sábado, 22 de diciembre de 2012

El discurso del rey

Uno de los trámites más soporíferos y absurdos que convierten las Navidades en fiestas tan entrañables es el discurso del rey. Desde que en España se reinstauró la monarquía y aun antes, los españolitos de a pie nos vemos conminados a emocionarnos año tras año con las "sentidas" palabras de nuestra autoridad máxima que, además de felicitarnos las Pascuas, nos da consejos para portarnos bien y sobrellevar las desgracias con resignación cristiana.
A quien el discurso del rey no le parezca un coñazo soberano miente como una perra. Para más sufrimiento inmerecido, todos los canales televisivos están llamados a transmitir los minutos reales, a los que solo les faltan las risas enlatadas para sonar más falsos que un billete de un euro. Pero, en fin, ahí están los medios, condenados en los días siguientes a analizar lo no analizable y a hacer comentarios de texto de un montón de palabras vacías cuyo fin no es otro que recordarnos que Juan Carlos I está ahí para pasarnos la mano por la espalda y recordarnos que, con trabajo y esfuerzo (el nuestro, no el suyo), el país saldrá adelante. Para eso y para pedirnos perdón con tanta estulticia que a la mayoría de los mortales sus lamentos nos suenan a chiste.
No hay quien aguante el discurso del rey. En gran parte porque Dios no ha llamado a los Borbones por el camino de elocuencia. No digo yo que esta familia no sirva para muchas cosas y se les den bien otras tantas, pero lo de hablar en público deberían hacérselo mirar: cada emoción que intentan transmitir con la voz suena impostada, miran como si no vieran y la nula gesticulación tampoco ayuda. Está claro que el comedimiento es un handicap a la hora de convencer a tu interlocutor de cualquier cosa, pero es que a mí me molesta especialmente que quien habla conmigo no me transmita absolutamente nada y me ponga cara, pues de eso, de Borbón.
A nuestro rey le redactan los discursos y, a lo mejor por ello, ni él mismo está muy seguro de lo que dice. Pero quienes filtran las palabras que el monarca pronuncia en fechas tan entrañables debería tener en cuenta que no se trata de sonar como si estuviera leyendo la guía de teléfonos (eso lo podemos hacer todos) sino que tiene el real deber de causar cierto efecto en quienes hemos aparcado las gambas un ratito para rendir nuestros respetos a la corona y escuchar las memeces (lo siento, pero es así) que nos repiten año tras año.
Durante las pasadas Navidades, alguien le escribió al rey aquello de "la justicia es igual para todos" y, dede entonces, creo que es la frase a la que más hemos sacado punta. Este año apuesto a que no se atreve a volver a pronunciarla, primero porque no es verdad que la justicia sea igual para todos (gracias, Gallardón) y, segundo, porque, tal y como se cuenta en los mentideros de palacio, parece que don Juan Carlos va a tener a un presunto delincuente sentado en su mesa, compartiendo el cava catalán y la caza mayor con sus parientes políticos. Ojito con la cubertería de plata.
Sin embargo, yo este año sí quiero ver y oír el discurso del rey. Haré un gran esfuerzo por no dormirme en el ínterin, pero me intriga saber cómo va a conseguir nuestro monarca salir de rositas de todos esos despropósitos que nos ha regalado y, encima, dar la impresión de que es un soberano justo, ecuánime y, en resumen, el rey de todos los españoles. Tarea difícil la que le espera. Ha metido tanto la pata que, a estas alturas del 2012 que se acaba, somos muchos los que pensamos que nuestro monarca empieza a estar senil y que es la reina la que, en merecida venganza por cosas privadas, toma las riendas de la cosa pública. Una reina, por cierto, que, visto lo visto, se ha cargado en cinco minutos y con una visita guiada su reputación de "gran profesional".
Pero, a pesar de mis deseos de contemplar con qué faena nos obsequia aquí el maestro, yo le recomendaría al rey que se haga un último favor a sí mismo y pase de discursos, que para decir obviedades y mentirnos ya está el gobierno; si le parece, mejor dedique las fuerzas que le quedan tras la última operación a arreglar sus líos domésticos. Lo de que tenemos que unirnos frente a la crisis, confiar en la justicia, practicar la solidaridad, obedecer a las autoridades que solo buscan nuestro progreso, salir a las calles de forma discreta y sin emoción y hacer el bien ya lo sabemos. Y lo que no sabemos (sus escapadas, sus gastos cargados al erario público, los tejemanejes que emplea para proteger a Urdangarín etc) no nos lo va contar, así que, su majestad, solo le deseo que tenga la fiesta en paz.
Eso sí, a una, que es muy lagarta, le encantaría que contestara a una preguntita tonta: ¿qué hace una foto de su ex yerno Marichalar entre la galería de marcos que pueblan la mesita auxiliar de su despacho? Vale, no hace falta que me responda: ya empiezo a elaborar mi propia teoría de la conspiración...


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