lunes, 22 de julio de 2013

Terapia sexual

En estos momentos estoy leyendo un libro ubicado temporalmente en los tiempos en los que el partido nazi se preparaba para barrer a las demás formaciones políticas en las elecciones democráticas que le dieron la victoria. Y la verdad es que resulta muy esclarecedor comprobar cómo era la Alemania de aquellos años, el fragor con el que se bregaban los partidarios de Hitler, el temor de quienes no comulgaban con sus planteamientos y desconfiaban de sus pretensiones de alcanzar un mundo mejor, la situación de la Alemania más judía etc.
En un capítulo del libro se describe, además, cómo estaba dividido, espacial y socialmente, el Berlín de la época. De hecho, uno de los párrafos se refiere a los lugares donde se ejercía la prostitución y se habla de las calles en las que se prostituían mujeres, hombres, mujeres de edad avanzada, embarazadas e, incluso, discapacitadas, chicas a las que les faltaba algún miembro y que, además de sufrir el desprecio de una sociedad que ya entonces empezaba a rendir culto a una perfección mal entendida, tenían que aguantar ciertas conductas "desviadas" de sus clientes.
Se habla y se ha hablado muy poco de la sexualidad de los discapacitados, algo que siempre me ha intrigado y, cuando he podido, he preguntado. Creo, sinceramente, que aquí hay dos problemas, siempre provocados por el que mira más que por el que es contemplado: por un lado, está la discapacidad en sí misma, que a muchas personas les produce cierto desagrado y que provoca que la forma de interactuar no sea la lógica y normal; segundo, la sexualidad, un tema que en nuestra sociedad parece que continúa siendo tabú. A pesar de lo mucho que hemos avanzado, a determinados padres, por ejemplo, les cuesta responder a las preguntas de sus hijos y recurren a lo que yo decía el otro día, al acto de fe, en lugar de a la contestación concreta, fiel y real que piden y merecen. Creo que nosotros, con nuestras reticencias, nuestros pudores y nuestras vergüenzas, somos los que nos encargamos de convertir algo absolutamente normal en algo extraño y bizarro, algo que debería ser bonito, en algo feo. El sexo no es sucio en sí mismo: somos nosotros los que lo hacemos así.
El otro día, coincidiendo con mi rendición al libro de Alemania y su descripción del pecado por barrios, leía una noticia en la que Sex Asistant Cataluña, una asociación que vela por la sexualidad de los discapacitados, intentaba hacer campaña para conseguir ayudas con las que formar a personas interesadas en ejercer de asistentes sexuales de discapacitados. Aducía, entre otras cosas, que no es tan fácil encontrar a gente capaz de "aliviar" sexualmente a una persona de estas características, en tanto en cuanto a la opinión pública parece no importarle las necesidades sexuales de aquellos que son diferentes. Yo quiero imaginar que, como todo ser humano y todo animal, alguien con diversidad funcional también necesita sexo. Por ejemplo, debe de ser un problema muy, muy gordo, no poder masturbarte a ti mismo cuando tu mente insiste en lo mucho que te apetece. Un inconveniente que dicho sea de paso, no me extrañaría que llegara a precipitar algún que otro trastorno psicológico.
Es lógico, por tanto, que a estas personas les preocupe su sexualidad como les puede preocupar tener un trabajo o curarse una enfermedad. El individuo no es solo una faceta, y parece lógico y hasta éticamente deseable que todos nos empeñemos en que los diferentes aspectos de nuestras vidas funcionen razonablemente bien. Pero mientras países como Holanda o Dinamarca recogen la figura del asistente sexual de discapacitados como una forma más de terapia, estoy segura de que en España, tal y como estamos de modernos y progresistas, sería considerada como una variante de la prostitución (quizás incluso de las más aberrantes) y aquel profesional que la desempeñara, como alguien que comercia con su cuerpo y el sexo. No me imagino a Ana Mato incluyendo la asistencia sexual a discapacitados dentro de los gastos de la Seguridad Social, aunque, como mínimo, debería escuchar al colectivo y planteárselo. A este paso, las mujeres vamos a tener que contraer matrimonio con el ginecólogo si queremos que el sistema público nos costee la revisión de bajos.
Pero, a lo que iba, que yo soy muy de perderme: en el fondo no creo que la figura del asistente sexual sea lo ideal, sino que se trata de un apaño. Correcto y funcional, pero apaño al fin y al cabo. Como todos los demás, los discapacitados tienen derecho a recibir y dar estimulación, a participar en juegos eróticos etc... Y es posible que incluso estén más abiertos y receptivos que otros que tienen un fácil e inmediato acceso al sexo sin complicación alguna. La solución, por tanto, residiría en la integración social y en entender que una persona no solo es un físico más o menos agradable, sino mucho más. Una solución que se antoja demasiado utópica como para depositar en ella un mínimo de esperanzas. La terapia sexual puede paliar la dureza de una existencia ya difícil de por sí: la de todos aquellos que sobrellevan las imperfecciones en un mundo rendido a la idealización del físico. Empeñémonos, por tanto, en no complicarles aún más la vida, no en emitir juicios morales que en ningún modo nos corresponden.



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