miércoles, 23 de octubre de 2013

Miserias

¡Salgamos a la calle a ritmo de charanga! ¡Abandonémonos a los placeres mundanos! ¡Tiremos la casa por la ventana! Según he podido leer hoy en los periódicos, España ha salido oficialmente de la recesión que nos tenía entre acongojados y acojonados o las dos cosas a la vez.
Tal y como señalan las informaciones oficiales (que no las oficiosas) nuestra economía ha pegado un estirón del 0,1%. Ríete tú del primo de Zumosol. Para los que nos quedamos ojipláticos ante este alarde de crecimiento sin paragón, el dato, aunque paupérrimo, imaginamos que implica grandes avances y "bienestares" a tutiplén. Para los entendidos, no supone prácticamente nada, en el sentido de que vamos a seguir pasándolas canutas y yendo en procesión a la Oficina de Empleo (o como quiera que ahora se llame) durante unos añitos más. Me río yo del mito de las generaciones perdidas.
Y, sin embargo, en estos días que he estado fuera de cobertura disfrutando de los placeres de la vida, el megacrecimiento y progreso español me ha pasado prácticamente desapercibido. El motivo no ha sido otro que un acontecimiento de mucha mayor importancia o, al menos, yo lo entiendo así tras contemplar el espacio que le dedicaban los medios online. Me refiero, no podía ser de otra manera, a la vuelta de Belén Esteban a la televisión, que ha batido récord de audiencias en un momento en que las cadenas se baten en duelo. La mujer de físico indescriptible y falsa sonrisa de corta y pega ha regresado a su casa aniquilando cualquier intento por poner freno a su vómito de penas y desdichas sin fin. Rindámonos, queridos súbditos, a los encantos de la princesa.
El tirón de Belén Esteban sigue siendo un misterio para la que esto suscribe. En lo personal reconozco que su vida directamente me la bufa; en lo profesional, es un personaje que me cae rematadamente mal porque no consigo verle la gracia ni, mucho menos, entender el por qué de su protagonismo. Ahora, encima, se reinventa como ejemplo de una vida sana tras, según ella, recuperarse de sus adicciones en solo siete meses de tratamiento. Eso sí es un milagro y no nuestra repentina salida de la recesión. Que aprendan Montoro y De Guindos.
Me cuesta entender que una persona pueda dejar atrás una enfermedad como la de la Esteban en un período tan corto de tiempo y que, encima, nos lo venda como una posibilidad certera. A muchos nos gustaría creer en la curación cuasi espontánea, pero una adicción es algo la mayoría de las veces crónico que hay que tratar y vigilar hasta el infinito y más allá. No obstante, la señorita Belén Esteban no solo se permite impartir lecciones de psicología y rectitud de vida, sino que acompaña sus discursos en los que parece decir de todo y no dice nada para aconsejarnos a los humildes mortales sobre monos y demás fauna, estética e incluso nutrición. ¡Olé sus hilos de oro!
Belén Esteban es un personaje vacuo que no ofrece nada más de lo que vemos: mala educación, poca cultura y un pírrico saber estar. Pero esto no es lo más absurdo de todo; lo peor es que alguien de semejante talante y descompostura fascine a tantas personas que, supongo, la tendrán por ejemplar ejercicio de superación personal. Confío en que muchos la sigan por simple disgusto, en tanto en cuanto gran parte de la humanidad siente una fascinación inexplicable por aquello que le repele.
En todo caso, me preocupa que Esteban se convierta en alguien que dé lecciones de vida y que, por ejemplo, recurra a lugares comunes (comer cinco veces al día; prescindir de los hidratos) cuando explica su publicitado adelgazamiento exprés. Me recuerda a aquellas famosas que, tras hacer guardias en los quirófanos del planeta, aseguraban que su buena cara se debía a la dieta del alcachofa y a la felicidad que propicia el amor incondicional de sus fans que tanto les adoran. Ni Belén ni quienes vemos la televisión somos santos, pero al menos lo otros, los que estamos a este lado y tragamos lo que nos echen como muertos en vida, no convertimos nuestras miserias en reclamo ni en ejemplo de nada. Me produce un resquemor mal disimulado el que nos creamos los supuestos milagros de esta magnífica santa que en un tiempo récord dice haber convertido su vida en una clase magistral de recta conciencia y aún más recto camino.
Le deseo a Belén Esteban una larga vida personal (no tengo por qué dudar que en su casa sea una buena persona y excelente ser humano) y una corta existencia profesional que, a ser posible, no mengüe su economía. Por su bien y el nuestro. Y que los televidentes me perdonen el exabrupto.
Dejo un vídeo de Les Misérables porque me sale de la peineta. Hoy me siento revolucionaria, qué se le va a hacer.



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