lunes, 17 de junio de 2013

Sobreviviré... o no

En mi anterior post hablaba de la supervivencia y del camelo que suponen algunos shows televisivos que intentan hacer pasar por héroes a quienes no son más que tipos listos en busca de gloria.  No voy a ser yo quien diga que no están en su derecho: todo el mundo puede y debe buscar la mejor forma de ganarse la vida aunque sea un fake. Ahí están si no los alegres chicos y chicas del pressing catch, deporte en la cumbre donde los haya y en el que la ficción no se parece a la realidad ni por casualidad.
Pero sí hay historias extrañas y extravagantes, de ésas que conmueven al respetable hasta el punto de inmortalizar héroes sobre bases, por decirlo así, paradójicas. Uno de los ejemplos más populares es el de Christopher McCandless, el protagonista del libro Into the Wild (Hacia rutas salvajes), de Jon Krakauer, llevado al cine con relativo éxito por Sean Penn en la película del mismo título.
A estas alturas de la historia, desconozco si McCandless fue un héroe de los 90 o un lunático, pero me preocupa que algunos lo vean como un ejemplo a seguir. Partiendo de la base de que la mayoría de nosotros no somos ejemplo de nada, un tipo que, según se barrunta, tras desencantarse del sistema se va a vivir la aventura en soledad, en los más agrestes parajes, hasta el punto de dejarse morir por mala planificación o una casi pérfida interpretación de la socialización, me parece, por encima de todo, cuestionable. Ya sé que el libro lo plantea como una especie de superhéroe de izquierdas y la película sigue una senda muy similar, llena de poesía y poblada de personajes matizados sino directamente imaginados. Reconozco que, cuando uno se sumerge en la historia, le entran unas ganas terribles de mandarlo todo a la porra y lanzarse a campo abierto a vivir en comunión con la naturaleza. Lo que ocurre es que a la naturaleza, en ocasiones, no le apetece vivir en comunión con nosotros y se empeña en llevar la contraria a todos aquellos que, haciendo gala de un sentido de la inmortalidad muy adolescente, se baten en duelo con la vida.
La historia de Christopher McCandless es conmovedora, sobre todo porque presumimos que se trata de un hombre con una inteligencia nada despreciable (era licenciado en Historia y Antropología) y que tomó una decisión muy meditada, aunque yo hubiera seguido su planteamiento inicial (tomar rumbo a México, a climas más cálidos) en lugar de sumergirme en un clima y paraje inhóspito al que es muy difícil controlar. Si contemplamos su trayectoria vital desde diferentes perspectivas, este personaje, que en el cine encarnó Emile Hirsch, puede ser desde un ingenuo hasta un ser sobrenatural, pasando por todos los matices que llega a tener el comportamiento y la inteligencia humana.
De hecho, aunque Christopher sea el ídolo de numerosos adolescentes norteamericanos (y no solo ellos) llama la atención ese bonito fin que le quiso dar su biógrafo Krakauer, insistiendo en que el deceso del héroe no se debió a su cuestionable habilidad para sobrevivir y las numerosas tonterías que perpetró los días previos a su muerte, sino a la ingestión de unas plantas venenosas. Tiempo después de que la autopsia demostrara lo contrario, y aunque quedó comprobado que el finado pesaba 30 kilos por su incapacidad para procurarse alimento, Krakauer volvió a insistir en que las causantes de la muerte no habían sido plantas venenosas, pero sí un tipo de hongo muy peculiar. A estas alturas, los resultados de la autopsia de Christopher McCandless siguen siendo la mosca cojonera en este empeño de llevarlo a los altares.
Historias como la de Christopher hay bastantes (por ejemplo la del surfista Jay Moriarty y su triste final), pero, insisto, lo más preocupante no es su grado de fabulación sino el afán de imitación al que pueden dar lugar. Recuerdo, por ejemplo, el caso de Lee Cutler, uno de los desaparecidos más célebres de los Estados Unidos. El chaval (18 años), un tipo agradable, simpático y amigo de sus amigos, se evaporó una mañana de 2007 camino del trabajo. Se había llevado dinero y su coche. Días más tardes se encontró el vehículo y parte de sus pertenencias en las orillas de un río, en una zona boscosa. Entre lo hallado, una mochila, mantas... y un ejemplar de Into the Wild, la novela de Jon Krakeur. Aunque su madre haya negado cualquier conexión entre ambos, lo cierto es que Lee era popular entre sus amigos por sus continuos viajes a parajes naturales, su interés en la observación de animales y su carácter idealista. Fue una desaparición tan extraña como meditada (dejó una nota a su madre que puede llevar a diferentes interpretaciones) que aún hoy sigue trayendo de cabeza a la familia, las autoridades y los amigos, quienes se debaten entre un posible suicidio o un "McCandless", una evasión de la realidad para comulgar con la naturaleza y esperar que ella no te excomulgue a ti. De momento, no hay rastro de Lee.
Todos interpretamos a la gente conforme a su actitud hacia nosotros. Por eso clasificamos a las personas cercanas como buenas o malas, no porque no sean ambas cosas, sino porque las percibimos conforme al comportamiento que más nos afecta y emitimos el juicio pertinente. Si las viéramos desde otra perspectiva, tal vez los buenos nos serían tan buenos ni los malos tan malos. Recuerdo que un profesor que tuve me dijo que uno no puede nunca entender la historia si solo observa un aspecto o una perspectiva de la misma; resulta fundamental verla desde todos los prismas posibles, aunque no nos gusten ni nos parezcan aceptables. Es posible que se llegue a la misma conclusión, pero también es deseable dejar que la vida te sorprenda y, quizás, te conduzca a realidades que no habías contemplado y lugares insospechados. O hacia rutas salvajes.
Dejo una de las canciones más hermosas de la película. Una auténtica joya de la mano del maestro Eddie Vedder que nunca me cansaré de escuchar: Guaranteed.


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