Tengo que reconocer que la idea de esta entrada la he pillado prestada. Bueno, siendo justos, la he copiado. Así, sin cortarme. Demasiado golosa para dejarla pasar por alto.
Todo viene a raíz de un episodio de Juego de tronos (qué le vamos a hacer; una tiene sus debilidades) en el que Jaqen H'ghar concede a la pequeña Arya Stark el poder de decidir sobre la muerte de tres personas a su elección, situación que ella torea con unas ganas de venganza dignas de los mejores lances de caballería. No digo yo que en la vida real debamos disfrutar del derecho a descuartizar a tres almas, por muy en pena que se paseen, pero no estaría de más que algún genio de la lámpara nos concediera el siempre latente deseo de mandar a más de uno a la mierda, como apostillaría el gran Fernán Gómez.
Personalmente y privadamente, tengo muy claro a quién enviaría yo bien lejos. Además, para que no me digan aquello de que nos respeto la paridad, los dos primeros puestos de mi triunvirato están soberbiamente repartidos por sexos: una mujer y un hombre que ocupan el más bajo escalafón de mis afectos. El tercer puesto ya sería un sinvivir. De hecho, hay tantos candidatos que debería recurrir a la foto finish para comprobar quién se lleva el galardón y se va directamente a la porra, con él o gracias a él.
Como no me canso de repetir, estoy profundamente convencida de que uno se retrata en los amigos que elige. Conforme a esa máxima, las personas con talento se juntan con otras similares, los listos se van con los listos, los buenos con los buenos... y los gilipollas con los gilipollas. Por eso, aunque un individuo a primera vista parezca engalanado de virtudes, si se rodea de impresentables es porque, en el fondo, él también lo es. Y sino, al tiempo. Lógicamente, todos, recién aterrizados en un nuevo ambiente, intentamos confraternizar hasta con los objetos inanimados, pero es cuestión de meses, incluso de semanas, que coloquemos a cada uno de nuestros nuevos compadres en los altares o en el lodazal al que pertenecen por naturaleza. Cuestión de sentido común. Siguiendo este planteamiento, si, pasado el tiempo, uno continua empeñado en rodearse de imbéciles, yo, por experiencia, sospecharía. Aunque, claro, a lo mejor solo digo estupideces sin ninguna razón empírica que las refrende...
Todo esto viene a colación porque, en ocasiones, tenemos la tentación de mandar a pastar a un grupo entero de personas, en una especie de genocidio emocional con resultado de ensañamiento. Yo, por ejemplo, de tener que elegir, no enviaría a Rajoy al exilio, sino que les haría las maletas (hasta personalmente si me apuran) a él y toda la cúpula del PP, empezando por Esperanza Aguirre y acabando también, en un birlibirloque de 360º, por Esperanza Aguirre. Para asegurarme de que se iba muy lejos, más que nada.
Y, como en el fondo soy buena persona y no me gusta que el hombre (en este caso la mujer) esté solo, mandaría también al infierno al señor Adelson y toda su troupe de trileros de Las Vegas. Aunque, claro, lo que quieren montar en España se parece tanto al infierno que lo mismo les daba gustillo. Si es que hasta cuando intento hacer el mal acabo haciendo el bien... Al final, todo queda entre amigos: ya que Adelson y Aguirre están a partir un piñón, les concedería el deseo de jugar a la ruleta rusa por toda la eternidad, muy juntitos, riéndose las gracias que no tienen mientras purgan los pecados inflamables que les han traído hasta aquí.
En tercer lugar, me desharía sin pudor del señor que manda en Siria, el que hace lo propio en China, la que nos tiene a todos al borde de la asfixia desde Alemania y a varios miembros de ese Tea Party que tanto repelús me da. Seguro que otros han hecho más mérito, pero estos son los que me vienen a la mente en cuanto pienso en la palabra ególatra, la uno a depresión profunda y la remuevo con intolerancia y sufrimiento. Yo tardaría un nanosegundo en desahuciarlos de sus poltronas, como vienen haciendo ellos con sus pueblos, sus vecinos y todo el que les discuta sus cuestionables mandamientos.
Y lo peor es que, agotadas las tres cuchipandis de primera instancia, me entraría la frustración eterna de no poder desalojar de sus poltronas a banqueros, empresarios de mal gestionar, autoridades financieras y a todo aquel que considera una victoria propia la miseria de los demás. Me queda el consuelo de que, si cada uno de los elegidos (lo siento, me he venido arriba) pudiéramos decir tres nombres, la limpieza sería, además de étnica, épica.
En el apartado personal, juro que no le deseo la muerte a nadie porque nos sería capaz, pero un tropezón a más de uno sí. No solo lo deseo, sino que lo auguro y lo espero. Y confieso que si tuviera una oportunidad a lo Arya Stark y la falta de escrúpulos que no poseo, los aprovecharía para hacer alguna alegre jugarreta a quien mucho la merece. Vale, no soy mala, soy peor.
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