lunes, 12 de septiembre de 2011

Pan y circo

No falla. Si algún extraterrestre viera los informativos de cualquier país durante un día entero, opinaría que a los humanos les gusta más el morbo que a ellos los agujeros negros, con perdón. Y no les falta razón. Nos encanta regodearnos en esas cortinas de humo que surgen de vez en cuando y nos impiden ver el bosque. Total para qué, cuando la frondosidad vegetal, que ya no es verde sino amarillo paja, está plagada de elecciones, crisis económicas, desmadres políticos... Mejor contemplar con pasmo las desgracias ajenas para darse cuenta de que, al fin y al cabo, tampoco estamos tan mal.
Durante estos días en Argentina, no salía de mi asombro ante la cobertura que los medios de comunicación daban al caso de Candela, una niña secuestrada y posteriormente asesinada. Un suceso lamentable que, aun después de hallado el cadáver, continuó ocupando horas y horas de televisión: la familia, los sospechosos, los vecinos de los sospechosos... no quedó nadie que no tuviera su minuto de fama. Era complicado enterarse de algo más que ocurriera en el país, resultados de las diferentes selecciones deportivas (fútbol, basket y rugby) aparte. Tres cuartos de lo mismo acontecía si conectabas la televisón chilena: el accidente de avión que costó la vida a 21 personas se llevó de calle a la audiencia. Tal vez porque en el aparato viajaba Felipe Camiroaga, presentador estrella de la tele andina. Tantas vueltas le dieron al tema que yo, desconocedora de la existencia de este hombre hasta la semana pasada, me ofrezco desde ya a participar en algún concurso que ponga a prueba los conocimientos de la audiencia sobre las facetas personal y profesional de Camiroaga. Eso sí, he permanecido ajena, y no por voluntad propia, a las circunstancias sociales y políticas que vive Chile, restando alguna que otra imagen de manifestaciones estudiantiles que se colaban entre pésame y pésame.
Todo esto me recuerda a esos vídeos que nos ponen de vez en cuando de rateros levantándoles las carteras a los turistas en las Ramblas de Barcelona. En ellos se ve como un gancho distrae a la presa mientras el ladrón se lleva lo que pilla y aquí no ha pasado nada. A nosotros, víctimas de esta alienación mediática, nos ocurre algo parecido: nos aturullan con noticias morbosas o amarillistas mientras por detrás nos trincan el dinero, nos plantan reformas que no molan o nos cuelan decretos leyes por la patilla. ¡Pan y circo para todos!
Recuerdo que, hace unas semanas, hablando del 11S con otra persona, llegamos a la conclusión de que seguro, seguro, la ciudad de Nueva York y el gobierno estadounidense saltarían a la palestra con una amenaza gorda de atentado coincidiendo con el aniversario de la masacre. Dicho y hecho. No digo yo que la amenaza no fuera real, pèro su oportunismo es de libro. De acuerdo, el asunto tiene mucho que ver con el recordatorio a los ciudadanos de que papá Estado sigue ahí protegiéndonos de todo mal pero, en este caso, el aviso coincidió exactamente con una comparecencia de Obama para hablar de ajustes y descalabros económicos. Una intervención importantísima que, sin embargo, pilló a gran parte de la opinión pública abasteciendo el búnker por si los islamistas la liaban parda.
Cada vez me resulta más fascinante observar las maniobras que se realizan para controlar a las masas. La mayoría de los partidos políticos, si quieren llegar al poder, saben que deben contener a la plebe. Es como aquello de tener cerca al amigo y más aún al enemigo. La masa es un elemento discordante e incómodo, porque en cualquier momento puede parir grupúsculos o incluso revoluciones incontrolables, así que lo mejor es hacerle creer que trabajas por y para ella. La necesitas, ergo hay que convencerla de que es tu fin y no tu medio, aunque la realidad sea a la inversa.
Pero el problema ya no es el juego al que jueguen con nosotros; es que nos gusta jugar. E. insisto, las desgracias ajenas, cuando no afectan a ningún ser querido, dan mucho de qué hablar y distraen una barbaridad. Además, tenemos esa extraña sensación de que el mal fario, mientras se ocupe de los demás, a nosotros nos deja un poco de lado. Pero, ojito, porque en cualquier momento puede venir un maleante de tres al cuarto a birlarnos la cartera mientras nos regodeamos en asuntos más prosacicos. No estaría mal mirar a nuestro alrededor de vez en cuando...

                                                                    Felipe Camiroaga

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