Me gusta que tengan que venir un periodista rumano y una becaria alemana a sacarle los colores a nuestro presidente y darnos clases de la valentía periodística. Me gusta, porque si añadimos un editor francés tendríamos un bonito chiste y, sin él, lo que contemplamos es una broma que maldita la gracia que nos hace. Como ya comenté en más de una ocasión, me parece vergonzoso que este gobierno, con Rajoy al frente, evite en todo momento, no ya la confrontación parlamentaria, que en su opinión se basa en el ordeno y mando, sino las explicaciones de rigor a la ciudadanía que es, al fin y al cabo, quien les paga el sueldo y hasta el sobresueldo. Ni Rajoy, ni Cospedal, ni Aguirre y mucho menos Aznar son nuestros jefes; al revés, nosotros somos los suyos y están obligados a rendirnos cuentas. De hecho, si esto fuera una empresa y los susodichos se mostraran tan faltones y soberbios como suelen, hace meses que estarían en la puta calle. Si, ese mismo lugar que tanto les desagrada y tan mal les huele. Ellos son más de fincas que de asfalto.
Rajoy nos ha demostrado que, como individuo político, es un extraordinario sofista. No en el sentido primigenio de la palabra, que vendría a identificar al hombre sabio, sino como la degeneración del término: aquel que busca persuadir para favorecer sus propios intereses, nunca en aras de la verdad. En este aspecto, Hitler, por ejemplo, sería un gran sofista, sobre todo en los primeros tiempos del nazismo y antes de que perdiera la cabeza y sus complejos y manías le convirtieran en alguien para cuya descripción debería inventarse un diccionario con varios tomos de improperios. La verdad objetiva, reconvertida en verdad subjetiva al servicio de uno mismo y sus amigos, no es verdad: es cuento.
No sé muy bien por qué Rajoy ha decidido que el 1 de agosto va a dar explicaciones de lo suyo con Bárcenas (perdón por mentar a la bicha). Aunque, lógicamente y como todo a lo que nos tiene acostumbrados, la explicación va a ser de aquella manera y me apuesto algo gordo a que contestará mucho sin decir absolutamente nada. Y estoy convencida que las preguntas parlamentarias, las interpelaciones del resto de las bancadas, a nuestro presidente no le molestan tanto: al fin y al cabo, está acostumbrado a pasearse por los escaños como Pedro por su casa. Lo que de verdad le pone de los nervios es tener a un puñado de periodistas delante y que muchos de ellos no le sean afines. No tema usted, señor presidente, que ya se encargan los suyos de sesgar las preguntas y sentar a los presentes para formar un bonito coro ideológico. El gesto de ayer de Rajoy, regañando a alguien de su equipo tras escuchar la interpelación del compañero rumano, no es más que un indicativo de que aquí la censura funciona antes, durante y después de cada comparecencia de nuestro amigo gallego, siempre bien escoltado por alguna autoridad de los países vecinos que le sirva de parapeto ante la verborrea de la prensa patria, empeñada en dar una imagen penosa de este presidente que tanto y tan bien nos quiere.
No reconocemos al Rajoy que vemos por la televisión. Es una especie de ectoplasma, una figura extraña, de cartón piedra, que cuando habla solo menciona lugares comunes y lleva preparado un discurso vacío e insignificante para cuando le pillan con el paso cambiado. Eso quiere decir que tiene mucho que ocultar. No me creo yo que las cámaras le den miedo ni el hablar en público le saque de quicio: lo que de realmente le incomoda es saber que le pueden pillar en una mentira, que algún día se sentirá arrinconado y sin salida y que ya le quedan pocos cartuchos por gastar. Es la única explicación al pavor que siente y transmite cada vez que se enfrenta a la opinión pública y, además, es la más lógica: todos podemos vivir con la mentira de puertas para adentro, pero el temor de exponerla en público y cometer fallos que nos dejen sin coartada nos vuelve apocados, timoratos y nos pone irremediablemente a la defensiva.
Dice Rajoy que en la próxima comparecencia (ésa que ha anunciado tan contrito y compungido) contará su versión de los hechos. A mí, su versión me la trae al pairo: al fin y al cabo es solo su punto de vista, el que pretende que yo me crea. Pero yo lo que quiero es la verdad. Sé desde ya que me quedaré con las ganas.
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