Hoy, la prensa española recogía la noticia de que un tal George Zimmerman había sido declarado inocente del asesinato de un chico negro de diecisiete años al que mató mientras "apatrullaba" la ciudad como voluntario. Primero, no entiendo muy bien por qué los periódicos españoles dedican espacio a una nota de la que nos tienen que poner en antecedentes (perdón por la expresión) ya que creo que ni yo, ni la inmensa mayoría de mis compatriotas, habíamos seguido con atención ni, mucho menos, con intención el caso de Zimerman y sus disparos. Pero es lo que tienen los domingos, que se convierten en un cul de sac donde cabe de todo. Quizás por ello sea tan interesante leer la prensa en fin de semana o ver los informativos. Sobre todo estos últimos, donde siempre van a salir mujeres luciendo pechamen. Verdad de la buena.
Obviamente, los Estados Unidos en general y el estado de Florida en particular andan un poco revolucionados con este asunto, más si tenemos en cuenta que entran en juego las variables que más nerviosos les ponen: conflictos raciales, tenencia de armas, justicia supuestamente discriminatoria, etc. Todos ellos factores nada desdeñables, pero a mí, lo que verdaderamente me parece digno de estudio, es el invento ése de los vigilantes voluntarios o patrullas ciudadanas, grupos de gente normal que se dedican a "limpiar" las calles de malhechores. Pocas cosas me pueden parecer más peligrosas que el que haya por ahí un puñado de personas, armados hasta las trancas, decidiendo lo que está bien o lo que está mal, quién me mira bien o me mira mal y quién tiene cara de héroe y de villano. Más aún si carecen de toda formación legal o entrenamiento físico que les haga merecedores de convertirse en los superhéroes del barrio.
Entiendo que, en determinados lugares, el esfuerzo policial se revela insuficiente para luchar contra la delincuencia. Pero eso no justifica que se le de determinado poder a los vecinos (a veces basta con mirar hacia otro lado) más allá del de intentar que las autoridades doten de medios y formación a las fuerzas de seguridad. Es absurdo permitir que una banda organizada de oficinistas y señoras con rulos (por poner un ejemplo) se dediquen cada noche a establecer un toque de queda en el que luego pasan cosas como la ocurrida entre Zimmerman y su víctima: que ve a un negro ágil y joven trotando por lo que él considera su territorio y se hace caquita. Poco importa que el chaval vaya desarmado: si tiene aires de macarra y se mueve como un macarra, lo mismo es un terrorista, así que disparo primero y pregunto después. Zimmerman aduce que lo suyo fue en defensa propia. Efectivamente, el miedo es libre.
Esta misma semana, El País recogía la noticia de que un pueblecito cercano a México D.F había optado por lo mismo y parte de sus habitantes se había constituido en un grupo organizado para combatir al crimen ídem. En este caso, la vía de actuación era más la investigación que la acción, en tanto en cuanto el enemigo es mucho más poderoso que cualquier pandilla adolescente que se reúne en el parque para trapichear. Todos entendemos la frustración y el pavor de unos vecinos amenazados de secuestro, que ven cómo el lugar donde viven se ha convertido en el ring donde las bandas rivales se juegan su destino. A ello habría que unir la pasividad y la inacción de la policía, embarcada en su guerra particular con el ejército por un quítame allá tus funciones.
Aun así, entiendo que nadie debería de tomarse la justicia por su mano y que los mecanismos de defensa deberían de ser otros. Y también que, a muchos gobiernos a escala nacional y local se les debería caer la cara de vergüenza por permitir los abusos de unos y la reacción de los otros. Más aún cuando el veredicto de Estados Unidos les dará alas y pronto tengamos una bonita colección de Zimmermans aterrorizados y disparando a jóvenes con capucha a sabiendas de que la justicia les absolverá. Se me ponen los pelos de punta solo de pensarlo. Estos días, con el caso Bretón a punto de llegar a un veredicto, nos preguntábamos por qué demonios tenemos que disfrutar los españoles de jurados populares cuando, a pesar de la buena voluntad y los cursillos exprés, no han sido formados en Derecho. Personalmente, creo que el jurado popular es una figura que queda muy bien en las películas, pero que no garantiza la eficacia de la Justicia en tanto en cuanto son seres humanos que no están en condiciones de juzgar ni tomar decisiones tan determinantes sobre la vida de un tercero. Creo que en nuestro sistema contamos con los profesionales necesarios para hacerlo, pero, claro, la curiosa idea del sentir democrático que tienen algunos nos lleva a innovaciones que históricamente no tenían nada que ver con la democracia sino todo lo contrario.
Ya he dicho que no creo que haya otra nación del mundo que se articule tanto en torno al miedo como Estados Unidos. Y lo peor es que su ejemplo es contagioso. Lógicamente, si sabes que tu vecino tiene un arma, tú correrás a comprarte otra, no vaya a ser que el hombre entre en brote y en vez de ayudarte con la bolsa te lleve la vida. Curiosamente, hay ahora en cartelera una película titulada La noche de las bestias que plantea un escenario precioso: durante 12 horas al año, Estados Unidos permite una jornada sin policía dando vía libre a asesinatos, violaciones y todo tipo de canalladas. Es entonces cuando una familia desactiva el sistema de seguridad para acoger a alguien que pide auxilio en la calle, dando comienzo a lo que definiríamos como una noche toledana. Y yo me pregunto: ¿por qué tantas películas made in Hollywood se plantean un futuro dominado por la violencia? Otro día, lo mismo reflexiono sobre ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario