miércoles, 26 de junio de 2013

Quiero volver a Kansas

Dorothy, la protagonista de El Mago de Oz, vivía mil aventuras soñando siempre con volver a Kansas. Tenía por tanto un propósito, un objetivo ineludible que la motivaba a resolver los entuertos más enrevesados sin perder nunca la esperanza. Vamos, que si yo fuera un coach de ésos que te estrujan la mente hasta dejarla como un higo chumbo, lo mismo decoraba mi despacho con un póster tamaño real de la madre de Liza Minelli, mirando al frente y "apapachando" a Totó cual si fuera la virgen de Lourdes. No hay nada como los lugares comunes para convencer al personal de que eres uno de los suyos.
Kansas vendría a ser una metáfora del paraíso, entendiendo por ello, no tanto el lugar de procedencia de cada cual, sino aquel espacio en el que nos sentimos felices y seguros, a salvo de todo mal e inmunes a los problemas y las decepciones. Kansas podría ser una casa, una ciudad o una persona, ya que su definición de amplio espectro hace más referencia al sentimiento que nos produce el algo que al algo en sí.
Por razones muy diversas (algunas de lo más insólitas) suelo ausentarme de Madrid con bastante frecuencia. Y muchas veces, nada más volver, siento el deseo de regresar a Kansas, que no es precisamente el lugar en el que vivo sino otra cosa, al que tampoco podría localizar en un solo punto neurálgico, sino en una sensación determinada que me producen ciertas sitios y también ciertas personas, aunque estas últimas cada vez menos.
Hoy mismo, leía una carta al director en el que un madrileño o madrileña (no recuerdo bien) se quejaba de lo mal que se vive en esta ciudad, donde nos hacen pagar tasas de basura -que suben con impunidad- mientras las calles se encuentran cada vez más intransitables, las cacas de perro se reproducen por doquier y suben las tarifas de las zonas de aparcamiento a capricho invocando no sé qué impuestos para cuidar el medioambiente. Sí, ése mismo que la señora Ana Botella se pasa por el cardado.
Pero Madrid no solo es una ciudad cara y descompuesta, que huele mal y empieza a saber peor, sino que también es una capital entregada a la corrupción, víctima de un desgobierno que alcanzó el poder mediante sobornos y traiciones y que lo ha ejercido siguiendo la misma tónica: creyendo que las voluntades se pueden comprar y que todos debemos rendir pleitesía a unos reyezuelos que fingen hacer con nuestro dinero lo que luego deshacen a nuestras espaldas.
Hoy mismo, todos descubríamos anonadados que, a unos pocos kilómetros de la Puerta del Sol, el Gobierno de ésta nuestra Comunidad, regida por el muy sospechoso Ignacio González, se va a construir un aeropuerto para que los clientes VIP de esa cosa llamada Eurovegas puedan aterrizar cerca de los casinos de sus amores. Desconozco si AENA, el organismo que rige nuestros aeropuertos, está de acuerdo con la ubicación o lo que opina de la futura gestión, pero no me cabe duda de que, si se queja, conseguirán hacerle cambiar de parecer a golpe de maletín. Nos hemos rendido a los sueños tramposos del Ali Babá de turno y ahí seguimos, como el tonto de pueblo viendo por primera vez una peli porno. Lástima que en esta peli a nosotros también nos la van a meter por donde menos lo esperemos. Eso, si antes Adelson y los suyos no se largan con sus promesas e inversiones a otra parte después de que González & friends se hayan hipotecado hasta las cejas en el esfuerzo de convertir el centro de España en el antro del pecado. Por menos de eso, Sodoma y Gomorra se cayeron del cartel de Eurovisión.
Mientras la degradación se palpa, se siente, Ana Botella, con su jardín limpio y la basura recogida, está feliz como una perdiz porque el Comité Olímpico parece que esta vez sí, va a darnos los juegos que tanto ansía el PP. Somos de lo bueno, lo mejor. Lástima que la ciudadanía no esté por la labor y, encima, lo manifieste. Porque sí, señores, parece que a los madrileños en particular, y a los españoles en general, no les acaba de convencer eso de gastarse la indemnización del despido en dejar niquelado el estadio de La Peineta. Rancios, que somos unos rancios. Y, por mucho que Botella y las alegres comadres del PP intentaron disimular durante la visita de quien tanto manda y decide, se ve que el Comité Olímpico notó como un tufillo a descontento en cuanto puso sus pies en los madriles. No le llames desidia cuando quieres decir caca de perro.
Madrid se está convirtiendo en un extraño mundo de Oz, regido por unas brujas de pacotilla y a las órdenes de un mago que promete ser un genio y no sirve ni para hacer hervir el agua. El camino de baldosas amarillas está llenos de baches, obras sin terminar y flyers pisoteados. Y quienes nos pueden ayudar son, en realidad, un atajo de cortos, cobardes e insensibles.
Quiero volver a Kansas.


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