miércoles, 22 de junio de 2011

Aznaradas

El ex presidente de nuestros amores se arrancó ayer por peteneras y soltó una frase de las que tanto gusta: "ser de izquierdas es una pérdida de tiempo". Y se quedó tan ancho.
Imagino que un personaje de esta ralea debe de tener un florido grupo de palmeros que le rían las gracias, pero lo que es a mí, sus chistes me dejan fría. Tal vez lo que me ocurre es que tengo el sentido del humor averiado y me va más Mortadelo y Filemón que la alta política, pero el caso es que yo no le veo la profundidad intelectual a las perlas que suelta este señor por su boca. Recuerdo aquella ocurrencia suya de "a mí me gusta que la mujer sea mujer, mujer" (lo siento, quedan descartadas la mujer jirafa y la mujer barbuda), o la tan publicitada "Nunca viviré en la Moncloa" (¡ja! Sonsoles debe de estar aún esparciendo desinfectante tras los aparadores), por no hablar de la celebérrima "Las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber déjame que las beba tranquilamente; no pongo en riesgo a nadie, ni hago daño a los demás, déjenme beber tranquilamente" (criticando la obsesión del gobierno por penar a quienes conducían con la tasa de alcohol por las nubes). Qué majete.
Yo creo que su problema estriba en que nadie le dijo en su día aquello de "vive y deja vivir". Quiere ser el novio en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el entierro. Además, un estadista de semejante entidad, que tanto ha hecho por nuestro país, no puede caer en el olvido, dedicándose a dar conferencias en universidades allende los mares y alimentando su colección de piedras de río. Él es nuestro salvador y, como tal, tiene que recordarnos cada cierto tiempo verdades como puños, para que nos quede claro quiénes son los buenos y que, a poco que nos pongamos pesados, él está dispuesto a volver sacrificándose por la patria. Menudo es.
Siempre he pensado que Aznar era una de esas personas que arrastran complejos desde su infancia y adolescencia, un tipo gris que miraba de reojo las hazañas del líder de la clase envidiando su porte y carisma. El problema es que cuando alguien así adquiere poder se convierte en un ser inmune a las críticas, adicto al ordeno y mando e incapaz de escuchar ideas que no sean las suyas. Es una especie de desplante a todos aquellos que en su día le negaron el saludo cuando caminaba por los pasillos de la Facultad. Un tipo de este cariz se crece hasta extremos inmerecidos, toma decisiones movido por la egolatría y no es capaz de comprender que los demás contemplemos pasmados sus salidas de madre y las entendamos como lo que son: desvaríos de un hombre corriente.
Porque por mucho que se empeñe, Aznar podrá acumular dinero, poder, pero nunca eso que tanto le gustaría tener: carisma. Es cierto que gozando de los dos primeros factores, el tercero parece irrelevante, pero seguro que le mosquea. Podrá matarse a abdominales que jamás conquistará el atractivo natural que ansía. Lo suyo será siempre un quiero y no puedo.
Respecto a la genial frase que soltó ayer, se me ocurren bastantes cosas que replicar, pero la principal es que yo, como todo el mundo, pierdo mi tiempo como me da la gana: jaleando a Cayo Lara si me place, o haciendo la ola en Génova, frente a la sede del PP, si lo considero conveniente. No va a ser él quien me diga a mí cómo tengo que pensar y a qué dedico mis ratos de ocio. Luego se me pasa por la cabeza también que a lo mejor ser conservador es un pelín más aburrido que lo "otro"; ya se sabe que la gente de izquierdas es más dada al debate y la disertación (con permiso de los colegas de Intereconomía) y los de derechas, bastante más proclives a seguir los dictados del líder y a que les dejen en paz mientras preparan barbacoas domingueras al sol que más calienta. Todo muy de personas cabales que se visten por los pies. Nada que objetar salvo ese líder mesiánico que alumbra sus pasos. Mejor búsquense a otro, que este tiene el disco rayado.

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