Hasta hace bien poco estaba convencida de que el mejor trabajo del mundo vendría a ser algo muy parecido a probador de viajes exóticos en hoteles de lujo o maquillador de cuerpo de las estrellas de Hollywood. Labores que no se asemejen en nada a picar piedra ni dar el callo en galeras y que, al mismo tiempo, te produzcan la dosis de placer suficiente para pasar el día sin pena y con mucha gloria. Hoy, sin embargo, creo que el mejor trabajo del mundo es currar en el Partido Popular.
Los periodistas somos un colectivo raro que a veces llevamos vidas un poco irreales. Cuentas que has estado con éste o aquél famoso y la afición se viene arriba. Sin embargo, compartes comentarios con otros colegas y entiendes que lo nuestro tiene también bastantes miserias y que, en ocasiones, te exige una rutina de gimnasia mental que te deja por los suelos, además de obligarte a mantener relaciones sociales con quien menos te interesa. No obstante, estoy de acuerdo que la nuestra no es, ni de lejos, la profesión más tortuosa, salvo que, como mucho de mis compañeros, estés en paro y te veas obligado a presenciar día tras día la decadencia desde la barrera de la vocación que tanto amaste.
Hablando de barreras, apostada en la mía siempre había pensado que el de político era un trabajo bizarro, con la obligación explícita de servir la público y el deber de tragar sapos del tamaño de dinosaurios. Yo, que se supone que sé algo del tema, me emocionaba cada vez que me ponía a hacer un análisis, aunque fuera para mis adentros, de algún político de raza o de cierta confrontación parlamentaria a cara de perro. Eso se acabó. Viendo la media del político español, que no llega ni al 5 en el índice de mediocridad, entiendo que, para muchos, dicha profesión no es ya un servicio público, sino un tejemaneje estrictamente personal.
En los últimos tiempos, el PP ha demostrado que arropa mucho y bien a los suyos. Cuanto más delincuentes sean o parezcan, mejor. Pasó, sin ir más lejos, con el marido del florero que atiende por el nombre de Ana Mato, enmerdado hasta las orejas en corruptelas y Gürteles. El hombre, a pesar de las pruebas en contra, seguía teniendo su despacho y su sueldo en la sede central de Génova porque, a diferencia de lo que predica con la reforma laboral, al Partido Popular le cuesta despedir a los suyos. Es como a las mascotas, que se les coge cariño sin que apenas repares en ello. Enternecedor.
Hace nada nos enterábamos de que Luis Bárcenas, ex tesorero popular y ex titular de una cuenta en Suiza de 38 millones de euros (eso es hoy, a lo mejor mañana se añaden más ceros), ha recurrido a la justicia por despido improcedente. Según cuenta el señor de pelo blanco y abrigo de mafioso, en contra de las voces más altas del PP, que insistían en que no le veían las canas desde 2010, ha estado ocupando puesto y despacho hasta el 31 de enero de este año. ¿Su labor? Asesor del partido. ¿De qué les asesoraba? Ni idea, pero tenía que ser algo muy, muy gordo, porque se cotizaba a razón de 21.300 mensuales. Este mismo dinero es casi lo máximo que te ofrecen al año por trabajar de comunity manager en jornadas no stop. Para quitarse el sombrero o raparse al cero, según.
Semejante confesión, adornada con una imagen del interfecto entrando en el INEM a solicitar su prestación por desempleo, ha pillado a los de su bando con el paso cambiado. Tanto que Dolores de Cospedal, a la que ya le tiene que doler hasta el aliento, justificó tal desaguisado con la teoría de que don Luis había estado cobrando la indemnización por despido (insisto: ejecutada en 2010) en diferido. No salgo de mi asombro. Yo, hasta ahora, en mi ignorancia e inocencia, creía que solo ofrecían en diferido algunos partidos de fútbol, pero mira tú por dónde, el PP, cuando te echa, te sigue pagando por no hacer nada hasta que a ti te sale del sobaco plantarles una denuncia. Según Cospedal, autora intelectual de tan inusitado requiebro laboral, esto mismo se hace en muchas empresas españolas. Y una mierda. Con todos mis respetos a la señora, en España, lo que suele ocurrir es que o bien tu empresa te deja de pagar la nómina condenándote a no poder pedir ni el paro, o bien te larga a la calle en un ERE, o bien te casca un despido procedente por mirar mal al jefe o, si te odia mucho, mucho, un improcedente en unas condicionas aún más precarias que las establecidas por un ERE colectivo. Eso cuando tienes la suerte de trabajar. Pero resulta que en el PP, ese conjunto de mentes obtusas que han parido una ley capaz de hacer proliferar los Expedientes de Regulación de Empleo como setas en otoño, a los suyos no solo los trata con cariño sino que, además, les pone un piso. O una cuenta en Suiza.
A mí me llenaría de gozo que el Partido Popular se presentara mañana mismo en el Parlamento con una proposición de ley para hacer que todo Cristo instaure la indemnización por diferido en sus laudos. Que te echen si les peta, pero que luego te vayas a tu casa cobrando el mismo sueldo que antes por no hacer absolutamente nada. Prorrateado mensualmente y con pagas extras. Así hasta que la justicia (o la primera página de El País) os separe.
Hubo un tiempo en que los jóvenes españoles querían ser concursantes de Gran Hermano o Gandía Shore; ahora desean más que nada en el mundo tener un puesto en el PP. Aunque sea abriendo sobres. El mejor trabajo del mundo, ya digo, justo por delante del de esos actores y actrices de Hollywood que se quejan también mucho de lo suyo porque se ven obligados a asistir a fiestas donde se aburren como ovejas. Animalicos. No puedo imaginar la horrible y lacerante situación que se puede dar si te empujan a compartir mesa con Charlize Theron. Humillante. O las ganas de cortarte las venas y dejar el Dior perdido si tu miserable existencia te arrastra a tomarte un gin-tonic con Ryan Gosling. Decididamente, su vida es un infierno.
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