domingo, 10 de marzo de 2013

Aterriza como puedas

No recuerdo exactamente cuándo vi la película Los amantes pasajeros de Pedro Almodóvar, pero desde entonces ha transcurrido al menos un mes. Las reglas de la productora me impedían contar ya no solo de qué iba y qué me había parecido sino incluso decir que la había visto. Así que he tenido tiempo para reflexionar sobre lo que Almodóvar nos cuenta en pantalla.
Mi película favorita del director manchego es La ley del deseo. No he visto ninguno de sus tres últimos trabajos, así que no puedo hablar de su evolución. Me pasa como con Woody Allen, que me acabó saturando y, a pesar de no negarle el talento, he preferido guardar un tiempo de reposo y no acercarme a sus últimas películas por prescripción facultativa. Con respecto a nuestro internacional Pedro, reencontrarme con Los amantes pasajeros fue como recuperar un poco de la locura de los 80, donde la gente llamaba creatividad a cualquier cosa que le saliera del bolo (Almodóvar diría de la polla) y cuanto más se desparramara, mejor.
Yo, al contrario de lo que dice Carlos Boyero en su crítica fulminante de Los amantes pasajeros, donde se intuye una animadversión personal con el director y su cine, sí me reí a gusto, al menos, durante la primera mitad de la peli. Es todo tan absurdo que te partes la caja. Al menos hasta que llega un cierto punto del metraje (el clímax diría yo) a partir del cual ya piensas que lo has visto todo y que te puedes largar tranquilamente a tu casa a enchufarte cualquier obra de Haneke para compensar. Pero durante esa primera parte te descojonas, como cuando nuestros padres veían una de Esteso y Pajares en la tele y estaban a punto de tirarse por los suelos. El sentimiento (y la impresión) debe de ser bastante parecido.
Hay cosas en esta película muy de Almodóvar y con las que a mí me cuesta comulgar. Como, por ejemplo, esa especie de filosofía de que la mitad de los hombres son gays y la otra mitad no lo saben o no lo reconocen. Personalmente, me da igual si esto es así o todo lo contrario, pero parece más la formulación de un deseo o una fantasía de Pedro que, de tanto repetirla, se vuelve cansina hasta el hartazgo. Asimismo, no es que yo vaya de carca pero, por favor, que alguien se tome la molestia de contar cuántas veces se menciona durante el metraje la palabra polla. Si el propósito es que salgas de la sala con una imagen fálica tatuada en el cerebro enhorabuena, porque lo han conseguido.
Dicen los críticos que lo mejor de Los amantes pasajeros no es ese despendole que se respira durante la hora y media que dura la película sino el mensaje oculto que se intuye en la misma y que vienen a explicar más o menos así: un avión que vuela sin rumbo con una clase turista narcotizada y una clase business que hace lo propio cuándo quiere, entregándose de lleno a sus vicios y pasiones. Está claro que en esa clase business de Almodóvar viajan ciertos arquetipos de nuestra sociedad que no se molesta en ocultar, como el empresario corrupto y sin embargo sensible, la Bárbara Rey que aquí se llama Norma, y una vidente empeñada en oler a mierda lo que da muy, pero que muy mal rollo. Y sí, no dudo que, puestos a buscarle un sentido más allá de la carcajada, este sainete, como todos los sainetes, sea una reinterpretación subjetiva de lo que leemos en los periódicos. Eso sí, con muchas pollas.
En cualquier caso, la comedia, el sainete y otros géneros del reír están para eso, para hacer burla o burlar la realidad. Es como si te presentaran un apetitoso merengue para, en cuanto le hincas el diente, darte cuenta de que te lo han dado relleno de sal. Los grandes cómicos son también grandes críticos, ácidos e inteligentes como ninguno. Ahí  reside precisamente su mérito: calar un mensaje profundo mientras el público cree contemplar al payaso subido en una silla. En cualquier caso, el universo Almodóvar tiene la peculiaridad de enfrentar voluntades y de que todos vemos lo que queremos ver. Si pretendes encontrar pólvora lo conseguirás; eso sí, entre polla y polla.
Almodóvar ha negado muchas veces que Los amantes pasajeros tenga un mensaje social. Que lo que sí ha hecho es aprovecharse de la realidad para dar forma a una comedia coral. Si reflexionamos sobre ello, viene a ser lo mismo, así que negar por activa y por pasiva cualquier relación "con la que está cayendo" puede ser, en el fondo, unas ganas enormes de provocar. Las mismas de las que hizo gala ayer cuando permitió a los afectados por el ERE de Iberia integrar sus propuestas en el flasmob que se organizó en el centro de Madrid. El que Pedro se calle, no quiere decir que no hable.
Estoy convencida de que muchos aborrecerán esta película de Almodóvar. Yo creo que se halla lejos de ser un peliculón, pero como forma de entretenimiento a mí me sirve. No obstante, opino que el recurso más fácil para no meterte en berenjenales de me gusta o no me gusta y me van a criticar si digo una cosa o si digo la otra, es apelar a su trasfondo de realidad. Una coartada como otra cualquiera. Yo, sin que me tiemble el teclado, podría decir lo mismo de Sobrenatural, esa serie donde dos hermanos (pobres diablos en sí mismos) luchan por desenmascarar a demonios infiltrados en la sociedad y, cuando parecen que van a ganar, llegan otros cientos de miles con nuevos poderes que poseen y reposeen a la clase trabajadora. ¿A alguien le suena? O el mismo Gran Hermano, con unos concursantes que, sabiéndolo, se convierten en títeres de una opereta mientras los demás miramos y jugamos a ser Dios esperando el momento de que salgan de la casa para ver cómo se les humilla y acaban revolcados en el fango. Estoy segura de que, si le buscamos tres pies al gato, encontraríamos crítica social hasta en los episodios del oso Yogui y Bubu, encerrados en el microuniverso del parque Jellystone.
De volver a volar con Los amantes pasajeros iría me subiría al carro con el propósito de ver cine, pasar un rato divertido e intentar no pensar mucho en las protestas y manifestaciones que seguramente, me encontraría a la salida de la sala. Después de todo, como diría el manchego, "donde hay polla hay alegría". Pues eso.


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