Hay un caso en la historia médica de los Estados Unidos que siempre me ha dado que pensar. Sobre todo porque presenta un dilema ético de difícil solución. Se trata del caso de la mujer que pasó a los anales sanitarios con el nombre de Typhoid Mary.
Mary Mallon era una inmigrante irlandesa que, a principios del siglo XX, trabajaba como cocinera en varias casas de familias acomodadas de Nueva York y aledaños. En esa misma época, comenzó una epidemia de fiebre tifoidea en la ciudad de Ithaca, muy próxima a Nueva York que, en muy poco tiempo, se extendió a otras comunidades. Lógicamente, durante aquellos años, donde las condiciones sanitarias e higiénicas eran muy precarias, las autoridades sanitarias tenían miles de candidatos sospechosos de transmitir el virus, desde el agua hasta la propia basura que generaban los habitantes, pasando por cualquier factor con el que más de una persona entrara en estrecho contacto.
En una investigación que hubiera llenado de orgullo al mismísimo Dr. House, los médicos estudiaron el domicilio de una familia acomodada en la que todos sus miembros habían caído enfermos en muy poco tiempo. No les costó mucho llegar a la conclusión de que el foco estaba en la cocina y que el problema comenzó justo cuando contrataron a la nueva cocinera, Mary Mallon. Tras escarbar en el pasado de esta última, comprobaron que había habido fiebre tifoidea allá donde ella había trabajado. Todos sus empleadores habían enfermado menos Mallon, cuyo aspecto era el de una persona completamente sana.
No voy a entrar en detalles, pero los autoridades sanitarias llegaron a la conclusión de que Mary era portadora de la fiebre tifoidea aunque nunca hubiera desarrollado la enfermedad. Y que, además, se trataba de una bomba de relojería capaz de despertar una epidemia allá donde fuera. Así que tomaron una decisión rápida: la secuestraron. Con la alevosía propia de los hombres de negro, se la llevaron un día del trabajo y la encerraron en una isla donde solían alojar a los enfermos de tuberculosis. Allí estuvo tres años, sin sentirse enferma, sin poder ver a nadie y sin saber por qué.
Los periódicos de la época y la opinión pública no cejaron en su crítica hacia las autoridades sanitarias. En nombre del supuesto bien común, se había privado de sus más elementales derechos a una ciudadana normal y corriente, encarcelándola sin supuestamente haber cometido ningún delito ni ser consciente de ello. Algo muy distinto a ciertos contagios de SIDA de los que todos hemos oído hablar, "perpetrados" siempre con ánimo de venganza. Mary no sabía que, trabajando diligentemente, estaba contribuyendo a extender una enfermedad que, solo en Ithaca, llegó a afectar a más de 6.000 personas, la mitad de la población. ¿Hasta qué punto se la puede considerar culpable?
Fue tanta la presión que los médicos se vieron obligados a liberar a Mary bajo la promesa de que se sometería a controles periódicos y que jamás volvería a trabajar de cocinera, una exigencia insólita para una persona que no sabía hacer otra cosa. Como era de esperar, Mary faltó a una de esas revisiones y desapareció. Fue localizada tiempo después, cuando la fiebre tifoidea se extendió entre el personal y los pacientes de un hospital. Curiosamente, todo había comenzado tan pronto como la dirección contrató a una nueva cocinera: Mary Mallon.
Mary volvió a ser encerrada en la isla y allí estuvo veintitantos años, prácticamente hasta su muerte por un ataque (nada que ver con la fiebre tifoidea). No se le permitió trabajar en nada ni relacionarse con otra gente que no fuera el personal que la atendía en la residencia. Terrible.
¿Es lícito sacrificar una vida para, supuestamente, salvar varias? ¿Por qué, en esos veintitantos años, los médicos no investigaron y trataron a Mary para que, con la medicación pertinente, hubiera podido hacer una vida normal? ¿Es ético emplear el "muerto el perro se acabó la rabia"? ¿Es justo encarcelar a alguien a perpetuidad sin que haya tenido, no ya el ánimo de cometer un delito sino la consciencia de haberlo hecho? Obviamente, estamos hablando de una época donde no existían, ni mucho menos, los medios que tenemos ahora, donde la fiebre tifoidea se contagiaba con una extraordinaria rapidez pero se curaba en muchos casos, como demuestra el hecho de que, de los 6.000 enfermos de Ithaca, murieran unos 80 y el resto sanara tras lo que parecía una gripe fuerte.
El caso de Typhoid Mary es uno de los más controvertidos de la sanidad y, también, uno de los más vergonzosos para las autoridades de Estados Unidos. Desde que lo descubrí le he dado muchas vueltas porque está íntimamente relacionado con lo que vimos en los primeros tiempos del SIDA. ¿De verdad es justo y necesario estigmatizar a alguien de esta manera? Tener una persona que es portadora pero no desarrolla la enfermedad debería ser un chollo para los investigadores y no una contrariedad.... ¿por qué ninguno de aquellos que siguieron el caso de Mary desde el principio vio las ventajas y no los inconvenientes?
Hay culpables que, en ocasiones, son tan inocentes como las víctimas. Mary Mallon es uno de esos extraños casos que, pudiendo ser canalizada para lograr hacer el bien, fue culpabilizada y privada de tener una vida normal. Creo que todos deberíamos extraer una lección de esta historia. Ahí lo dejo.
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