jueves, 22 de septiembre de 2011

Conmigo o contra mí

Dando un paseo por Internet hace unas horas, me topé con una página que enumeraba los hábitos nocivos del carácter humano, titulándolos como "los siete pecados capitales de la personalidad". Citaban como tales el querer tener siempre razón, echarle la culpa al otro. hacerse siempre el mártir, poner una excusa para todo, hablar en tono negativo, ser intolerante y desconfiar continuamente. No sé qué piensan quienes esto leen, pero a mí, así, a bote pronto, me viene a la cabeza al menos una persona que reúne todas estas cualidades. Ya intuía yo que era un ejemplar digno de estudio...
No obstante, yo añadiría un octavo pecado de propina a esta lista tan completa. Me refiero a esa costumbre que tenemos todos de entonar el "estás conmigo o estás contra mí". Tal afirmación me parece legítima cuando alguien te ha causado daño físico o emocional. Si lo cuentas, lo verbalizas ante gente de tu confianza, lo haces porque persigues la empatía ajena. El hecho de que te lo nieguen es como ver a alguien caído en pleno paso de cebra y quedarse mirando, en espera de que el semáforo se abra y lo rematen. Pero, al margen de estas situaciones no tan excepcionales, el conmigo o contra mí nos causa muchos, pero que muchos disgustos.
Todos queremos llevar la razón y tener a un buen puñado de fans en perpetuo estado de arrobamiento ante nuestra persona. Pero, reconozcámoslo, esto no es lo habitual. Aun así, necesitamos que las personas nos muestren su compromiso con la causa entonando el "estoy contigo". En realidad, cuando ponemos a alguien en el brete de elegir sin justificación mayor que la satisfacción de nuestro propio ego, descartando que haya mediado afrenta alguna de terceros, es porque el interlocutor no nos importa gran cosa. Si elige el "contra mí" pues, bueno, tanta paz lleve como descanso deja.
En las relaciones personales, el blanco y el negro comienza a encontrar matices a medida que maduras. De pequeño, incluso de adolescente, se busca la adhesión y la cohesión absolutas, algo que posteriormente va variando su importancia. Las niñas son muy expertas en esto, cuando de pequeñas tienen una mejor amiga y, de repente, observan con infinito dolor como a su íntima se le cruza otra por delante y se va tras ella. Después la obligará a elegir entre las dos, con el consiguiente llanto y crujir de dientes.
Esta mañana, repasando las declaraciones del ex ministro Moratinos sobre el conflicto palestino, me di cuenta de lo mucho que se parece la alta política a las relaciones humanas. Decía el diplomático que estar a favor de un Estado Palestino no implica necesariamente estar en contra de Israel. Y tiene toda la razón. No voy a entrar en las raíces históricas del conflicto y lo que entiendo yo cuando observo todos estos dimes y diretes gubernamentales, pero sí creo que, llegados a este punto, con tantos muertos a las espaldas, ya no vale el "estás conmigo o contra mí" dirigido a la comunidad internacional a modo de bravuconada. Si dos pueblos se consideran con derechos a ocupar el mismo territorio, hay que buscar formas éticas de convivencia. Las vidas humanas no pueden ser, no deben ser, objeto de comercio territorial.
Creo que hay buenos palestinos y buenos judíos. Igual que pienso que también existen impresentables en ambos bandos y que, muchos de ellos, ocupan altos cargos políticos y económicos en las dos sociedades. Pero es evidente que necesitan un mediador (los conflictos largos es lo que tienen, que piden a gritos ciertas dosis de objetividad), tan evidente como que, a pesar de las promesas electorales, ése no va a ser Obama. Ayer, ante la ONU estuvo tibio, absurdo, como un niño al que le pillan en un renuncio cuando no ha hecho los deberes. Bastante presión de los lobbies debe de tener el hombre, con la que arrecia en Estados Unidos. Y, sin embargo, ello no justifica la renuncia a ese implícito deber moral que los presidentes americanos siempre han asumido: el tratar de tomar al toro palestino-israelí por los cuernos.
El odio nunca es bueno, pero educar a generaciones enteras en el rencor y el desprecio es aún peor. Necesitamos un derroche de generosidad. Tal vez no estés conmigo, pero sé que tengo que vivir con tu presencia y por eso acepto que camines a mi lado el resto del camino. Qué fácil es decirlo y qué difícil (por no decir imposible), hacerlo...

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