martes, 25 de junio de 2013

Nos miran

Desconozco por qué nos llevamos las manos a la cabeza cuando un tal Snowden nos cuenta que el gobierno de Estados Unidos espía hasta los posos que dejamos en el café. No logro descubrir cómo es que la comunidad internacional se ha hecho la gran sorprendida ante una realidad que es la que es y la que lleva siendo desde, al menos, la guerra fría.
Hace tiempo comenté en este blog el empeño de los norteamericanos en vigilar todo lo que se menea. Es lógico si pensamos que se trata de un país cuyo ordeno y mando se ha cimentado sobre el terror a lo desconocido y en la percepción casi nula de lo que sucede más allá de sus fronteras. Lo que en la práctica se traduce en una incultura geográfica sin parangón tiene sus efectos colaterales en ese pseudorégimen del terror que hace que muchos norteamericanos vivan atormentados ante la perspectiva incierta de sufrir una invasión extraterrestre, un despliegue de mariachis tocando el guitarrón o un desembarco masivo de habitantes de Matalascañas con ganas de ver Disneyworld. Del mundo árabe no hablamos porque son palabras mayores y pavores arcaicos.
Con este panorama, es lógico que el Tío Sam crea que la mejor manera de tener a sus sobrinos controlados es vigilando lo que hacen, espiando sus llamadas, entrando en sus ordenadores, hackeando sus móviles y hurgando en las bragas de sus novias si procede. En realidad, ese absurdo cuestionario sobre terrorismo y más al que debes contestar si quieres viajar a USA solo es una tapadera: al comprar el billete, e incluso antes, ya lo saben todo sobre ti. No es paranoia, sino la vida misma.
Ni Snowden ni Wikileaks nos han descubierto la cuadratura del círculo contándonos lo que todos imaginábamos. Pero la polémica suscitada me ha recordado la entrevista del año pasado en la que Assange ponía a caer de un burro a Facebook. Es vox populi entre quienes me conocen mi profundo rechazo hacia esta red social en tanto en cuanto me parece una exposición innecesaria de la vida del ser humano. Al parecer, Assange parece estar de acuerdo, pues en su día dijo, y cito textualmente, "Facebook es algo abominable y extremadamente peligroso. Es gente poniendo literalmente millones de horas de trabajo gratuito al servicio de la CIA. Metiendo a todos sus amigos y parientes en una base de datos centralizada para que sea accesible para las agencias estadounidenses. No estoy diciendo que Facebook es la CIA, estoy diciendo que es prácticamente la CIA porque le da acceso al material. Muy, pero que muy peligroso". Ni que lo hubiera dicho una servidora.
Internet se ha convertido en un gran museo en el que todo el mundo puede colgar el cuadro que quiera y cuando quiera, sin controlar quién lo ve ni cuándo lo ve y, sobre todo, qué reacción experimenta al verlo. Con las redes sociales, además, no solo mostramos una obra sino que toda nuestra vida se convierte en un cuadro público en el que, sin medir muy bien las consecuencias, exponemos a nuestros hijos, nuestros amigos, nuestras parejas, nuestros compañeros de trabajo, nuestras ansias, nuestras decepciones, nuestros deseos, nuestros puntos fuertes y también los débiles. Absolutamente todo. En ese sentido, no quiero ni imaginar la mina de oro que puede ser Facebook para el Gran Hermano que todo lo controla: gracias al invento de Mark Zuckerberg, sabe perfectamente quiénes son aquellos con los que nos relacionamos, cuál es nuestro currículum vital y profesional, qué es lo que nos hace felices y qué nos pone tristes. Ninguna novela de espionaje podría dibujar una plataforma más idónea para el control del ciudadano medio.
Sería muy inocente (o muy necio) pensar en Internet como algo privado, una especie de reunión entre amigos a los que solo acuden los conocidos y donde, de vez en cuando, se cuela algún curioso para ponerse tibio a canapés. No calculamos que, detrás de las ventanas o atisbando por la mirilla, puede haber miles de desconocidos tomando notas. Por eso, no dejo de sorprenderme ante la inquietud que causa en la gente el que Estados Unidos pretenda controlarlo absolutamente todo, cuando, en realidad, lo que hacemos diariamente es ponerle nuestros datos más privados en bandeja. ¿Acaso pensamos que Obama es una hermanita de la caridad? ¿Un revolucionario de izquierdas? El espionaje, como el control a través del miedo, es algo que se le supone a cualquier administración norteamericana, sea de la ideología que sea.
Como me dijo una amiga hace ya tiempo: "si no quieres que la gente lo sepa, no lo cuentes". Si se lo cuentas a una sola persona, es bastante probable que ésta se lo diga a una tercera y empiece a rodar la bola de nieve. Si lo cuelgas en Facebook o lo comentas en Twitter, estás permitiendo que todo el mundo tenga acceso a la información. No digo yo que todos vayamos a predicar con el secreto a partir de ahora, pero si normalmente tendemos a medir lo que decimos cara a cara o a quién lo decimos, no entiendo por qué no lo hacemos a la hora de exponerlo (y exponernos) en las redes sociales, más aún teniendo en cuenta que lo publicado permanece inalterable al paso del tiempo.
Supongo que es tarde para pretender que poderes a los que no controlamos hurguen en nuestra basura, pero sí creo que todavía podemos decidir qué basura tiramos, si la separamos en bolsas y en qué contenedor las arrojamos. ¿Que alguien (cualquiera) quiere seguir rebuscando? Al menos, que se manche las manos.




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