lunes, 17 de diciembre de 2012

Adiós a las armas

Cuando ocurren tragedias como la de este último viernes en un colegio de un remoto lugar de Connecticut, es inevitable no plantearse el sentido de la vida o, más concretamente, el sentido común. Quitando a muchos de los ciudadadanos de Estados Unidos, son pocos los mortales que muestran un mínimo de comprensión hacia una legislación tan permisiva con el uso de armas, que favorece el acceso a las mismas hasta a individuos a quienes no daríamos ni un tenedor de plástico.
En general, soy una persona muy crítica con muchas de las cosas que ocurren en la tierra del Tío Sam y gran parte de sus ocurrencias. Pero he de decir que, como nación y sistema, tiene cosas admirables, algunas de ellas contenidas en ese puñado de Enmiendas a la Constitución que tantas veces aparecen mencionadas en la pantalla, sobre todo si hay policías y abogados de por medio.
El uso (algunos diríamos que abuso) de las armas está contemplado en la Segunda Enmienda. De mis tiempos de estudiante recuerdo vagamente que estas Enmiendas se fueron añadiendo a la Constitución más antigua del mundo, actuando como remiendos de un texto legislativo cojo, que necesitaba adaptarse a los tiempos y a la realidad social de la gran nación americana. Esta libertad o libertinaje en el empleo de armamento tiene su razón de ser, no tanto para evocar hazañas épicas del lejano Oeste y conservarlas en la memoria colectiva, sino como respuesta a la necesidad del habitante de Estados Unidos de defenderse. Creo recordar que la Segunda Enmienda nació poco antes de 1.800, cuando no todos los americanos estaban convencidos de que siempre tendrían un gobierno justo y buscaban garantías de poder defenderse de los abusos llegado el caso. Al mismo tiempo, recogía y reconocía la utilidad de las milicias civiles, tan activas en los tiempos de las invasiones inglesas. De esta forma, se ponía por escrito el derecho y el deber de armar a la población civil para responder a futuros y posibles ataques de agreseros externos.
De aquella época al día de hoy ha llovido mucho, y aunque nos da la impresión de que los Estados Unidos se están inventando enemigos continuamente para justificar acciones políticas de dudosa moralidad, lo cierto es que a veces parece que el principal enemigo son ellos mismos.
En Canadá, el país vecino y tremendamente cercano a esta localidad de Connecticut que tanto espacio ha ocupado en los medios, la legislación sobre caza es muy permisiva y, por lo tanto, muchos canadienses guardan armas en sus casas. Sin embargo, no parece tan habitual que a un descerebrado le de un aire y se arme de pistolas y escopetas hasta las cejas para cargarse a un colectivo importante de compatriotas. Resulta obvio que el uso indiscriminado de armamento es inadmisible, pero también que la realidad de Estados Unidos es mucho más compleja y no se reduce solo ala venta libre de pistolas y otras cosas del matar (creo recordar que hay un Estado de la Unión en el que se prohibe la venta de armas de juguete a menores pero no así de las de verdad; pa'habernos matao).
No tiene que ser bueno educar a los niños en el uso de armas ni el que todo a su alrededor (la familia, los amigos, la televisión, el cine...) les envíe continuamente el mensaje de que no solo es legítimo sino también necesario guardar una pistola bajo la almohada. No me imagino la cantidad de muertes que puede haber visto un niño de siete años norteamericano que pase dos horas diarias frente al televisor. Tal parece que la vida humana pierde valor a medida que lo gana el espectáculo.
Pero detrás de estas algaradas de tiros y asesinatos también está el sentido de Comunidad (así, con c mayúscula) que tienen los norteamericanos y que se encuentra lejos de lo que un espectador europeo pueda entender por ello. Para el habitante de un pueblo de Estados Unidos, la Comunidad es el lugar que le permite crecer y socializarse, al que acude cuando necesita ayuda y al que se ve obligado a cuidar y salvaguardar. Los habitantes de una Comunidad se apoyan mutuamente y solventan las necesidades de cada cual siguiendo una ancestral versión de la cadena de favores. Pero una Comunidad pequeña exige a sus integrantes estar dentro del sistema, trabajar para el sistema; no es bueno ser diferente, ni especial, ni raro, ni, por supuesto,sentirse aislado. En un contexto de rechazo individual por parte de la masa social, el individuo ataca donde más duele, en el núcleo mismo de la Comunidad, donde ésta protege a quienes considera su mayor tesoro.
Pero, al margen de explicaciones, observaciones y opiniones tremendamente personales, no deja de sorprenderme esa festiva imagen del simulacro que la fallecida directora del colegio de Newtown habría colgado en su cuenta de Twitter. No sé los demás, pero si algún día la escuela de mis hijos me mandara una nota para decirme que pretenden efectuar un simulacro con el fin de enseñar a los alumnos cómo actuar en caso de un ataque exterior, me preocuparía. Y mucho. O, al menos, me preguntaría en qué tipo de país vivo cuando unos niños no pueden ir al colegio sin descartar que algún día, y las probabilidades no son tan mínimas, un loco se cuele por una ventana y les vacíe en la cara el cargador de esa maravillosa pistola que se acaba de comprar en el supermercado, junto con medio kilo de patatas y un par de coca-colas. Dios bendiga a América.


No hay comentarios:

Publicar un comentario