sábado, 2 de marzo de 2013

Chicos de anuncio

Decía el otro día un periódico que los famosos que más anuncios publicitarios protagonizan en España son Iker Casillas, Jesús Vázquez y Carmen Machi. Reconozco que veo poca tele y que con los anuncios me pasa como cuando vas a Salamanca a ver la fachada plateresca de la Universidad: así en su conjunto está todo como muy "apañao", pero en cuanto te instan a buscar la rana, ahí sí que ya le han dado. En ese justo momento empieza un no parar de fijarte en pequeños detalles hasta encontrar el batracio, aunque sea solo por afán de superación personal. Pues con los spots es lo mismo: a primera vista me parecen un páramo insulso y muy poco creíble (niñas de cuerpos perfectos recomendándote anticelulíticos) y, de repente, aparece una pequeña joya que me activa la centrifugadora escondida en la parte más freak de mi cerebro (Punset recomendando el consumo de pan como si en las rebanadas de Bimbo viéramos la cara de Dios). A partir de ese instante, reconozco que soy una rehén de la causa publicitaria.
Debido a mi corazón partío y mi cerebro retorcido que se fija solo en lo que quiere y tal vez no en lo que debe, no tengo ni puñetera idea de qué es lo que anuncia Iker Casillas. Salvo defender la portería del Madrid cuando Mourinho le deja y salir en la revistas con Sara Carbonero, la vida y actividades profesionales del capitán de la selección de fútbol me son del todo ajenas e imagino que así seguirá siendo por siempre jamás.
Respecto a Jesús Vázquez, tres cuartos de lo mismo: a lo mejor publicita móviles o depósitos bancarios o quizás las dos cosas: su presencia recomendándome productos no me interesa nada. En cambio, lo de Carmen Machi tiene cierto intríngulis. Reconozco que no soy nada fan de Aída, la serie que ella protagonizaba, pero siempre he admirado esa capacidad de las mujeres para recrearse en el anuncio de todo aquello que se va por la pata abajo, sean aguas menores o mayores. Entre Concha Velasco, envuelta en una cruzada millonaria para combatir las pérdidas de orina, y la Machi, empeñada en que engullamos cierto tipo de yogures para pasar largas horas en el baño entregadas al noble arte de "pensar", he decidido optar por la vía del medio y hacer caso a esa jovenzuela que, una vez que ha decidido probar suerte en un viaje de jubilados y animada por la marcha y el ardor de la tercera edad, se entrega a las mieles del enema para ir de vientre. Directo y seguro. No hay más que hablar.
Y, sin embargo, a pesar de mi pasotismo frente a ciertas indicaciones consumistas de la televisión, reconozco que empiezo a tener pesadillas con Martina Klein, una mujer que no figura en el top 3 de los rostros más publicitarios, pero a quien yo he comenzado a ver en todas partes, como si fuera una protagonista de American Horror Story encadenada a un fantasma, eso sí, muy rubia y muy alta. No creo que se me haya ido la pinza más allá de la cuerda de tender cuando digo que esta "presencia femenina" se apunta a todo: lo mismo te anuncia un lácteo que un sérum para dejarte la piel como Carmen Lomana, o aparece en medio del noticiero y, sin que te de tiempo a hacerte la manicura francesa, se manifiesta antes de dar paso a un vídeo de lo más chorra en Youtube. Lo último ya fue para cortarse las falanges: me dio por bajarme esa aplicación llamada Zatoo, que te permite ver televisión en la tableta (incluidas ciertas cadenas extranjeras) y, tras conectarme, lo primero que contemplé fue el careto de Martina Klein instándome a comprar un no sé qué, un qué se yo. Por favor, que alguien unte a alguna universidad para que sus investigadores puedan estudiar el don de la ubicuidad de esta mujer y demostrar que no estoy loca, solo un poco cabreada.
No sé a los demás, pero a mí el exceso de exposición de un famoso me parece una tomadura de pelo y un todo por la pasta que ya no huele sino hiede. Que a Brad Pitt le hayan pagado millones por protagonizar el anuncio de Chanel tiene un pase, porque aquí el sex symbol es padre de seis hijos y está organizando un bodorrio de cágate (con perdón) lorito, pero que Martina intente convencerme de que es igual de bueno un tren eléctrico (un suponer) que una compresa o un jarabe para la tos, no me llega. Principalmente porque me da la impresión de que no siente los colores. Y es que no es lo mismo ser de un equipo de fútbol que serlo de todos (haberlos haylos) porque te dedicas al periodismo radiofónico y te pagan por ello.
Cuando veo esta innecesaria sobreexposición pública que enriquece la vida de uno pero siembra el hartazgo en los demás, recuerdo aquello tan manido de que "lo mucho cansa". Y, personalmente, me canso con una facilidad pasmosa. Por eso me vienen a la mente los publicistas y pienso si no sería mucho más gratificante e incluso más barato parir buenas ideas en vez de recurrir siempre a lo mismo, a Martina Klein anunciando lo primero que se le pase por la melena. Llegará el día en que ella misma, con su indiscutible carisma, nos resuma las decisiones del Consejo de Ministros de los viernes y nos resulte hasta normal. Cosas más raras hemos visto, ¿verdad, Toni Cantó?


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