jueves, 16 de junio de 2011

Aquí huele a muerto

Menudo lío se traen las autoridades competentes con el dilema de retirar o no los restos de Franco del Valle de los Caídos y dónde depositarlos. Al parecer se ha nombrado hasta una comisión para encargarse del caso sin herir susceptibilidades (hay que ver lo mucho que nos gusta en este país crear comisiones y subcomisiones para todo). Por lo que me ha parecido entender, en dicha comisión está todo quisque menos los principales interesados, que supongo será la familia del finado. Suena raro, la verdad.
Debo decir que a mí el Valle de los Caídos me parece horroroso en su construcción y en su simbología. Es el culmen de una época de ingrato recuerdo que poca gracia puede hacer a mujeres y hombres de bien. Pero hay que recordar que bajo sus piedras no descansan solo los restos mortales del caudillo y amigos, sino también un montón de muertos anónimos -de uno y otro bando- que lucharon en vida durante la guerra civil culpable de partir España en dos. Es importante tener en cuenta que esta cripta funeraria representa lo peor de nuestra historia reciente e incluso del carácter español, tan proclive a dividir el mundo entre amigos y enemigos.
Es difícil calibrar si una edificación así debería desaparecer por mucho que a algunos nos gustara ponerla del revés. Existe el dicho que afirma que los pueblos empeñados en olvidar su propia historia están condenados a repetirla pero, por otro lado, un mauseleo perpetuo a mayor gloria de inquinas y odios nos hace un flaco favor a todos los que miramos hacia atrás con horror. Respecto a Franco, el traslado de sus restos es un debate que siempre se ha dado con dictadores e incluso figuras políticas y revolucionarias de primer orden. Imagino que por un lado está la labor de retirar los símbolos franquistas y, por otro, intentar que el lugar de peregrinación no sea tal. Lo primero se está consiguiendo ya; lo segundo, lo veo más difícil.
Uno de los motivos que dio Obama para no mostrar ni enterrar el cadáver de Bin Laden era, por una parte, evitar que su imagen muerto se conviertiera en icónica y, por otra, conseguir que sus seguidores no tuvieran una tumba a la que peregrinar. Algo parecido hizo Yuir Andropov, jefe de la KGB, con el cadáver de Hitler cuando éste llegó a su poder: ordenó quemar sus restos y esparcir las cenizas por el río Biederitz para que no existiera sepultura a la que rendir pleitesía. Objetivo conseguido de no ser porque, sin restos que adorar, se extendió el rumor de que el dictador estaba vivio y campando a sus anchas por algún país sudamericano. La imaginación popular tiene estos efectos secundarios.
De los últimos dictadores por todos conocidos, el único que ocupa hueco en el cementerio es Sadam Huseín, enterrado en su ciudad natal de Ajwa. Su sepultura recibe visitas a diario que se incrementan en fechas elegidas, como cumpleaños y aniversario de su muerte. Algo que los estadounidenses, quemados por tanto jolgorio y devoción, no quisieron repetir en el caso de Bin Laden.
El otro día vi una pegatina en un bar. Aparecía Franco en uniforme de gala acompañado de la leyenda "joderos, conmigo si podríais fumar". Es penoso que todavía haya quien predique aquello de que "con Franco vivíamos mejor". Según quienes, diría yo. Pero no entremos en polémicas. Personalmente opino que si, en su día, la decisión de dónde enterrar a Franco fue un asunto de Estado, ahora mismo, desprovista su figura de todos los honores y méritos de salvador de la patria, adquiere un cariz de affaire privado. Si su familia no mantiene ni costea su tumba actual, que busque otra. ¿Necesita asesores? No problem: tiremos de erario público y creemos comisiones hasta para decidir el color de la lápida. Todo menos incinerar sus restos y tirarlos al mar o esparcirlos por los bosques gallegos de su infancia. Demasiado tarde. Pero, ojo, porque darle tanta importancia al asunto y convertirlo en un debate esencial hará que determinadas figuras se crezcan y se unan como un solo hombre en defensa del Caudillo. Y todos, no solo Franco, queremos descansar en paz.
Para quitarle hierro al asunto, os recomiendo el libro Tres días en el valle, del director y escritor Javier Fesser. El autor cuenta, con mucha sorna, sus jornadas de retiro espiritual en el Valle de los Caídos mientras preparaba el guión de una película. Descacharrante.

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