Cuando era pequeña, mi asignatura favorita eran las matemáticas. Por eso me quedaba un poco descompuesta cada vez que mi profesora respondía a alguna de mis dudas con un "ahora no puedo seguir profundizando en eso, pero algún día tendrás tu explicación. Confía en mí". No resolvía la intriga, bien porque creía que hacerlo suponía avanzar contenidos que aún no estaban a nuestro alcance, bien porque la solución se escondía en alguno de esos problemas y teoremas que los matemáticos tardan siglos en argumentar. Al principio me frustraba; luego aprendí a confiar y a reconocer que mi profesora tenía razón cuando me decía que no era el momento. Sin saberlo, estaba poniendo en práctica un acto de fe.
En ocasiones es tremendamente agotador intentar convencer a alguien de que dices la verdad o llevas la razón. Y te comen los demonios cuando no consigues argumentar la explicación requerida, tal vez porque no puedes o tal vez porque no debes. Es ahí donde entra la buena predisposición del otro: si es tu amigo y te conoce, tomará tu discurso como un acto de fe, aunque solo sea por lealtad. Es así: podemos no entender por qué nuestros amigos hacen lo que hacen o cómo lo hacen, pero ante una situación peliaguda lo primero es apoyar y lo segundo, cuando las aguas se calmen, pedir explicaciones. Quizás luego no logre convencernos, pero lo principal, viendo que la persona a la que apreciamos se encuentra en un momento delicado, es mostrarle que vamos a seguir ahí, a su lado, ocurra lo que ocurra, aunque de primeras dadas no entendamos nada. Ya habrá tiempo para reorganizar papeles y enhebrar guiones. Ahora, lo que toca, es practicar un acto de fe.
El problema nace cuando dicho acto de fe nos lo piden o nos lo exigen instituciones o personas que se han esforzado lo mínimo para que depositemos en ellos nuestra confianza. Justo lo que está ocurriendo estos días con Rajoy y los suyos, quienes apelan a nuestra buen corazón ante una serie de pruebas manuscritas que demuestran que, casi desde sus comienzos, el Partido Popular ha recurrido a la financiación irregular y a los chanchullos inmorales para perpetuarse en el poder. Continúan con el mismo discurso de "todo es falso", "están mintiendo", tal vez con la esperanza de que una mentira, repetida mil veces, se convierta en una verdad. No son conscientes, o quizás se les haya olvidado, que la relación del partido con el electorado viene viciada de serie: una formación que miente sobre su programa electoral, que engaña solo por alcanzar el gobierno (otra vez los favores que hay que pagar) y que sigue timándonos cada viernes en cada consejo de ministros, no puede venir ahora con que pongamos en marcha el acto de fe y justifiquemos sus acciones como si fueran los sagrados mandamientos. La confianza es uno de los bienes más efímeros del ser humano: se construye con mucho esfuerzo y se destruye en un segundo. Por eso conviene mimarla día a día.
Creo que en esta guerra de guerrillas debemos dejar que se arreen entre ellos. Ya bastante armamento pesado han utilizado contra nosotros. Y, desde luego, no admitir ese acto de fe ni caer en la trampa de aceptar como verdad inexplicable lo que no es más que una mentira perfectamente planeada. ¿Injustamente planificada? Ellos sabrán por qué han llegado al punto de intentar destruirse los unos a los otros. Si quieren nuestro apoyo van a tener que defenderse en los tribunales pero, antes, no vendría mal tener el detalle de contestar a las preguntas que todos nos hacemos. ¿Dónde se ha visto que un partido político de nuestra moderna y pintona democracia practique la censura previa en las ruedas de prensa? Y, sobre todo, ¿qué clase de periodistas y ciudadanos somos que lo consentimos? Yo creo que, en una situación así, me levantaría y me iría. Hoy en día, si no tienes visibilidad pública no eres nada; apuesto que si los compañeros de la prensa condenasen a Rajoy a la invisibilidad, le sobrevendría de pronto la florida verborrea parlamentaria de la que hacía gala cuando estaba en la oposición. Y, visto lo visto, no es de extrañar que incluso aquellos discursos, tan añorados por algunos, estuvieran plagados de mentiras.
En resumen, que un acto de fe se le regala a las personas a las que aprecias y en las que confías. A esta panda de presuntos delincuentes ni los queremos ni, mucho menos, confiamos en ellos. Ellos, como los famosos monos sabios, no oyen, no hablan, no ven. Seguro que el pueblo al que tanto desprecian tiene remedio para sus manifiestas incapacidades.
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