lunes, 1 de abril de 2013

Que viva España

En estos días de santo retiro parece que han pasado muchas cosas y que los que han estado procesionando un día sí y otro también no son precisamente vírgenes ni santos. Por no variar, se ha montado el cirio pascual, algo a lo que nos vamos acostumbrando tras ver cómo nuestros personajes más públicos muestran sus pecados impúdicamente y, por supuesto, sin penitencia que valga, jornada tras jornada.
En los últimos tiempos se ha levantado en armas (perdón por la expresión) el heredero español de aquel movimiento latinoamericano conocido con el rumboso nombre de escrache. Seguramente voy a decir una enorme burrada, pero la primera vez que oí la palabra no tenía ni puñetera idea de lo que significaba. Y debo de ser la única ignorante en este mundo de sabios y letrados, porque, según leo en periódicos y escucho a tertulianos, aquí hasta el pescadero estaba doctorado en esa costumbre de asediar un poco a los políticos para reivindicar cosas muy justas. He de confesar que a mí la palabra me gusta; es muy sonora, casi tanto como las castellanísimas salchichón o chorizo, esta última uno de los términos más fantásticos, estupendos y rotundos de nuestra lengua. Y no tengo nada en contra de su ejecución en tanto en cuanto ha conseguido el fin último de cualquier protesta: que se hable de ella. Sin violencia, molestando lo justo y reivindicando lo que todos consideramos de recibo y que, seguramente, estará en los principios fundamentales de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y en alguna que otra Constitución.
Lo bonito de todo esto ha sido la reacción de los ínclitos miembros del Partido Popular, que cuando asedian a otro lo ven bien y hasta aplauden, pero cuando les toca en lo muy suyo, lo consideran primos hermanos de la cosa etarra justo antes de hacerse caquita encima. Vamos, que han tardado nada y menos en vocear que los señores de la PAH, víctimas a su vez del acoso de bancos, políticos y empresarios de dudosa moral, son parientes cercanos de la Kale Borroka solo por poner una pegatina verde y dar algunos gritos en el portal del señor González Pons y sus palmeros. Sí, ese grupito de gente generosa y ética que ya ha dicho que va a votar en contra de la dación en pago, la manera hasta ahora más eficaz para que los españoles podamos seguir teniendo un techo bajo el que cobijarnos.
No voy a entrar en ETA sí o ETA no, porque, personalmente, lo de la banda terrorista solo lo tengo claro hasta el carlismo y luego ya entro en teorías peculiares que solo merecen ser expuestas tras varios tragos de garrafón. Pero el problema principal no es si al PP le da por comparar a los escracheadores con etarras o miembros del IRA auténtico sino que, según parecen deducirse de las opiniones que vierten con cuentagotas, el que no está con el Gobierno está contra él y contra el país. Y tal idea, no solo no es real (aunque a este paso lo será) sino que demuestra una forma de pensar extraordinariamente paleta y provinciana.
Ese afán de potenciar la marca España, que tampoco sé muy bien en qué consiste pero estoy segura de que conecto ahora Intereconomía y me lo explican, también obedece a su misma forma de concebir el mundo, el sentimiento de que lo mío es lo mejor y el resto no solo es malo, sino que vendrá a atacarme y a quitarme lo que yo tengo por derecho propio, que en el caso de esta panda está íntimamente relacionado con el derecho divino.
Al PP no le gusta tener oposición. Y cuando esa oposición viene de la calle (de la puta calle que dirían) todavía menos, porque no saben cómo manejarla. En su mayoría, no son hombres y mujeres de base sino señores y señoras de despacho que conciben la política como una manera de tener poder y hacer negocio y no como lo que es, la forma última y más importante de servicio público. Tal pareciera que su misión en nuestro sistema es pervertirlo y destruirlo desde dentro. A fin de cuentas no somos nosotros los que peleamos contra el sistema si no que son ellos, los más bellos, quienes se dedican a fumigar nuestros cimientos excavando túneles en las cavernas de la administración y atrincherándose dentro caiga quien caiga.
El escrache ha conseguido su objetivo e, incluso, alguno más, como poner en evidencia a los populares y obligarles a salir a la palestra a hacer el ridículo. No podía ser de otra forma: cualquier movimiento fuera de foco (aunque sea desde dentro de sus propias filas) les pilla con el pie cambiado obligándoles a efectuar maniobras extemporáneas que les ubican en una situación tan incomprensible como incómoda.
Los impulsores de la marca España están ahí, navegando con narcos, acunando a evasores entre sus fauces, negándose a hablar de su dudoso patrimonio y consintiendo que el jefe del Estado, ese señor que dijo hace poco que la justicia era igual para todos y que el paro juvenil le quitaba el sueño, conserve unos millones en Suiza para gastos menores y golferías mayores. Y mientras ensalzan y se recrean en sus propios pecados capitales tienen el rostro de acusarnos a los demás de violentos, delincuentes y asesinos. Olé.
Este es mi país y esos tipos son los que lo gobiernan. Que viva España.


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