jueves, 9 de junio de 2011

Dignidad gay

Con todo este lío montado alrededor de la E.coli, casi se nos pasa por alto otra noticia made in Germany digna de ser paseada por las mejores plazas: científicos alemanes han encontrado la cura a la homosexualidad. Sí, señores y señoras, otra vez. A estas alturas ya no me sorprende que alguien encuentre la solución a tanto desmadre sexual al que, al parecer, la peble vive entregada; lo que verdaderamente me tiene anonadada es que haya un estamento, público o no, que dedique recursos humanos y económicos a buscarla. Puestos a pasar el rato, que intenten solventar conflictos tan graves como el tener los ojos azules, ser ateo, o que tu madre no le pille el punto a la tortilla de patatas. Sugerencias trascendentales donde las haya.
Buscar la cura a la homosexualidad es un despropósito en sí mismo. Para empezar, no se trata una enfermedad y, para continuar, el identificarla como algo negativo y digno de rechazo provoca inseguridad en los más jóvenes, dando por supuesto que están ante algo rematadamente diabólico. Me imagino que, después de todo, éste es el fin que justifica tanto derroche de medios, ¿no, señores científicos alemanes?
Dejémonos ya de gaitas. Hay cosas que son así y basta. Cuando te atrae alguien, sea del sexo que sea, te atrae y no puedes remediarlo. Estás vendido. Pueden sucederse mil acontecimientos en tu vida que esa atracción seguirá ahí, agazapada, esperando manifestarse en cuanto le dejes medio hueco. Y si luchas contra ella lo único que conseguirás será amargarte tú y, con un poco de mala suerte, también a los que tienes al lado. Pero, al margen de nuestras inclinaciones sexuales, todos tenemos personalidades completamente diferentes, forjadas a lo largo de años de educación y convivencia social, y frente a las que no puedes rebelarte. Si tu mente se inclina hacia la matemática, podrás dedicarte a escribir sonetos que en tu vida siempre acabará imperando la lógica. Pongamos empeño en que nos guste el color rojo, los gatos persas o la lombarda, que si algo en nuestro interior se esmera en llevar la contraria, no habrá forma de que el afecto cuele.
Me fascina la tabarra que da la ética religiosa para conducirnos por un camino preconcebido del que no vale disentir. No me refiero a una religión en concreto sino a la mayoría en su conjunto. En realidad, el propósito de todos los supuestos grupos de poder es el mismo: controlar y orientar el pensamiento con vistas a someter a las masas. Pero hay cosas que se escapan de las manos. En el affaire alemán que me ocupa, los protagonistas son médicos católicos. Me da igual que hubieran sido episcopalianos o presbiterianos. El caso es que ellos mismos han visto entre sus huestes hombres y mujeres torturados por una homosexualidad oculta y no se han conmovido lo más mínimo. Muy al contrario, han incidido en el sentimiento de culpa y en el pecado. Es deleznable predicar con la caridad hacia al prójimo cuando eres incapaz de practicarla con quien tienes al lado.
Creo que hay determinados colectivos que viven sintiéndose avasallados por la libertad del de enfrente. No soportan que los demás pensemos de motu propio. A ellos habría que decirles aquello de "no nos mires, únete". Reflexiona por ti mismo, vive tu vida y deja que el vecino viva la suya. Y a las sesudas instituciones científicas, por favor, dediquen esfuerzos a asuntos de más enjundia. Entérense de una vez por todas que el reconocimiento y aceptación de la homosexualidad no es un problema; es una solución. No se trata de orgullo, sino de dignidad.

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