lunes, 18 de marzo de 2013

Lo imposible

La imparcialidad es un asunto peliagudo. A ciertas profesiones se les supone (los jueces o los árbitros, sin ir más lejos) pero ello no quiere decir que, de alguna manera u otra, la imparcialidad nos venga de serie. Todos somos parciales porque la vida nos ha hecho así, porque sentimos filias y fobias, porque hay cosas que nos gustan y cosas que no, porque admiramos formas de vivir mientras denostamos otras.
La imparcialidad puede ser un deber, pero también una quimera para muchos en tanto en cuanto va contra nuestro propio ser. Incluso la persona que ejecuta su profesión con un inusitado nivel de imparcialidad, se vuelve parcial tan pronto como no siente la obligación de mostrarse ecuánime. Por ello, acusar a alguien de parcial, en ocasiones, no tiene ningún sentido.
Ayer leía una columna en Público, el diario de Internet, firmada por el politólogo Pablo Iglesias y titulada, Politólogos: ¿putas o militantes? Reconozco que, cuando estudiaba ciencias políticas, nadie me transmitió la urgencia de ser imparcial, por lo tanto, no creo que, tras haberme licenciado, tenga que valorar a todas las tendencias por igual. Es más, en cuanto aprendes cómo funciona de verdad el sistema es lógico que tu racionalidad con conocimientos adquiridos te lleve a inclinarte más hacia un bando o hacia otro. Eso no quiere decir que luego ames desaforadamente lo que crees tuyo y no veas los defectos de cada uno: yo misma, siendo politóloga, me considero una persona de izquierdas y, sin embargo, he criticado y criticaré muchas de las acciones, decisiones y aberraciones que perpetran aquellos que, supuestamente y en un mundo ideal, deberían defender mi ideología. Una cosa son las ideas y otra muy distinta la forma de llevarlas a la práctica.
En la columna de marras, Pablo Iglesias, un tipo con un discurso muy completo y que tiene un nombre ya de por sí agradecido, criticaba a un colega por lo que yo intuía "venderse a la derecha". Más o menos. E insinuaba que el politólogo se desprestigia en tanto en cuanto se pone al servicio de un determinado bando. Todo esto lo contaba desde una plataforma de izquierdas, lo cual viene a ser un contrasentido: te critico a ti, por ser de derechas, desde una web que implica todo lo contrario. Mal empezamos.
Esta historia de si los politólogos somos putas o militantes me parece insólita en el sentido de que, como ya digo, no se trata de una disciplina a la que se le exija imparcialidad ni jurar ante el rey y la Biblia. Por lo tanto, creo que el debate no tiene mucho sentido en sí mismo. Otra cosa es que se lo pretenda relacionar con algo similar a lo que pasó estos días en Baleares, cuando se filtró el listado de mandamientos o comportamientos que el PP de la isla exigía a sus tertulianos y "opinadores" de cabecera, aquella gente que tiene como misión hablar de los populares en los medios y, además, hacerlo bien. La compra-venta de periodistas y "opinadores" es algo que no debería extrañar a nadie: de hecho, la mayoría de las tertulias sociopolíticas televisivas se alimentan precisamente de las evidentes desviaciones ideológicas de sus participantes.
¿Que quienes veamos a periodistas entregados a las mieles del poder pensemos que lo suyo es de vergüenza? Efectivamente. Más aún si presumes de imparcialidad a gritos (recordemos que el periodista, tal y como se enseña en la facultad, debería narrar los hechos con objetividad) mientras, a la par, permites que una tendencia política (cualquiera) te unte por hacerle reverencias. Estas revelaciones no consiguen más que hundir a la prensa en un lodo del que tardará en salir, en tanto en cuanto cada día nos convencemos más de que hay muchos intereses creados detrás de las noticias y que la opinión pública está condenada a ver una realidad creada, inventada o matizada, distinta de la realidad "imparcial".
Siempre he pensado que en las escuelas se debería estimular la curiosidad (algo que parece que pierdes en cuanto alcanzas los albores de la preadolescencia) y el criterio propio. Claro que entonces, a lo mejor, habría que impartir algo más de filosofía, una asignatura que no parece del gusto del gobierno actual. Quizás porque ayuda a pensar cuando lo que pretenden es lo opuesto: que no pensemos y que creamos a pies juntillas que quienes piensan lo hacen por motu propio y no por sobre ajeno.
Antes de que se me vayan las ideas a la acera de la izquierda, el otro día leía que sesudos analistas internacionales, presumiblemente pertenecientes a organismos autónomos, señalaban que el periódico español más imparcial hoy en día era El Mundo, muy por encima de El País. No comentaré nada, aunque podría...


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