domingo, 15 de mayo de 2011

Cosas de la edad

Además de las arrugas, los achaques, las canas y las crisis de los 30, 40, 50, etc., hay determinados aspectos de la vida que te van indicando que ya no eres lo que antaño fuiste. Para bien y para mal, las cosas cambias y las señales están ahí para que les hagas caso sí o sí. A continuación, varios ejemplos:
-Te empieza a gustar el vino. Tú, que eras de cañas diarias y botellón fin de semana, acabas pillando cariño a esto de los caldos y te sorpendes a ti mismo buscando un curso de cata al que apuntarte. Empiezas a apreciar el sabor a madera, la compleja elaboración y a sentir un venerable respeto por la llamada denominación de origen. En otras palabras: estás perdido.
-Te vuelves mucho más tolerante de puertas afuera y bastante menos de puertas adentro. Eres incluso complaciente con los vicios y pecados sociales, pero los defectos y veleidades de los más próximos te resultan cada vez menos llevaderos. Es lo que hay.
-En línea con lo anterior, tus amigos son los que son y no te apetece tener más. En pocas palabra: tu carnet de baile está completo y cerrado. Se acabó. A estas alturas de la película te da una pereza enorme contarle tus miserias a alguien a quien acabas de conocer y del que no sabes qué puedes esperar. La vida te ha dado palos y te niegas a que te de otro más. Unido a este hecho, empiezan a desparecer esos amigos mercenarios que vuelven a ti cuando les conviene y huyen cuando no. Más que nada porque les ves el plumero. Comienzas a hacer criba entre tus conocidos y ya tienes el suficiente criterio para eliminar a quienes no te aportan nada. Tu tiempo es demasiado preciado para perderlo con quien sabes seguro que no merece la pena.
-En el caso de las mujeres se produce un fenómeno alentador: dejas de sentir la obligación de tener que gustarle al sexo opuesto. Te toca un pie el que te piropeen desde un anadamio (asumes que eso ya no va a pasar) y empieza a invadirte la sensación de que la única persona a la que tienes que gustar es a ti misma. Un alivio. Ya no estás para despertar ardores ni lo pretendes y, cuando al fin lo asumes, es como si te metieran clases de yoga en vena: relax total.
-Te empiezan a gustar géneros musicales en los que antes no había reparado. Concretamente dos: las rancheras y el jazz. De las primeras dicen que tienes que haber vivido para apreciarlas (estoy de acuerdo) y del segundo no sé lo que comentan, pero es un hecho que hasta ayer te parecía carca y hoy te pone más que el piquetón del novio de Shakira.
Por cierto, y hablando de música, me encanta ese Raphael Gualazzi que los italianos tuvieron el buen gusto de llevar a Eurovisión. Demasiado buen gusto para evento tan verbenero, me parece a mí.
Y otro dato que no viene a cuento pero lo suelto porque sí: Eddie Vedder saca a finales de este mes sus Ukelele Songs, un trabajo al que le tengo muchas, muchas ganas. Igual que al último de The Strokes, a los que estoy volviendo a apreciar tras el fiasco del álbum anterior. Y con ello no quiero decir que no me gusten las rancheras, sobre todo cuando me ponen delante una botella de tequila. En esos momentos una se siente integrada con el universo. Quien lo probó, lo sabe.
Os dejo al bueno de Eddie.


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