Enrique Peña Nieto, candidato vencedor del PRI, es ya presidente de México. Toma así el relevo de Felipe Calderón, el hombre que decidió plantar cara al narcotráfico iniciando una guerra tremendamente sui generis (atribuyó al ejército funciones propias de la policía para inquietud de compatriotas y foráneos) que ha dejado un porrón de muertos en el país americano. Y con un porrón me refiero a cerca de 70.000 reconocidos y muchos mas que seguro no sabemos.
A Peña Nieto le toca ahora, no solo decidir qué hacer con ese ejército envalentonado y plenipotenciario que dispara antes de preguntar; también le corresponde la tarea de conseguir que el pueblo entienda que el PRI ya no es el partido caciquil, imperialista y megaconservador que era antes, sino que se trata de una formación moderna, preocupada por el bienestar de todos los mexicanos y no solo de los más favorecidos, que mira hacia al futuro y ha aprendido de los errores del pasado. Desde fuera se ve como una tarea ardua y complicada, aún más si tenemos en cuenta que el PRI se extendió como un virus dentro de la administración pública desde los años 20 del siglo pasado y sus ramificaciones llegan hasta nuestros días, distribuyéndose por todas las venas y arterias del poder conocido y desconocido.
Sin embargo, no seré yo quien le niegue a Peña Nieto su ocasión de oro para reivindicarse a él mismo y a su partido, primero porque no soy mexicana y, segundo, porque creo que que a los políticos se les debe conceder la capacidad de enmienda y que no es lo mismo gobernar a nivel local o regional que hacerlo en nombre de toda una nación. En España tenemos claros ejemplos de personas que triunfaron como regidores municipales y a los que el salto a la alta política les ha quedado tan grande que se han llevado un sonoro sopapo. Peña Nieto no es que haya sido un gobernador ejemplar, pero parece que él y, sobre todo sus asesores, pretenden hacer borrón y cuenta nueva.
Aunque, en este caso, más que borrón habría que hablar de marrón. Y es que la izquierda mexicana no parece muy dispuesta a darle su voto de confianza al partido que les llevó de cabeza al efecto Tequila y su correspondiente resaca. O curda, como la llaman. Es cierto que López Obrador, eterno candidato progresista, es un hombre de dudoso talante político y, definitivamente, muy mal perder, pero las orejas del lobo están realmente en otra parte: en el movimiento Yo soy 132, una especie de herederos del 15M español que, hartos del ninguno de las instituciones, no están dispuestos a que Peña Nieto tenga una legislatura plácida y cómoda.
Desde fuera estoy convencida de que uno de los grandes réditos políticos del presidente Enrique es su físico. Tiene pinta de galán de telenovela, y eso cuenta mucho en un país donde los más guapos de los culebrones son, inevitablemente y solo por serlo, triunfadores a todos los niveles. No poseo datos sobre ello, pero estoy convencida de que gran parte del electorado femenino se ha rendido a los pies de este joven (comparado con los "dinosaurios" de su partido), de flequillo repeinado y sonrisa perenne. Para más inri, está casado con una actriz que, aunque nunca haya sido la última coca-cola en el desierto, cuenta en su currículum con alguna que otra telenovela de pedigrí, además de haber sido pareja longeva de un productor de televisión hermano de Verónica Castro, la de Los ricos también lloran.
Imagino pues que el electorado femenino se ha rendido al carisma de Enrique Peña Nieto y, sin embargo, en cuanto éste ha llegado al poder, les ha lanzado una sonora pedorreta. Para empezar, amenazó con hacer pupa al equivalente mexicano del Instituto Nacional de la Mujer y se ha empeñado en mirar para otro lado cuando le han recordado que, durante su mandato como gobernador del Estado de México, el número de feminicidios en la región superó a los de Ciudad Juárez, el olimpo de todo asesino en serie. A ello hay que sumar que algunos medios han querido involucrar a Peña Nieto en la muerte de su ex mujer, fallecida tras sufrir una supuesta crisis epiléptica. Algunos han tildado el episodio de asesinato premeditado, con lo que el presidente ya no sería galán de telenovela, sino galán de superproducción hollywoodiense tipo El Fugitivo. Los fans de las teorías de la conspiración damos gracias al universo por haber parido a semejante figura pública.
Peña Nieto dará juego, no sé si como presidente, pero sí como personaje mediático al que le gusta más aparecer en la tele que a mí los huevos fritos con patatas. La historia política mexicana es apasionante de por sí, pero que llegue ahora alguien dispuesto a enmendar y remendar errores con zurcidos de Armani me parece de lo más pintoresco. Sobre todo teniendo a los chicos, chicas y perroflautas de Yo soy 132 cantándole (las cuarenta) bajo el balcón de la residencia oficial de Los Pinos. Va a ser pa'verlo.
Y mientras, en España, debemos apretar los dientes y aguantar la vuelta a la tele del electroduende llamado Belén Esteban y sus adicciones que se curan en tres semanas. Ha sido oírla y los de Proyecto Hombre se han pasado al corte y confección de ponchos. ¡Que viva México!
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