martes, 2 de abril de 2013

La guerra de Corea

Bajo este sobrenombre tan apocalíptico se conoce al conflicto bélico que enfrentó a las dos Coreas a principios de los años 50 del siglo pasado. El instigador, como no podía ser de otra manera, fue Corea del Norte que, pretendiendo unificar la península, decidió enfrentarse a Corea del Sur por las bravas. La cosa acabó como empezó, esto es, en tablas y cada mochuelo a su olivo, pero se ve que a los líderes norcoreanos el empate nunca les pareció el mejor resultado posible. Tal vez porque jugaban en casa.
Desde el fin de la guerra hasta el día de hoy, el resto del mundo hemos contemplado cómo el cuento de "que viene el lobo" se repetía más que el del rey que tenía tres hijas. Las amenazas bélicas formuladas por el actual mandatario del fondo Norte, Kim Jong-un, son tan continuas que me imagino que no habrá día en que los vecinos del sur no se desayunen con un bombazo en forma de advertencia pública. En realidad, el odio más pavoroso va dirigido contra Estados Unidos, pero una buena forma de empezar a buscarle las cosquillas al amigo americano es hacerle un donuts a los chicos del sur y hornear un sobao con los restos.
Yo no sé los demás, pero tal pareciera que a Kim le pagan un sobresueldo (discúlpenme ustedes por lo de sobre) para ladrarle a los muy liberales surcoreanos. Porque lo que se dice otros méritos, la verdad es que no reúne. Para empezar, la tecnología le llega justo a la puntita de la Península: imposible hoy en día cumplir la amenaza de destrozar Estados Unidos mediante un misil que te cagas. Es sí, se le presumen huevos suficientes para intentarlo.
Mientras sueña con convertir a la gran nación americana en relleno para cookies, Kim también se plantea la posibilidad de soltar uno de sus míticos petardazos en Corea del Sur, sin tener demasiado en cuenta que las capitales de las dos Coreas distan alrededor de 200 kilómetros la una de la otra, algo así como la distancia que separa Madrid y Ciudad Real. Si al pequeño dictador le da por bombardear Seúl, lo mismo se autodestruye en el intento, pero como no creo que la población norcoreana haya visto ninguna película bélica de ésas que tanto le gusta hacer a Hollywood, tal vez piense que, tras un ataque nuclear a Seúl, en Pyongyang podrían seguir cultivando amapolas sin que los varones nacieran con tres piernas. ¿He dicho tres? Perdón, quería decir cuatro.
Todos estos exabruptos de Kim me hacen reflexionar sobre qué tipo de educación ha recibido el muchacho para que, una vez llegado al poder, se pase las necesidades de la población por el arco del triunfo y sus únicas relaciones exteriores sean amenazas de muerte y destrucción. Aunque, claro, con un padre como Kim Jong-il hasta yo misma me creería que vivo en en Disneylandia y que Mickey Mouse tiene cuentas en Suiza mientras Pluto veranea con contrabandistas. Ah, ¿que eso lo hemos padecido? Ya decía yo que no valía para princesa Disney. Demasiado morena.
Volviendo al heredero, es lógico plantearse qué tipo de herencia divina puede permitir que estirpes como la que gobierna Corea del Norte se perpetúen en el tiempo sin disidencia que valga. Cómo han conseguido amedrentar y condicionar a su pueblo y hasta qué punto educan a las nuevas generaciones (sus vástagos incluidos) en el odio y el afán del poder. Kim, un señor que dice mandar en un país marxista, disfruta de los mismos lujos que veta a sus ciudadanos mientras intenta convencerles, y lo logra, de que los norcoreanos son la mejor raza posible. Para ejemplo, él mismo.
Kim Jong-un es un niño de papá, un crío que lo tiene todo pero que no ha aprendido nada y que cree que solo repitiendo los manerismos de un señor al que se le fue mucho la pinza puede lograr lo que por cuna se merece, o sea, la gloria bendita. Esta concepción es ya de por sí inadmisible, pero viniendo de un tipo megalómano y con muy poca cultura le convierte en un peligro. No por lo que sabe hacer, sino por los cambios de humor que puede llegar a experimentar víctima de sus caprichos y rabietas. Si las mujeres tenemos la regla, este hombre tiene, además, la escuadra y el cartabón.
Corea del Norte es la amenaza que no cesa, pero el peligro no está tanto en su capacidad de acción (a la que seguiría una contundente reacción de sus enemigos de siempre) sino en la obligación que tiene China de defender a su gran aliado cuando éste así lo reclame. Tal vez los magníficos misiles norcoreanos no lleguen más allá del mar, pero el que la gran maquinaria china empiece a moverse, aunque sea a regañadientes, puede conseguir que todos nos hagamos pipí y popó ipso facto. Por ello, porque estoy convencida de que para el gobierno chino Kim Jong-un ha pasado de simpático primo del pueblo a grano en el culo, si alguien me dice ahora que hay ciertas maniobras ocultas para meter en vereda al dictador, me lo creo. Yo y mis teorías de la conspiración: un clásico.



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