El título de este post lo es también de la novela de Malcolm Lowry, aquella en la que el excónsul británico en México agarra una buena curda en Cuernavaca el Día de Muertos, precipitando su ya anunciada autodestrucción. Pero, al margen de su contexto literario, Bajo el volcán también podría ser un título muy adecuado para argumentar la historia del país azteca, un lugar donde siempre pasan cosas. No digo que otros sitios vivan instalados en el letargo al más puro estilo Brigadoon, sino que en México, no se sabe si por la propia idiosincrasia de sus gentes, las cosas ocurren siempre, no a lo grande, sino a lo más grande.
Ayer tuvimos sobredosis de elecciones, con la victoria anunciada de Peña Nieto, cabeza visible del "renovado" PRI. No por menos anunciada, la presidencia de Peña Nieto empezará con polémica e, imagino, continuará en el mismo camino. Polémica alentada tanto por sus contrincantes en la contienda electoral como por los jóvenes agrupados en torno al movimiento YoSoy132, que en tiempo récord se han establecido como fuerza social a tener en muy alta consideración, aunque muchos de quienes gobiernan los tengan en muy baja estima.
Acusan los chicos de YoSoy132 a las dos grandes cadenas del país y, principalmente, a Televisa, de ser un instrumento propagandístico en manos del PRI. Nada nuevo bajo el sol. Si uno pasa un par de días en el país ya se da cuenta de que Televisa se da un aire a Telemadrid multiplicada por 25. O por 132. Pero a esta obviedad se suma la denuncia de números grupos y formaciones de que las elecciones en México no son trigo limpio, que permanecen ancladas en esa costumbre chanchullera tan antigua como la tos, la misma que se intentó desterrar hace unos años.
En la nación centroamericana, al igual que en otras colindantes, la manipulación de los resultados electorales ha sido algo casi genético. El PRI se ha mantenido en el poder durante gran parte del siglo XX gracias a esto, a la confusión electoral, a la compra de electores y a los tejemanejes con los resultados de los comicios. Pero si algo hay que agradecerle a su última etapa de "dictadura", la dominada más por los tecnócratas y economistas que por los dinosaurios del partido, es el haber creado organismos autónomos de vigilancia electoral que permitieran, facilitaran y garantizaran la limpieza de los sufragios. Me refiero a la famosa "perestroyka" de Ernesto Zedillo, aquella que tuvo como consecuencia directa la victoria del PAN, el partido derechista encabezado por Vicente Fox.
Pero el punto surrealista de México tiene estas cosas, que en muchos rincones están acostumbrados a consentir porque disentir tiene castigo. Y de los gordos. Nadie va a llegar a una comunidad aislada, regida por sus propias costumbres, muchas de ellas caciquiles, gracias a las cuales ha sobrevivido durante un siglo, y soltarles así, de sopetón, que los métodos de votar son otros. Tal vez su capacidad de influir en los resultados del conjunto sea ridícula, pero no está sola en este complejo mapa mexicano; hay muchas como ella. De ahí que la desconfianza, jaleada además por quienes ven que el poder se les escapa de las manos, siga instaurada en gran parte de la población, aquella habituada a que el engaño, el chantaje y la mentira conviertan las elecciones en un circo
Aprovechándose de que los mexicanos siguen batiéndose en duelo con su propia y muy elogiada modernidad (que quede claro que en esto de la transparencia electoral han hecho notables avances), el candidato de la izquierda, López Obrador, ya se ha apresurado a salir a la palestra diciendo que él no se cree nada y que el resultado del recuento es más falso que el peluquín de un calvo. Lo más curioso es que este hombre es famoso precisamente por lo mentado: no aceptar nunca su derrota y justificarla diciendo que, si un hombre de su valía ha perdido, es que ha habido tongo. No puede ser que a alguno no le convenzan sus programas, sus modos y su forma tan arrabalera de hacer política (algo más contenida últimamente, todo hay que decirlo); se trata de puro y simple sabotaje. Porque él lo vale.
Mientras unos conspiran contra los otros y contra sí mismos, la única mujer de la terna, Josefina Vázquez Mota, candidata del PAN, no se ha comido un colín. Cuando se presentó, iba segunda; ahora, si la dejaran sola, seguiría segunda... por la cola (sí, esa cola, infierno de las formaciones minoritarias). Muchos dirán que México no es Brasil. Ni Chile. Y que, con su tradicional machismo, todavía es pronto para que una señora asuma las riendas del país, por mucho que le pese a Elba Esther Gordillo, esa dama de hierro que preside el sindicato de maestros y que es, para muchos, la mujer más poderosa de México. Consideraciones de género aparte, Vázquez Mota ha perdido puestos, sobre todo, por su propia incongruencia, sus inseguridades, sus cambios de opinión y sus posturas muy poco fiables. Además de por hartazgo público, ya que son muchos los muy hastiados de las hazañas del panista Felipe Calderón, el presidente hasta que Peña Nieto comience su mandato a finales de año.
Es fácil explicar por qué México está permanentemente bajo el volcán. Lo que no resulta tan sencillo es contar los asuntos de pasillo que condicionan su devenir, que se asemejan más a un sketch cómico de El chavo del ocho que a una política de primer mundo. Reconozco que a mí Peña Nieto no me cae bien. Y no puedo explicar por qué, salvo recordando las veces que se columpió olímpicamente cuando era gobernador de México. Es más una cuestión de piel. Aunque yo, como no soy mexicana ni lo pretendo y solo observo desde la distancia, creo que siempre me faltarán cartas para participar en esta partida. A lo mejor, si estoy hoy mismo en Guadalajara, cambio de parecer y le mando flores. A él o a su señora, la actriz Angélica Rivera, una de las heroínas de las telenovelas de Televisa. Y es que la realidad, a veces, supera la ficción. Pero, para comprobarlo, hay que vivirla. De primera mano, a poder ser.
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