amorosos hasta el punto de que, en cuestión de un mes o menos, ya esté tirándole los trastos a otro. O que no pueda vivir sin una pareja o alguien a su lado a quien recurrir en tiempos de sequía. Y todavía me fascina más aquel que, en nombre del amor verdadero y de la media naranja, se presta al juego de hoy te quiero, mañana no, pasado quizás... si tienes suerte. Pues nada, campeón, tú a parar los goles y ojito con las lesiones.
El otro día alguien decía que eso de que la belleza reside en el interior solo se lo creía Disney y está muerto. Bueno, todos sabemos que muchas veces la belleza es efímera y/o impostada, y que para algunas personas, el amor solo tiene sentido al principio, es decir, únicamente se les pone dura mientras dura el fervor inicial. Yo, más tonta que Abundio, creo en el largo recorrido, en los enfados, en el perdón, en la reconciliación, en las idas, en las vueltas.... Lo he visto en las películas. Y si en el cine las parejas se despiertan perfectamente maquilladas, sin halitosis y sin una arruga entre las sábanas tras noches enteras de desenfreno, no veo por qué Hernán Zin no va encontrar una buena mujer cuya luz brille cual Julieta al amparo de bombas y denuncias sociales. Ánimo y a por la 51.
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