viernes, 20 de mayo de 2011

Celos

Mal rollo. Los celos son un despropósito, tanto para quien los sufre como para el objeto de su desazón. Ser celoso es algo así como padecer una enfermedad crónica con la que sabes que tienes que convivir y que unas veces estará dormida y otra reaparecerá en forma de brotes agudos originados por vaya usted a saber qué. El problema es que, a diferencia de una enfermedad física, para este tipo de trastorno no hay crema ni antibiótico que valga. Es así y hay que vivir con ello. Las terapias mitigan, pero la personalida continúa ahí, latente y esperando a que se despierte el monstruo dormido.
Es duro ser consciente de que eres una persona celosa, pero también es muy difícil de sobrellevar para quien está al otro lado, aguantando y apretando los dientes. Hagas lo que hagas y como lo hagas sabrás que ese ser que afirma quererte tanto pensará cualquier barbaridad. Es mucho más fácil culpar que entender. Buscas excusas para intentar vivir una vida normal sin que el otro se moleste; procuras evitar los conflictos para no sufrir; intentas despertar la complicidad ajena con el fin de no sentirte tan solo... y,  a pesar de todo, siempre esperas la peor de las reacciones ajenas. Con el tiempo entiendes que ya no importa los encajes de bolillos que hagas para seguir conservando una vida social sin hacer daño a nadie: al menos una persona en el mundo pensará lo peor de ti. Y es el principio del fin.
Los seres humanos no somos objetos. Nadie puede meternos en una urna de cristal y sacarnos cuando sale el sol. Tampoco somos posesión de otro; solo de nosotros mismos. La libertad ajena es tan digna como la propia siempre que su ejercicio no dañe a terceros. Todos tenemos derecho a tener inquietudes y a compartirlas con quien deseemos; es nuestra elección. Del mismo modo, nadie puede controlar a la gente que pasa por la vida del otro: conocemos a muchísimas personas a lo largo de nuestra trayectoria; unos se quedan, otros no; unos nos gustan, otros no, pero si esto se escapa a nuestras manos, mucho más a los deseos de alguien que no tiene ni arte ni parte en las casualidades que nos sobrevienen cada día.
Los celos acaban con la cofianza y transforman el amor en algo muy parecido a la repugnancia. Ninguna de las dos partes puede vivir con semejante presión. El instinto de posesión lleva a la avaricia en lo económico y a la infelicidad en lo emocional. Cuando alguien nos quiere lo hace por lo que somos, por lo que ve cuando nos mira; el simple hecho de que queramos que nos quieran porque sí, porque yo lo valgo, no nos lleva a ningún lado.
La vida es muy corta para vivirla como esclavos de sentimientos negativos. No merece la pena. En ningún caso.

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