En ocasiones el azar (esa cosa que no existe) es prodigioso y logra que confluyan en un mismo punto gentes y energías que no tendrían por qué compartir tiempo y espacio. Durante los últimos días, he vuelto a ser testigo del despido de varios compañeros de profesión y empresa, circunstancia que ha coincidido con el reencuentro no buscado con personas con las que trabajé en una empresa anterior y que, tras tantos años de vernos y unos pocos sin saber los unos de los otros, hemos vuelto a coincidir en el tiempo y en el espacio.
Como resultado de los hechos expuestos, he/hemos vuelto a revivir episodios pasados, con todo el sufrimiento, la impotencia y la rabia que encierra el que te despidan de un puesto de trabajo y, en gran medida, de una parte fundamental de tu vida. Es un déjà vu en el que se reaparecen conversaciones que ya has mantenido, explicaciones que ya has dado y deseos que ya has expresado, dentro de lo que, gracias a la reforma laboral de este gobierno que presume de haber movilizado el mercado de trabajo, parece un bucle sin fin.
El gran damnificado de nuestro capitalismo salvaje y de la incultura empresarial es, obviamente, el capital humano, la gente que, con sus dramas a cuestas, se ve avocada a un esfuerzo de superación personal que no todo el mundo parece dispuesto a afrontar principalmente porque muchos no saben cómo. Hoy mismo, uno de esos "zombis" que ha resucitado de repente, me insistía en que su conclusión es que el trabajo es solo trabajo y que hay que poner cada cosa en su contexto. Para demostrarlo, me citaba experiencias dramáticas que les habían ocurrido a personas cercanas y que le habían obligado a relativizar las cosas. Entiendo su planteamiento, pero también entiendo que el trabajo es imprescindible para canalizar otros factores, como permitirte llevar la vida que quieres o echar una mano a aquellos de tu entorno que lo están pasando mal. Se trata, en menor o mayor medida, no de lo que nos da dignidad, pues ésta es un resorte intrínseco de cada uno, pero sí lo que nos proporciona la capacidad para emprender acciones, tomar decisiones e influir en nuestro entorno.
El problema de esta reforma laboral es que quienes se supone que están por encima de nosotros han deshumanizado el trabajo como forma de relación social y de desarrollo individual. Quiero decir que resulta demasiado evidente que para ellos no somos nada, simplemente unos dígitos (pocos) en la cuenta de resultados. Más cruel aún que el privar a la gente de su modo de vida me parece la irracionalidad de quienes nos rigen y dirigen, que muy pocas veces tienen en cuenta las circunstancias personales de los individuos a la hora de cortarles la cabeza, las manos y los pies.
Me suena irracional y sangrante, por ejemplo, que entre dos casos de similar sueldo y en ajustes por razones meramente económicas, se vaya a la calle el más desvalido. Es muy, muy cruel. Si nos paramos a pensar en ello, todos hemos sabido de este tipo de duelos en los que siempre gana quien menos lo merece, a lo mejor porque hace más la pelota o porque se esmera más en agradar y muy poco en protestar. También conocemos casos de personas que han sido despedidas nada más regresar de una baja por enfermedad, e incluso sé de un gran e insigne gestor que está esperando que uno de sus "súbditos" se reincorpore tras sufrir una enfermedad gravísima que le mantiene en el dique seco desde hace varios meses, para mandarlo a la calle directamente. La sustitución del hombre por la máquina va a ser esto: el endiosamiento de individuos sin corazón y con un cerebro a prueba de emociones.
Odio esta especie de rutina en la que me he sumergido desde hace unos años y en la que, cada cierto tiempo, veo desfilar camino del finiquito a personas tremendamente válidas y capaces. En ocasiones, mucho más que los que se quedan. Lo odio, ya no porque alguna vez yo haya sido una de esas personas, sino por todos los dramas personales que me veo obligada a contemplar, la ruptura forzosa de grupos perfectamente ensamblados, de amistades muy sólidas, de sueños y de perspectivas. Me afecta en todos los aspectos y tiene efectos colaterales en lo personal, porque durante mis épocas de crisis individuales y emociones desbordadas, tiendo a cimentar relaciones con gente con la que no lo haría en circunstancias normales. Relaciones de dependencia, que las llaman. Es una enfermedad que suelo pillar y siempre con muy mal pronóstico.
Espero que esta semana de cataclismo pase pronto e incluso que algún día cambie el sesgo de la noticia y el hombre muerda al perro. Aun así, me alegra ver que hay algunos capaces de volver del infierno reforzados. Y yo, todos los días, tengo suerte de trabajar al lado de varios.
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