Angela Merkel está un poquito ñoña. Y no, no es por la prima de riesgo, ni porque Hollande le haya salido canalla ni porque Rajoy le ponga ojitos. El culpable de su sensiblería y blandurria es un jugador de fútbol germano, que ha tenido el detalle de salir del armario sacando primero el dedo para ver si llueve. Quiero decir que este deportista, que aparece en las fotos de espaldas y mirando para Dinamarca, ha confesado que sus compañeros le tienen entre ceja y ceja, que se carcajean de él en las duchas y que lo está pasando regular tirando a fatal. A día de hoy, la opinión pública aún desconoce su nombre. No lo culpo. Nada más saltar a la luz el episodio germano, las televisiones tiraron de hemeroteca, rescatando la historia de aquel futbolista de la liga inglesa a quien hicieron la vida imposible en cuanto destapó su homosexualidad allá por los 80, producto de lo cual, acabó ahorcándose. Como para pensárselo.
Merkel ha dicho en público que ella en particular y Alemania en general están dispuestos a acompañar en el sentimiento a todos aquellos que quieran salir del armario, en aras del entendimiento, la tolerancia y la buena convivencia. Que el país es muy moderno y les da igual que uno sea gay o "gayna". Todo esto queda muy bonito en cuanto lo sueltas en televisión ante millones de personas, pero algo tiene que haber detrás cuando, a pesar de semejantes garantías y mimos, ningún deportista de élite ha confesado su homosexualidad en las últimas semanas.
La mayoría opinamos que tampoco tendría por qué. Si lo pienso, no conozco a nadie que, en todas sus conversaciones, introduzca un "es que yo soy muy heterosexual". Del mismo modo, entiendo que uno no tiene por qué añadir la muletilla "soy gay" a sus discursos. Principalmente, porque cualquier individuo puede vivir su vida sexual como mejor le plazca sin que los demás reivindiquemos el derecho divino de juzgarle por ello. Pero el problema de los seres humanos es que nos encanta hurgar en la vida del vecino y en su dormitorio, más. Todo lo que se sale de la línea recta resulta amenazante. No pensamos en que la suerte, el cambio y la fortuna te esperan a la vuelta de la esquina. La famosa vuelta a la que nunca accederás si te empeñas en seguir el camino trazado así jarree.
No sé cómo se toman los alemanes todo esto del alicatado de armarios, pero sí es verdad que no deja de sorprender que en prácticas tan masculinas como el fútbol o el very spanish toreo no haya homosexuales. Por la ley de probabilidades, haberlos, haylos. No seré yo quien reclame que salgan ahora todos en tropel a confesar sus apetencias, más que nada porque me la bufa, pero opino que vivir siempre intentando que no te pillen debe de ser un infierno.
Todos hemos deseado con ansia pasear por la calle de la mano de quien queremos. El no poder hacerlo por temor a que el qué dirán arruine tu vida debe de ser un infierno. Porque uno puede mostrarle en la intimidad a su pareja lo mucho que le atrae y todo lo que la quiere, pero también espera hacerlo en público, sin que el dedo acusador de los demás le señale allá donde vaya.
A pesar que los españoles nos confesamos tremendamente tolerantes y cero racistas en los sondeos, estoy convencida de que muchos asumirían fatal el que algún héroe del balompié saliera del armario con la pluma puesta. Empezaríamos a echar mano de esos burdos y humillantes chistes de la ducha, el jabón (imagino que el bote de gel da todavía para más literatura) y tocamientos cuando cunde la euforia. O las estúpidas bromas sobre la taleguilla de los toreros. En cambio, vemos lógico que un deportista fardón se líe con una modelo de tetas siliconadas, mínima cultura y noches eufóricas. Mejor si tiene amigas. El futbolista y el torero son la encarnación del macho ibérico, el hombre, hombre que disfruta de las mayores riquezas y las mujeres más atractivas. Es lo que se espera de él. Una ecuación tan perfecta no admite escandalosas incógnitas que no se pueden despejar.
Reconozco que me encantaría que todos aprendiéramos a respetar la esfera privada de los demás, guardándonos muy mucho de cotillear sobre sus amores, desamores e historias de cama. Pero la aceptación de que podemos acostarnos con quien más nos plazca sin que por ello dejemos de ser buenos profesionales o excelentes personas tiene que surgir de alguna parte y es lógico que sea de los propios interesados. Eso sí, visto cómo nos gusta hacer leña del árbol caído (o incluso quemar el bosque sin más miramientos), comprendo que nadie quiera tirar la primera piedra. Y, la verdad, tampoco me imagino a Rajoy echando la lagrimita porque alguno de los héroes de la selección pase olímpicamente (o mundialmente) de arrimar el ascua a la sardina. Bastante tiene el hombre con mirarse al espejo cada mañana y asumir lo que ve en él.
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