martes, 20 de septiembre de 2011

Qué paranormal es todo

Nicolas Cage es un vampiro. Vamos, que el asunto resulta tan evidente que hasta los diarios se hacen eco de tamaño descubrimiento "crepuscular". Vale, el hombre ya no está para ir por ahí volando cual Pattinson cualquiera y ligándose a jovencitas con picores pero, según para qué tipo de mujer, imagino que el sobrino de Coppola tendrá un pase y más desde que ha mutado en primo segundo de Drácula. Pero no voy a perderme en elucubraciones sobre el, para mí inexistentente, sex-appeal de Nicolas; prefiero centrarme en esta nueva y sorpendente característica que le atribuyen.
El asunto surge cuando un individuo, coleccionista de recuerdos de la guerra de Secesión, descubre la foto de un sujeto que guarda cierta semblanza con Cage. Se suman dos más dos y, claro, el resultado es 22. O sea, que si se parecen es que son el mismo, con lo cual el actor vivía y coleaba cuando Norte y Sur se jugaban los Estados (des)Unidos a cara de perro. Y luego a algunos les extraña que el caballero esté calvo...
A veces pienso en lo mucho que les gustan a los americanos del norte los sucesos paranormales. Soy consciente de que hay periódicos especializados en recoger noticias tan absurdas como el avistamiento de un duende color amarillo en algún pueblo de Texas o el advenimiento de un elfo vestido de flamenca en la frontera de Kentucky. Esto puede ser muy divertido visto desde fuera, pero supone un engranaje de considerables dimensiones que da de comer a mucha gente y no solo a los ya jubilados Murder y Scully (quienes, por cierto, preparan nueva peli X. Me refiero a los Expedientes del mismo nombre, por si hay algún despistado buscando la verdad ahí fuera).
En algunos países del continente americano puede uno aficionarse a un canal televisivo que emite programas centrados en asuntos muy poco normales. Vamos, como si aquí Iker Jiménez compra la Sexta y se monta un temático de 24 horas. El canal en cuestión se llama Bio y, entre sus joyas, destaca un espacio protagonizado por estudiantes universitarios. Cual personajes de La Bruja de Blair y capitaneados por el listo de la clase, forman un compacto grupo que viaja por pueblos perdidos de Estados Unidos librando a los parroquianos de posesiones, avistamientos y espíritus burlones. No he tenido la inmensa fortuna de poder seguir tamaño hit televisivo, pero puedo decir con orgullo que un capítulo sí que vi. En él, la cuchipandi trataba de exorcizar las malas vibraciones que afectaban a un rancho y que, literalmente, habían acabado con la vida de varios caballos. Hablando en plata: los equinos estaban más poseídos que la bruja Lola después de pasar por la peluquería. Con ayuda de un vidente, que siempre queda pintón en los sitios con "encanto", los chavales montaban su tinglado tecnológico, hablaban con los lugareños y llegaban a la conclusión de que aquello había sido un asentamiento indio y que a los espíritus de antaño les había sentado francamente mal que les cambiaran el color de las cortinas. A lo mejor peco de descreída, pero esto ya lo vi yo en Poltergeist.
Provengo de una familia a la que le han pasado cosas extrañas, tengo una madre que cree en los sueños y yo misma he de confesar que he soñado cosas que, más o menos, se han ido cumpliendo. Pero imagino que es el subconsciente quien te está lanzando mensajes, quieras escucharlos o no. También opino que hay lugares que encierran una especial fuerza telúrica, que influyen sobre tu estado de ánimo. Igualmente, pienso que existen personas buenas y malas y que, estas últimas, aunque no nos muestren su cara, no dejan de producirnos cierta desazón que no conseguimos explicar hasta que nos estrellamos con todo el equipo. Pero una cosa es eso y otra montar un parque temático de lo absurdo. Digo, de lo paranormal.
Cada cual es muy libre de creerse hombre lobo y venirse arriba con la luna llena. Y todos hemos oído casos de supuestos vampiros para quienes la sangre está más buena que el tinto de verano. No obstante, pienso que lo más fácil es explicar los sucesos recurriendo a fuerzas ajenas que buscarles una solución racional y lógica, sobre todo porque esta última, a veces, duele.
Aun así, me rindo a la evidencia: estos asuntos entretienen un montón y dan para varias charlas alucinógenas. Y, ahora que no me lee casi nadie, confieso que la idea de un Nicolas Cage de tropecientos años me produce cierto despiporre. Si viendo algunas de sus interpretaciones ya me daban ganas de arrearle un estacazo, ahora aún más. ¡Viva lo paranormal!

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