El Principio de Peter se llama así porque fue formulado a finales de los 60 por Lauren J. Peter, un señor con el sentido del humor muy elevado pero, como afirmaba en mi entrada de ayer, los mejores humoristas son, precisamente, los de opiniones más certeras. Y más clarividentes también. Venía a decir el tal Peter que, en una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta alcanzar su máximo nivel de incompetencia. Dicha formulación se acompaña de dos anexos: el primero que, con el tiempo, todo puesto tiende a ser desempeñado por un empleado que es manifiestamente incompetente para tal labor y, el segundo, que el trabajo de verdad es realizado siempre por los empleados que aún no han alcanzado su nivel de incompetencia. Una vez leído esto, que cada cual se mire al ombligo y, en lo posible, mire también el de los que tiene al lado.
¿A qué viene mentar ahora semejante fórmula que dio lugar, entre otros, al celebrado chiste de los remeros? Pues a que en estos días he visto naves en llamas más allá de Orion, como bien apuntaban en Blade Runner. He visto, por ejemplo, ese complot absurdo del PSOE para hacerse con el ayuntamiento de Ponferrada mediante el voto tránsfuga de un condenado por acoso. El transfuguismo es una de las malas costumbres políticas que más aborrezco, principalmente porque, normalmente, parece atentar directamente contra las leyes democráticas y, segundo, porque viene a demostrar que muchos están donde están movidos por afán de poder y en ningún modo de servicio. Ahora, el alcalde entrante, un tal Samuel Folgueral que aparece en las noticias celebrando la trampa como si le hubiera tocado el gordo, se niega a abandonar el tan codiciado puesto. Es lógico que me venga a la memoria aquel nunca suficientemente ponderado Principio de Peter.
También recurro a él, en una extravagante asociación de ideas, cuando oigo a Rajoy decir que Dolores de Cospedal, la autora del término indemnización en diferido y simulada para explicar el caso Bárcenas, es un ejemplo a seguir y una mujer como no hay otra. No deja de ser la opinión de un señor que no admite preguntas, así que nunca le podremos interrogar acerca de los motivos que le han llevado a pergeñar semejante idea. Estoy convencida de que los habitantes de Castilla La Mancha, donde acampa a sus anchas la señora Cospedal, tendrían algo que aportar al debate, pero ya sabemos que con Mariano, el debate siempre es, y ha sido, cosa de uno.
El problema del Principio de Peter no es solo que narre el inevitable ascenso de los incompetentes, sino que en su formulación va implícito el que el incompetente se obstine en su necedad, disfrazando su inutilidad con torpeza y cargando sus fallos sobre el estrato inmediatamente inferior. Sabe que no podrá ascender más, pero también es consciente de que, llegados a este punto, tampoco podría descender. El juego de la gran empresa está servido y los que van a perder serán, inevitablemente, los de siempre, aquellos que desempeñan su trabajo de manera correcta o inusualmente eficaz, y a quienes no se les ha dado la oportunidad de probar su incompetencia llegado el caso.
El Principio de Peter se anularía si el incompetente, siendo consciente de su escasa valía, una vez que le ofrecieran el puesto, se negara a aceptarlo. Pero el ser humano está programado para erigirse en jerarquía y si el crecimiento fuera hacia los lados, en lugar de hacia arriba, estaríamos hablando de marxismo. Y ya sabemos todos dónde han quedado las propuestas del tío Karl.
Según lo expuesto, estaría medianamente claro que los partidos políticos, muchos bancos y algunas grandes empresas han seguido tan a rajatabla la jerarquización de Peter que no nos llevan al principio sino al final. Y lo peor es que, según su autor, el modelo es inevitable y la propia renovación profesional y empresarial conduce a la perpetuación del mismo. Así que, conforme a ello, no podríamos quejarnos de la inutilidad de quienes están más arriba: es ley de vida.
Pero la jerarquización también afecta a las clases y aquí seguimos los de abajo, sufriendo la incompetencia de quienes ocupan los pisos superiores e intentando que la meritocracia no sea un deshecho, sino un hecho. Quizás ocurra como con el teorema de Fermant y, después de tres siglos, aparezca un señor llamado Andrew Wiles a darle en los morros al insigne matemático. Esperemos con ansia que llegue el día en que alguien desmonte el Principio de Peter y personajes de la talla de Cospedal, o este hombre que se deja mantear cuando le eligen alcalde sin que sus paisanos le hayan votado, no sean ejemplo a seguir.
Según lo expuesto, estaría medianamente claro que los partidos políticos, muchos bancos y algunas grandes empresas han seguido tan a rajatabla la jerarquización de Peter que no nos llevan al principio sino al final. Y lo peor es que, según su autor, el modelo es inevitable y la propia renovación profesional y empresarial conduce a la perpetuación del mismo. Así que, conforme a ello, no podríamos quejarnos de la inutilidad de quienes están más arriba: es ley de vida.
Pero la jerarquización también afecta a las clases y aquí seguimos los de abajo, sufriendo la incompetencia de quienes ocupan los pisos superiores e intentando que la meritocracia no sea un deshecho, sino un hecho. Quizás ocurra como con el teorema de Fermant y, después de tres siglos, aparezca un señor llamado Andrew Wiles a darle en los morros al insigne matemático. Esperemos con ansia que llegue el día en que alguien desmonte el Principio de Peter y personajes de la talla de Cospedal, o este hombre que se deja mantear cuando le eligen alcalde sin que sus paisanos le hayan votado, no sean ejemplo a seguir.
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