jueves, 30 de junio de 2011

Desaparecer

Anoche vi un poco del programa que Tele5 se montó sobre la desaparición de Ylenia, la hija de Al Bano y Romina Power. Ha pasado más de una década desde que el asunto tuvo lugar y, a día de hoy, iluminados de medio mundo continúan dando crédito a la teoría de la conspiración y a que la chica está vivita y coleando.
Personalmente no me lo creo, de la misma forma que tampoco creo que Elvis esté viviendo un retiro dorado en alguna isla del Caribe. No me entra en la cabeza que una persona pase tanto tiempo alejada de los suyos sin mandarles una nota al respecto contándoles lo bien que está y lo feliz que se encuentra. Sería de una crueldad innecesaria. Opino que la chica se fue a Nueva Orleáns, perdió un poco el norte vaya usted a saber por qué, se tiró al río y fin de la historia. Lo que de verdad me sorprende de todo esto es que haya quien siga viviendo del cuento explotando el incidente hasta el infinito y dando crédito a visionarios que esperan hacer negocio con avistamientos más improbables que los de los ovnis. Muchas personas continúan sacando tajada de todo esto y se acuestan cada día pensando en cómo seguir explotando a la gallina de los huevos de oro. Me parece amoral. Un espectáculo increíble si no causara tanto repelús.
Por dar la matraca han llegado hasta cambiar el testimonio de la última persona que parece haber visto a Ylenia con vida, un pobre hombre que tuvo la mala suerte de pasar por ahí cuando la chica se tiraba al río, que en un principio la describió perfectamente, pero al que han desacreditado y hecho dudar tanto que, a estas alturas, estaría dispuesto a declarar bajo juramento que a quien vio fue a Mickey Mouse vestido de lagarterana. Un despropósito.
No obstante, hagamos un derroche de imaginación y supongamos que Ylenia, ahora mismo, regenta una panadería en Carolina del Norte. Crueldades y desencuentros familiares al margen, todo el mundo tiene derecho emprender la aventura de desaparecer una vez que se le hinchan las narices. Cuando una persona es mayor de edad, no aguanta según qué condiciones y puede permitírselo, es perfectamente legítimo que quiera vivir otra vida. Primero debería manifestar su voluntad -para no asustar, mayormente- y luego ejecutarla. Y nadie tendría que empeñarse en buscar hasta el infinito a quien no quiere ser encontrado.
Si lo pensamos bien, todos ejercemos el derecho a desaparecer varias veces en la vida, aunque a una escala muy modesta. Cuando la conexión emocional que mantenemos con alguien se rompe, es lógico que le siga la desconexión física y el "ahí te quedas". Desparecemos de la existencia de otros porque a veces es necesario para seguir hacia delante, dejar atrás a quienes no nos aportan nada positivo y permitir que entre aire nuevo. Nadie nos puede juzgar mal por eso, ni tampoco por renunciar a alguien que dice apreciarte  (yo soy muy del no me quieras tanto y quiéreme mejor), pero cuyos actos denuncian que te tiene el mismo aprecio que a un rollo de papel higiénico. Usado, para más señas.
Sin embargo, las desaparaciones a lo grande, las teatrales, están muy mal vistas y peor entendidas. La mayoría de los humanos no las emprendemos porque ni somos tan valientes ni tenemos tanta seguridad económica para cambiar de vida como Justin Bieber de gayumbos. Lo cual no debería impedirnos respetar el derecho de los demás a dar la espantá por respuesta. Vive y deja vivir... a quien todavía pueda hacerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario